No tengo miedo

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Caminamos por los pasillos los tres. Mía no soltó el brazo de Ryan mientras volvíamos a nuestras habitaciones. Al mismo tiempo lo golpeaba y se quejaba de su actitud con Jack. ¡No lo provoques más! ¡Mira que para Emma y para mi es bastante incómodo que ustedes no se lleven bien! ¡Vinimos de vacaciones! le dijo. Haciéndolo disculparse con facilidad. Ellos entraron a su habitación entre risas y bromas. Me despedí con la mano y me detuve frente a mi puerta. La cena se había arruinado por completo. Y en parte fue porque yo salí corriendo. Abrí la puerta y me rodeó instantáneamente un silencio penetrante. De seguro muy distinto a como es enfrente.

Me encontré a Jack mirando hacia el ventanal. Me detuve detrás de él y levanté mis talones del piso y los dejé caer.

—Perdón. Por no decirte. —soltó de repente. Volteó a verme y mordió su labio por dentro—. No pondré más excusas. Simplemente soy un idiota.

Miré sus ojos cafés y suspiré. Sentí que había pasado una eternidad desde la última vez que nos veíamos así.

—Es algo inusual que te digas idiota a ti mismo. —comenté. Se encogió de hombros.

—Cuando se trata de ti lo soy.

Levantó las cejas como buscando aprobación. Se me escapó una risita de la ternura. Me acerqué a él de puntillas y posé mis manos en sus mejillas.

—Mira, quiero que me cuentes todo. Ya sea innecesario o no. Porque si no lo haces, yo me siento insegura. —Pestañeó varias veces y asintió con la cabeza.

—Está bien. —accedió. Besé sus labios y me alejé. Enseguida me buscó, posando sus manos en mi cintura. Me reí de las cosquillas. Buscó mi lengua entrelazándose conmigo por largos segundos. Me di cuenta que lo extrañaba. Lo deseaba y lo quería a mi lado siempre. No sé cómo, pero quizá la conversación con Mía me había ayudado. De pronto ya no me sentía sola en Alemania. Mi enemiga era ahora una amiga.

Nos besamos y caminamos por el pasillo entre tropiezos y risas. Hasta que sentí la cama en la parte trasera de mis piernas y me dejé caer sobre ella. Jack me siguió. Me buscó con la mirada y acarició mi brazo, desde la punta de mis dedos hasta mi hombro. Posó sus labios en mi cuello mientras indagaba por debajo de mi ropa. Estiré el cuello del regocijo. Lo tomé de la barbilla para acercarlo a mí. Raspando levemente mis dedos con una corta barba que comenzaba a crecer. Subí mi rodilla por entremedio de sus piernas, sentí su erección y sonreí. Él negó con la cabeza.

—Eres mala. —susurró. Solté una risita y lo atraje hacia mi. Comencé a desabotonar su camisa uno por uno. Él soltó su cinturón y lo lanzó lejos. Cuando tuve a la vista sus abdominales, me tomó de las piernas y me levantó fácilmente hasta pegarme en su torso. Me afirmé de sus hombros mientras intercambiamos miradas, iluminados con la blancura de afuera. Besé el lunar que tiene en el puente de su nariz. Sus ojos brillaban—. Te extrañaba. —admitió.

—Yo también...

¿Acaso era normal? ambos nos extrañamos aún estando juntos. Teníamos la posibilidad de compartir cama todas las noches, algo que antes parecía una ilusión muy lejana, y sin embargo ahora parece insuficiente. Me quité mi chaleco y luego el bralette. Posé mis manos en sus hombros y deslicé su camisa para terminar de sacarla. Su piel era cálida. Acerqué mi nariz por su pecho y subí hasta su cuello para darle un beso. Rodeó mi cintura con sus manos y subió por mi espalda mientras besaba todo espacio de piel que encontró.

—Estás helada —susurró. Buscó mi mirada, deslizando los mechones de cabello que habían caído sobre mi rostro. Negué con la cabeza. Tomé su mano y sonreí.

—Estoy perfectamente.

Acarició mis dedos y se llevó mi mano hasta sus labios para luego besar mis nudillos con dulzura.

EMMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora