¿Qué le diría? No Ryan, la verdad es que nos peleamos mucho últimamente, incluso ayer discutimos y él se fue del hotel, para luego llegar a no sé qué hora de la madrugada e irse más temprano de lo usual a su entrenamiento. (Por lo menos durmió en la cama).
—Todo bien. —respondí con completa naturalidad. Empequeñeció sus ojos, no se conformó con mi respuesta. Finalmente asintió.
—Ya veo.
Me quedé con mis dedos cruzados girando mis pulgares en su eje, rozando el uno con el otro. Quería preguntar. ¿Pensaría que soy infantil? abrí la boca pronunciando su nombre en forma de susurro.
—Ryan y tu...
—¿Te refieres a Mía y yo? —me interrumpió. Formó una línea recta con sus labios formando sus margaritas—. Aunque te diga que no es nada, no me creerás.
—Tienes razón. —me miró sonriente.
—Es complicado supongo. Conocí a Mía en la cárcel. —admitió, me asombró tanto la noticia que le bajé el volumen a la televisión y me senté en la cama para verlo mejor—. Ella era la psicoterapeuta. —corrigió, haciéndome suspirar de alivio. Ya me la imaginaba en la cárcel por homicidio y yo mirándola feo. Temí por mi vida unos segundos—. La asignaron para ayudarme con mi condición, teníamos sesiones tres veces por semana. Al principio todo bien, pero luego...
—Se enamoró de ti... —concluí. Ryan sonrió con tristeza como respuesta. Me pregunté por qué su expresión. Ella es hermosa, ¿No debería estar feliz?—. No me digas que tienes miedo de perder tu libertad o algo por el estilo... —Se rio al escucharme.
—No es eso. Mía es genial. Da algo de miedo, pero me ha ayudado mucho. —se detuvo unos segundos con la cabeza baja y los ojitos brillando—. Como sea, fue por eso que no pudo seguir haciéndome las terapias, y me derivaron aquí, donde se supone hay uno de los mejores psicoterapeutas del mundo.
—Ya veo.
De repente me di cuenta. No es que Ryan le haya contado sobre mí, es que inevitablemente ella debía saber porque era su terapeuta. Sentí cierto alivio al darme cuenta de eso. Cuando Ryan prometió no revelar mi nombre al mundo, finalmente cumplió. Tal vez Mía sea la única persona que sepa lo que pasó esa noche, además de nosotros.
—Pero de lo de ayer... —empezó, levantando su cabeza para verme con inseguridad. Tragué con dificultad. Lo diría, le diría y yo quedaría como la niña pequeña que huyó por casi ver un beso. Debe pensar que sigo virgen...
—¡Perdón por irme así! —exclamé antes de que pudiera seguir hablando—. Tenía que sacar a pasear a mi perra y darle de comida. Ya era algo tarde, por eso.
Asintió. Con la amabilidad de no seguir preguntando. Pasé mi mano por mi frente para limpiar un sudor imaginario que sentí caer del nerviosismo. Me levanté de la cama y me escondí en el baño. ¡Mierda Emma qué te pasa! golpeé mi rostro para entrar en razón. De repente todos esos recuerdos en el lago volvieron a mí. Y no aquel en el restaurant, que para mi mente fue el único existente el último año. Sino que esos en que sentí algo raro por este rubio sonriente y su actitud. Como desde la primera vez que posó su cuerpo innecesariamente cerca del mío en la cocina, hasta cuando me consoló por lo de Ethan, e incluso cuando me prestó su crema anti quemaduras y la deslizó por mi espalda semidesnuda en su cabaña. Tenía que irme. Me empezó a dar calor allí dentro. Mojé mi nuca con agua helada cuando escuché la puerta abrirse. Llegó la loca...
—¿Está la pendeja todavía? —la escuché gritar por el pasillo.
—No le digas así... —la voz dulce de Ryan.
Hubo un silencio.
Luego el sonido de un beso.
Sentí mi corazón en la garganta. Abrí la puerta tratando de huir, (sí, de nuevo) pero me topé justo con ella en el pasillo. Llevaba su cabello castaño suelto y perfectamente alborotado. Además de unos jeans negros apretados con una camiseta con escote que revelaba sus perfectos pechos redondos. Y no, no eran de silicona. Me miró desde arriba con una sonrisa burlona.
—¿Estabas cagando? —preguntó, deslizando sus labios en una curva. Rodé los ojos.
—Ah, ¿Ya llegaste? —solté con desinterés. Me encaminé a la sala en busca de mis cosas—. Me voy entonces.
Se posicionó justo frente la puerta con una sonrisa.
—¡Nah! ¡Hoy llegué temprano! ¡Celebremos! Justo compré un vino maravilloso de camino. ¡Quédate a tomar un poco con nosotros!
—Ryan no puede tomar. —la corté al seco. Ella hizo un puchero.
—Cierto. ¡Bueno entonces sólo nosotras dos! ¡Noche de chicas! ¿Si? —observé su cínica mirada con asco. Unos pasos se acercaron por el pasillo y se detuvieron a mi lado.
—No, gracias. Ya me tengo que ir. —traté de esquivarla para pasar, pero ella cruzó su brazo por la puerta.
—¡Vamos que más tienes que hacer? ¿Ser ama de casa? ¿Esperar a que tu bello boxeador regrese y te dé bola?
Achiqué los ojos de pura rabia. Intercambiamos miradas intensas. Pasó su lengua por sus labios de manera provocativa. Quiero pegarle ¡Quiero pegarle!
—Vamos Mía no la molestes. —intervino Ryan—. Si no puede no la obligues.
—¡Ay cierto, perdón! —exclamó mirándolo—. ¡Olvidé que debe pedirle permiso a su mami para beber! —volvió a mi, y se agachó para quedar a mi altura—. ¿O tal vez a tu papi?
Bien, perfecto. Me estaba provocando y puta mierda que estaba funcionando. Me mordí el labio de abajo y miré de reojo a Ryan que parecía espantado con la situación. Si le decía que sí, ella ganaba. No puedo ganarle al vino, después de todo. Pero si me iba ahora, ella también ganaba y además yo quedaba como una cobarde. ¿Qué se puede hacer en una batalla que ya sabes que está perdida? ¿Retirarte? Sonreí malévola.
—¡Bueno si tanto insistes! —me crucé de brazos y ladeé la cabeza con una sonrisa—. ¿Dónde está ese vino barato?
Ryan se tomó la cabeza pidiendo paciencia a alguna entidad del cielo. La rubia pasó su lengua por su mejilla claramente cabreada con mi comentario. No quité en ningún momento mi sonrisa de perra mala. Oooh sí. Esto es guerra.
ESTÁS LEYENDO
EMMA
RomanceSEGUNDA PARTE DE JACK CALLEN. * Emma es una joven de dieciocho años que está por empezar una nueva etapa en su vida. Desechar traumas y recuerdos nunca es fácil. Sobretodo cuando aquel boxeador profesional aparece de nuevo en su vida con una propues...