Sueño perdido

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Pasaron los días. Tranquilos y alegres. Hablé todos los días con mi mamá, que se había ido de viaje con Daniel. En las mañanas salía con Ryan, algunas noches me quedé a dormir con él también. A veces no hacíamos nada, sólo nos quedábamos ahí, conversando sobre la vida. Él es un persona muy especial, sus filosofías y pensamientos siempre me sorprenden. Ethan y Marc estaban bien, y por lo mismo, Marc estaba en su mejor momento en el fútbol. En las noches tomábamos cerveza y recordábamos cosas en la terraza. Quería que conocieran a Ryan, pero tal vez era algo pronto. Ellos que son mis mejores amigos, no podían olvidar con facilidad lo que pasó hace un año y medio. Y lo entiendo.

Un día paseaba con Ryan por el puerto, como siempre. Cuando un accidente ocurrió. Jamás pensé en ese momento que aquel amiguito me ayudaría tanto.

—¡EMMA!

Antes de que me diera cuenta ya estaba corriendo. Ryan me seguía desde atrás. Crucé la calle y llegué hasta el perrito herido. El auto se había dado a la fuga. Ryan detuvo el tránsito delante mío. Los bocinazos eran insaciables en aquel cruce tan concurrido. La sangre corría por sus patas de atrás. La lluvia incrementó ruidosa, escurriéndose por el cemento. Me saqué mi sudadera y cubrí al pequeño entre mis brazos.

—¡¿Dónde hay un veterinario por aquí?! —exclamé desesperada. Ryan parecía conmocionado. Miró como mi abrigo se manchaba de sangre, con los ojos temblando—. ¡Ryan!

—¡P-por aquí! —dijo, guiándome por una calle cercana.

Tuvimos la suerte de estar cerca de uno. En minutos llegamos, le supliqué mil cosas al veterinario, él lo tomó entre sus brazos y nos dijo: Haremos lo que podamos.

Minutos después estábamos solos esperando. Las demás chicas que trabajaban ahí se fueron con él a la habitación de atrás. La lluvia siguió chocando contra las ventanas. Ryan se sentó en una silla, y me dijo que hiciera lo mismo. Moví mis piernas pesadas y me dejé caer. Sólo entonces noté que mis manos y mi camiseta estaban ensuciadas con la sangre.

—Emma. ¿Estás bien?

Sólo esas palabras fueron necesarias para que me largara a llorar. Ryan me rodeó con sus brazos. A él también le corrían las lágrimas por los ojos. Eso que vimos fue horrible. El ruido de la ciudad, escondiendo el llanto de ese pobre perro que habían atropellado. Era tan pequeño. No superaba los seis meses y estaba allí solo, perdido.

Pasó más de una hora cuando el veterinario volvió. Traía su rostro tapado en una mascarilla blanca, que se quitó cuando llegamos a su lado.

—Está bien. —dijo, con una sonrisa. Sentí un peso caer de mis hombros. Ryan deslizó su mano por mi espalda—. Tuvo mucha suerte. El auto pasó a llevar sus dos patas traseras, pero no hubo ningún daño a algún órgano ni tampoco astillas que pudieran complicar la situación. Podrá moverlas de nuevo. Va a estar bien.

—Muchas gracias. —suspiré aliviada.

—¿Ustedes son los dueños?

—No, solo íbamos pasando por allí cuando lo vimos todo. El auto escapó.

—Ya veo. El problema aquí es que necesitará una ardua rehabilitación. Es difícil encontrar a alguien que quiera adoptar un perro en estas condiciones.

Asentí con tristeza. Tiene razón. ¿Qué puedo hacer?

—Yo lo adoptaré. —anunció Ryan. Los dos lo miramos sorprendidos.

—¿Estás seguro? —pregunté yo. Él asintió.

—En ese caso no habrá problema. —siguió el veterinario—. Ayudaremos en todo para facilitar su recuperación. Hace poco nos llegó el nuevo equipo de ruedas traseras para que pueda moverse mientras sus patitas sanan. Ah, y no se preocupen por los gastos. Esto fue un accidente. Y es mi forma de agradecerles por salvar la vida de este amiguito y darle un hogar.

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