LXIX. Sangre y sudor. (parte 1)

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La primera transición fue la más difícil. Pero sobre todo, fue lenta. Optó por temor a caerse, por una postura en donde su cabeza apunta hacia el suelo; y sus manos y piernas se sujetan con firmeza a la soga.

Un suspiro prolongado emergió de lo profundo de su ser por la frustración naciente. Aquella forma de moverse, aunque proporcionaba un avance, no era tan sólida cómo esperaba.

Tirando la cuerda de manera rítmica, logró desatarla del candil anterior y repitió el proceso: amarró y calculó; y rogó en busca de que su suerte no se hubiese acabado. <<Sigo en racha>> se repitió cuando la soga se tensó en señal de haber encontrado otro candil del cual valerse en el muro siguiente.

Con el camino preparado, cerró los ojos y tranquilizó su mente. Le tomó un pequeño lapso de tiempo antes de hallar la fortaleza interna para emplear el plan casi suicida que se le ocurrió <<puedo hacerlo. Pasos rápidos y seguros>>.

Completamente decidido, se lanzó a correr sobre la cuerda, la cual se hundió y trató de escapar de la presión a la que el peso del joven la sometió, balanceándose hacia atrás y hacia adelante. Michael supo en el acto que debía tensar más la cuerda para evitar que el movimiento lo tumbase.

Luego de cuatro pasos, mucho más angustiosos y cortos de lo que esperaba, se encontraba de pie sobre la otra placa desatando la cuerda con maestría. Un repentino fogonazo que detectó en la lejanía lo llevó a sostener la respiración y a enfocarse en esa dirección. La potencia del pilar de fuego que ascendió y se deshizo con rapidez lo eclipsó y le produjo un escalofrio.

– Incluso teniendo mi arco, sería difícil abrirme un camino por la fuerza contra esa clase de explosividad. –Susurró para sí antes de reanudar su trabajo. Los candiles continuaban ubicados de manera simétrica en el mismo sitio de la pared siguiente, por lo que su avance era constante en dirección a la piedra Ifiroz.

– A ese paso, seguro logrará entrar dentro de los tres primeros. Creo que nadie ha avanzado más que él.

–Sí, por posiciones las cosas pintan bien, pero para mí está acabado. No hay manera de que esté permitido sortear el laberinto de esa manera. Cuando el maestre Jossete se entere seguro lo echará de aquí.

– No entiendo porqué tienes que ser tan pesimista, Elena. Ninguna de las dos estuvo presente cuando les dieron las indicaciones por lo que solo podemos confiar en que sus actos sean completamente legales...

– Y lo son –interrumpe una voz magnética y fragmentada–, eso claro, si estamos hablando del mismo jovencito rubio que va por allí aprovechándose del diseño de la prueba.

– ¡Gran Maestre! –Exclama Elena agitada por la presencia del anciano–, no teníamos malas intenciones cuando lo nombramos con anterioridad.

El anciano rompe a reír en lo que arrastra una silla destartalada hasta el lado de las hermanas. – No tienen que preocuparse por eso. Sé qué clase de fama tengo dentro de esta torre; y la tengo bien merecida.

– Pero Gran Maestre...

– No digas nada más, chiquilla. Mejor cuéntenme ¿Quién es aquel jovencito que encabeza la carrera por la piedra Ifiroz?

Las hermanas se miran entre sí y proceden a explicarle de manera detallada, tal y como le gustan al Gran Maestre los relatos, el proceder de Michael. No evitaron mencionar detalles sobre su origen y las circunstancias que llevaron a su padre a ofrecerle el puesto en representación.

– Así que una existencia complicada... –se limitó a contestar Jossete cuando hubo finalizado el relato–, podrá encajar aquí con algo de tiempo. Tiene la astucia necesaria para hacerlo, aunque es una lástima que no pueda emplear ningún tipo de magia.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora