Pensar como boxeador

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Se dejó caer en una banca con vista al río. Juntó sus manos ensangrentadas y bajó la cabeza. Ni siquiera quería verme a la cara. Boté aire y me paré frente a él.

—Tenemos que hablar. —dije, haciendo que me viera a los ojos por unos segundos.

—Qué quieres que diga.

—Por qué lo hiciste. —pregunté, bajó la cabeza de nuevo, sin responder—. Lo viste paseando por ahí, en su ciudad, y pensaste, oh, Debo golpearlo ¿Es en serio?

—No lo entiendes.

—No, no lo entiendo. En absoluto. Y no es la primera vez. Sabes a la perfección que no me gusta el boxeo. Te ha apoyado, he tratado de aprender, de entender. Pero pelear en la calle así nada más. ¿Golpear a alguien que ni siquiera se estaba defendiendo para dejarlo en el piso ensangrentado? claro que no lo entiendo. Y sobretodo porque eres tú. Y tú no eres así.

Hizo un sonido con su lengua y mordió su labio. Estaba enojado, y quería provocarlo más. Para que discuta conmigo. Así tal vez salgan todas esas cosas que me quiere decir y no se atreve.

—Yo, no pensé en nada. —soltó incómodo—. Solo lo vi y recordé todo. Me lo imagine besándote... y eso me volvió loco.

—¡Pero por qué te enojas con él! ¡Te lo dije! ¡Yo fui la que lo besó! ¡Porque quería! ¡Yo! —posé mi mano sobre mi pecho y me di unos golpes—. Él ni siquiera se atrevía a acercarse. Su trauma no lo dejaba. Así que si quieres desahogarte que sea conmigo, golpéame a mí. —Recién entonces hice que me mirara al rostro. Se levantó de la banca quedando a una cabeza sobre la mía.

—Qué... ¿Estás loca?

—¿Por qué? ¿Porque soy mujer? ¡Si ustedes los boxeadores arreglan los problemas a golpes, está bien!

—¡No es lo mismo!

—¡Por qué no!

Me sentí algo feliz de que me respondiera. Nunca logramos discutir, y creo que es lo que más nos hace falta.

—¡Así solucionamos las cosas sólo entre boxeadores! —explicó molesto. Dejé caer mis hombros cansada. Pasé mi mano por mi rostro y asentí.

—Entonces, si Ryan no fuera boxeador no lo habrías golpeado. Aunque nos hayamos besado.

—No tan fuerte por lo menos...

—¡Vaya! —levanté los brazos al cielo y di unos pasos para tratar de calmarme.

—Emma, lo siento. Así somos los hombres.

—¡Esa es una excusa de mierda y lo sabes! —lo empujé con mi dedo en su pecho, y él terminó por bajar la cabeza. Sabe que tengo razón, pero es más terco que una piedra. Acaricié mi dedo índice, sentí que casi me lo rompí contra su pecho duro. De repente su expresión cambió, bajó la cabeza y metió sus manos a sus bolsillos, igual que un niño regañado.

—Tu... lo quieres. ¿No es así? —me miró con sus ojos brillando con tristeza. Tuve que tomar aire antes de responder.

—Sí. Y mucho.

—Ya veo. —retrocedió un paso y se dejó caer de nuevo en la banca, bajó la cabeza y pasó sus manos por su cabello, desordenándolo. Por favor no llores. —le pedí al cielo. Balancee mis brazos inquieta y al final me senté a su lado—. Me di cuenta ahora. —dijo en voz baja, ladeé mi cabeza en un intento de ver su rostro—. Que es importante para ti, y él también, por cómo te miraba, se nota que enserio te quiere. —levantó la cabeza y se apoyó en el respaldo con la vista al cielo oscuro—. Conozco esa mirada después de todo. Es de un boxeador enamorado.

Solté una risita con la seriedad con que lo dijo. Me miró deslizando sus labios.

—Hablo en serio. —insistió.

—Los boxeadores tienen sus códigos para todo, eh.

—Bueno, para nosotros la vida es como el boxeo. —Apretó su puño manchado en sangre y sonrió levemente—. Mi papá siempre decía que cada caída representaba un problema en la vida. Siempre van a haber, y aunque duelen, y parece que no podemos mover las piernas, ni los brazos, con algo de esfuerzo nos volvemos a poner de pie siempre. Y eso mismo es lo que debemos hacer todos los días. —Sus ojitos brillaron al decirlo, y sentí un regocijo en el pecho al escucharlo. Ah... esto es. Esa mirada, es por lo que me enamoré de él. Recordé las primeras veces que me encontré con él en el río. Esas veces que me habló de su contragolpe, de su papá. Y lo que vivió en Tailandia junto a ese niño. Esas cosas me demostraban lo honesto que es con su boxeo, lo mucho que le gusta. Esta es la persona que yo admiré tanto. Limpié mis ojos aguados antes de que caiga una lagrima. Me miró preocupado y posó su mano en mi rodilla—. Emma, ¿Estás bien?

—Sí. Estoy bien. —luego de un suspiro, y su rostro de inconformidad, pasé mi mano por su cabeza, y le di unos golpecitos. Así como él hacía conmigo—. ¿Nos vamos? debes estar cansado.

Abrió sus ojos con ilusión. Quizá era la primera vez que lo trataban como un niño. Su padre fue su estricto entrenador desde siempre, y su madre murió de una enfermedad cuando era muy joven. Sólo podía pensar que tal vez esa sea la causa de su increíble disciplina. Pero también su falta de cariño. Por eso le cuesta tanto expresarse, no sabe como se demuestra el amor. Me seguía mirando atento, deslicé mis dedos por su nuca y lo atraje hacia mi. Hice que apoyara su cabeza en mi pecho para acariciar su cabello. Ni se movió. Tal vez ni siquiera entendía lo que estaba pasando, (considerando que estuvimos discutiendo minutos atrás) pero se quedó quieto largos segundos hasta que lo solté y le di unos golpecitos en la pierna. Me levanté de la banca y le extendí mi mano con una sonrisa. Sus ojos grandes pestañearon varias veces incrédulos antes de entrelazar sus dedos con los míos.

No sé por qué yo daba por hecho esta diferencia de edad como algo absoluto. Ambos carecemos de cosas que podemos completar. Al igual que cualquier otra persona. Jack tal vez no sea el adulto impenetrable que yo creía, y tal vez así este bien. Así me gusta.

Marc y Ethan esperaban atentos nuestro regreso. Parecía que Et estuvo comiéndose las uñas de los nervios todo el rato que no estuvimos, pero al vernos entrar de la mano, se relajaron un poco. Nos sentamos en el sillón con Maya, mientras yo trataba las heridas de sus nudillos. No podía ni imaginarme la intensidad de los golpes para tener que quedar así. Jack podía matar a alguien con sus propias manos, y no sé cómo debería sentirme yo con eso. Espero que Ryan se trate las heridas de su rostro, también.

Cuando terminé de vendar, vi sus ojos cerrados, aún con Maya en sus piernas. Sonreí inevitablemente. Ya era tarde, y Ethan y Marc se habían ido a acostar hace un rato. Hice que Maya se bajara, y le di un beso en la mejilla a Jack. Lo desperté apenas, me miró adormilado y volvió a cerrar los ojos.

—Vamos a cama. —dije, moviendo su brazo—. No te puedo cargar.

Finalmente asintió y se levantó. Me dio las gracias al ver su vendaje, se sacó la ropa aún adormilado, quedando solo en boxers y metiéndose a la cama velozmente. Me aguante la risa el verlo. Me puse pijama y me acosté a su lado. Era la primera vez que dormíamos en una cama tan pequeña los dos. Me rodeó con su brazo apenas me sintió allí. Besó mi cabeza y susurró un perezoso: Te amo antes de quedarse dormido definitivamente. Estiré la manta para tapar su pecho descubierto y dejé mi mano sobre él.

—Yo igual te amo... —susurré—. Idiota. 

EMMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora