Atrapados en la tormenta

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—¡Emma! —me alcanzó con facilidad, tomó mi muñeca para detenerme y la soltó enseguida—. P-por qué... siempre huyes de mí.

Miré la punta de su nariz enrojecida y tragué saliva. Tuve que recuperar el aliento antes de poder responderle. Mi garganta ardía con el viento helado. La nieve seguía cayendo feroz y mis manos quedaron tiesas del frío.

—¡Es tu culpa! —exclamé. Él abrió los ojos indignado—. ¡Tú y tu coqueteo me tienen harta!

—¿Qué dices? ¡No estoy coqueteándote!

—¡Y lo de recién qué fue entonces! —estaba por decir algo y se detuvo. Fijó su vista al piso y negó con la cabeza.

—No me eches la culpa a mí. La otra vez también huiste y no fui yo el que se colgó de tu nuca y trato de besarte.

Sentí mis mejillas arder. Tenía razón. Él siempre ha sido de naturaleza pícara. Era así conmigo y con Jack por igual. Tal vez no es intencionado, sin embargo yo, que no soy así, lo toquetee entero y traté de poner mis labios sobre los suyos. ¿Qué me pasa? Apreté mis puños con rabia.

—¡AHHH! —grité al cielo. El rubio me miró como si estuviese loca—. ¡Ya estoy cansada! —me di media vuelta y comencé a caminar.

—¡Emma a dónde vas!

—¡A llamar a Jack!

—¿Qué dices? ¡No hay señal!

—¡Pues la buscaré! —lo ignoré y seguí caminando por el sendero oscuro. El cielo nublado no permitía ni que la luna iluminara mi camino. Levanté el brazo en busca de una barrita, pero la equis no desaparecía. ¡Maldición, yo sabía que este viaje sería un desastre! pisé una pequeña montaña de nieve que se había formado. Elevé el celular lo más que pude, y vi una de las barritas de señal aparecer—. ¡Aquí hay! —grité emocionada.

—¡Emma cuidado!

Escuché su voz preocupada al mismo tiempo la montañita se deshacía y mi pie se resbalaba en el hielo. Mi celular salió volando y yo caí metros abajo deslizándome entre los pinos. Grité como una niña asustada hasta chocar contra un tronco y detenerme. Abrí los ojos confundida, me había golpeado la espalda y sentí el dolor latente en mi omóplato. No podía ver nada. La luz del auto ya no iluminaba mi camino, mi celular lo había perdido y el sendero en el que estábamos parecía ahora muy lejano en una cuesta arriba. Me levanté y sacudí mis jeans, que ya estaban completamente empapados.

—¡EMMA! —escuché con claridad la voz de Ryan a pesar de lo fuerte que resonaba el viento. Miré hacia arriba en un intento de encontrarlo, pero no podía ver nada.

—¡RYAN! —grité de vuelta. Una pequeña luz se encendió y pude ver desde dónde me estaba llamando.

—¡No te muevas de ahí! ¡Voy por ti!

—¡Ten cuidado! ¡Está muy... —escuché un quejido de su parte y luego vi la luz volando por los cielos. El celular cayó a mi lado y luego una enorme bola de nieve se formó y rodó hasta chocar con un árbol en frente—. Resbaloso... —corrí hasta encontrarlo enterrado en la nieve y quejándose del dolor. Le estiré mi mano para levantarlo. Ryan limpió su chaleco y acarició su cabeza, que al parecer se había golpeado.

—¿Estás bien? —preguntamos al unísono.

—Si. —respondimos de nuevo.

Intercambiamos miradas y nos largamos a reír como un par de idiotas.

—¡C-cómo puedes ser tan torpe! —grité decepcionada—. ¡Se suponía que venías a rescatarme y sales volando de esa forma!

—¡Quién fue la que quería encontrar señal en medio de la nada!

—¡Oye logré una barrita! —levanté el dedo en señal de hazaña y él puso sus manos en sus caderas.

—¿Ah sí? ¿Y dónde está ahora tu celular?

Di un giro de 360 grados, me mareé con la oscuridad y volví a mirar su rostro.

—Se me perdió. —admití. Ryan empezó a caminar en círculos colapsado con la situación.

—Ahora sí moriremos de frío.

Era la primera vez que lo veía así de estresado. Todo lo que nos rodeaba era nieve, árboles y más nieve. Ya no podía sentir mis pies o mis manos. Mis piernas tiritaban y mi espalda dolía. Eso sin mencionar que tenía unas enormes ganas de hacer pipí desde hace ya mucho tiempo. Me desesperé. Salieron lagrimas de mis mejillas y di saltitos inútiles en mi lugar para entrar en calor.

—¡Lo siento! —exclamé sollozando. Ryan volteó preocupado. Se acercó a mí y puso sus manos en mis hombros—. ¡Fue mi culpa! ¡Tienes razón! ¡Ahora moriremos y de esta forma tan patética! —respiré con fuerzas para tragarme los mocos.

—Emma. Emma. Cálmate. Mírame. —pidió. Traté de respirar correctamente y fijé mi vista en sus ojos verdes—. Mía y Jack deben estar por llegar con ayuda. No estamos tan lejos del auto, cuando pasen por aquí gritaremos con todas nuestras fuerzas y ellos vendrán a salvarnos. ¿Okey? —Asentí varias veces. Él limpió las lágrimas de mis mejillas y sonrió—. Tranquila. No dejaré que mueras congelada.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Quitó sus manos de mis hombros cuando me notó más tranquila. Arreglé mi cabello y suspiré.

—Quiero hacer pipí. —Admití. Sus ojos se abrieron de la sorpresa.

—Pues anda. Yo te espero.

Caminé hasta un árbol y me escondí detrás. Sería la primera vez que hago pipí en público. Y Ryan está aquí para variar. Ya me vio vomitando en la calle y ahora esto. Debe tener una hermosa impresión de mí, sin duda. Bajé mis jeans y me agaché con la espalda apoyada en el pino. Sentí una brisa helada correr por mi trasero, pero estaba tan congelado que ni me importó. Estuve así largos segundos y luego me levanté. Arreglé mi ropa y volví con Ryan que esperaba de espaldas.

Yo tenía abrigo. Pero él estaba sólo con un chaleco empapado y pegado al cuerpo. Intercambiamos miradas en silencio. Él sonreía, en vez de estar enojado, sonreía al verme. Me pegué a su lado para entrar en calor. Ryan se quedó inmóvil.

—¡Abrázame, estúpido! —pedí. Pestañeó varias veces antes de reaccionar. Pegué mi rostro a su pecho y rodeé su espalda con mis brazos. Se demoró algunos segundos en devolverme el abrazo. Sentí su cuerpo cálido en mis mejillas y cerré los ojos. Era mucho mejor estar así. Los dos temblábamos de frío, pero juntos. Eso definitivamente es mejor que solos. Estuvimos así en silencio. Ni nos dimos cuenta cuando la tormenta cesó. Sentí cómo apoyó su cabeza en mi hombro. No sé si fue idea mía, pero juré que sus labios rozaron mi oreja. De repente quería quedarme así más tiempo. No quería que nos encontraran nunca. Pensé eso, y luego se escuchó la nieve crujir con fuerzas encima nuestro. Unas luces aparecieron iluminando la calle de arriba. Era un auto. Eran ellos. Era Jack...

EMMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora