Casualidad

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Me encaminé al hospital con una rara sensación de culpa en el pecho. ¿Es acaso porque no fui a visitarlo los últimos dos días? es ridículo. Aunque se haya distraído conmigo al cruzar la calle, no es lo mismo a que yo lo haya atropellado, por ejemplo. Sin avisar en recepción, (ya me conocían) subí por el ascensor hasta su habitación. Abrí la puerta despacio pidiendo permiso, y casi choco contra un hombre alto.

—Perdón... —dije, levantando la cabeza. Su sonrisa se formó apenas me vio. Era Ryan. Con ropa de calle y de pie frente a mí. Aún tenía la venda cruzando su frente, pero el color de su rostro había vuelto a un dorado perfecto.

—Hola Emma.

—¿Qué haces levantado? —pregunté confundida.

—Me dan de alta ahora. —sonrió, mientras guardaba algo de ropa en una bolsa de la clínica—. Ah cierto. Ten. —me extendió mi chaleco con el que detuve la hemorragia el día del atropello. —Lo tomé con ambas manos, ahora estaba limpio y olía a clínica.

—Lo había olvidado.

Se rascó la nuca con la vista hacia la puerta.

—Estoy esperando a que llegue Mía, sino no me dejan irme... —rodó los ojos, y al instante se abrió la puerta y entró una enfermera con una cola alta.

—¡Señor Nolan! ¿Ya está listo? —preguntó entusiasmada. Me miró a mi con los ojos bien abiertos y juntó las manos en celebración—. ¡Ya llegó su novia! me alegro. —Buscó mis manos y me entregó una hoja impresa de la clínica de varias páginas—. Aquí están todas las indicaciones para los cuidados del señor Nolan. Tendrá que estar atenta a cualquier dolor que tenga.

—Disculpe ella no... —Ryan trató de intervenir pero la enfermera seguía hablando apresurada y emocionada.

—No se le permite quedarse solo. Por lo menos por esta semana. Tiene enlistado los remedios que debe tomar. Dos de ellos son por 3 días y los demás durante toda la semana. —La señorita me llenó de tanta información que intenté con todo mi ser no perder el hilo. Era algo importante, y al parecer la única compañía de Ryan, ya que (La rubia loca Mía) lo había abandonado—. Bueno y eso es todo jovencita. Espero haya quedado claro.

Abrí grandes los ojos y miré a Ryan quién soltó una risita.

—Todo claro. —afirmé.

—¡Genial! todo listo entonces. Los acompaño a la salida. —La enfermera caminó apresurada hasta la puerta. Ryan ladeó la cabeza con un suspiro.

—Perdona... —soltó en voz baja.

—No importa. —sonreí. Tomé la bolsa que traía en sus manos y la cargué hasta la salida.

La enfermera nos siguió con una enorme sonrisa hasta que tomamos el taxi. Me despedí con la mano y volteé hacia Ryan. Ambos nos reímos.

—Que miedo... —solté.

—Sí...

Me sentí algo extraña estando así de cerca de él. Era raro, porque no era incómodo para nada. Miré como sus rodillas casi topaban con el asiento del conductor. Había olvidado que es incluso más alto que Jack. A través de sus jeans se marcaban los músculos de sus piernas. Y me hizo pensar que no había perdido para nada su condición física. ¿Qué acaso era de esos que entrenan en la cárcel? mi mala broma me hizo sentir mal de repente. Él me miraba sonriente.

—Emma no debes quedarte conmigo. De verdad. No te preocupes por todo lo que dijo la enfermera loca.

—Pero no puedes quedarte solo esta semana. ¿Y si te pasa algo? te hicieron puntos en la cabeza, no es para menos.

EMMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora