Capítulo 4

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Jadeos, agitación, pánico. Pesadillas.

Abro los ojos de golpe y parpadeo tratando de recordar en dónde jodidos estoy. Poco a poco soy consciente de la pequeña mano que se apoya contra el centro de mi pecho mientras su cabeza descansa en mi hombro.

Ana.

Presa del pánico, me deslizo de la cama como un jodido gato asustado para alejarme de su toque que quema y tomar una ducha que me despabile.

Miro el reloj sobre la mesita de noche indicando que son casi las 8 de la mañana y yo aún sigo en la puta cama.

— Despierta, es hora de ir a ver a la doctora Greene.

Le gruño a la chiquilla que se hace un ovillo en el centro de la cama para ignorarme, así que tiro de la sábana para descubrirla.

— Que te levantes de una vez, maldita sea. No vamos a perder esa cita.

— ¿Por qué? — Chilla. — ¡Tengo sueño!

Se levanta de la cama con ese camisón gris de seda que me gusta, pero cuando pasa junto a mí, puedo ver que los círculos púrpuras bajo sus ojos aún lucen muy marcados.

— ¿Dormiste bien?

— Dormiría mejor si no estuvieras gritando por todos lados, ¡No soy una niña!

— Pues lo pareces, ahora alistate para que tomes el desayuno.

Tomo una ducha rápida y me visto frente al espejo del clóset, viendo por el reflejo a Ana salir de la ducha envuelta en una toalla. Se detiene a mi lado y revisa la ropa varias veces.

— ¿Ahora qué? — Le gruño.

— No encuentro nada que me guste. — Frunce las cejas. — Todos esos vestidos y lo único que quiero son unos jeans y tenis.

— Viste como te dé la jodida gana, pero hazlo ahora.

Salgo de la habitación para darle tiempo a que termine mientras voy al comedor. Gail ya tiene un plato servido para mí, así que me siento a beber mi café y comer los huevos revueltos con tocino.

— Algo huele delicioso. — Canturrea la chiquilla cuando baja la escalera. — ¿Qué hay de desayunar?

Bajo el periódico a tiempo para ver a la señora Jones entregarle un enorme vaso de alguna mierda verde y una fruta. La expresión de Ana me causa risa.

— ¡¿Qué rayos es esto?! ¡No voy a beberlo!

— Hazlo. — Le gruño.

— ¡Se ve asqueroso! Quiero un desayuno como el tuyo.

Viene hasta mi, deja el batido verde en la mesa y le echa un vistazo a mi plato.

— No hasta que la doctora Greene te dé una dieta especial para ti.

— ¿Dieta especial? ¿Estás loco? ¡Puedo comer lo que sea!

— No, no puedes. Ahora cierra la boca y toma el jugo que Gail preparó para ti para que podamos irnos.

— Es injusto.

— No me interesa.

Levanto de nuevo el periódico y termino mi taza de café. Es lunes en la mañana, debería estar en Grey House pero en lugar de eso sigo en Broadview discutiendo con la jodida chiquilla.

Hace muecas hasta que termina su bebida y puedo sentir su mirada furiosa sobre mi. Por fortuna, Jason aparece para decirme que el auto está listo para partir.

Él y Prescott toman los lugares al frente, Ana y yo subimos en la parte trasera de la suv esperando llegar a la clínica de especialidades.

— Tenemos una cita con la doctora Greene. — Le digo a la enfermera del mostrador.

— Por aquí, señor Grey.

Ella señala hacia la puerta para que la sigamos, pero giro hacia Ana al ver qué no camina.

— ¿Señor Grey? — Su pequeña ceja se arquea. — ¿Consultas mucho a la ginecóloga?

— No es tu asunto, camina.

Tiro de su brazo para llevarla conmigo al consultorio. La obligo a sentarse en la silla junto a mí mientras la doctora Greene nos sonríe.

— Señor Grey, ¿Qué puedo hacer por usted? — Ana me lanza otra miradita extraña.

— Está embarazada, necesita control prenatal, dieta, vitaminas y seguramente vacunas.

La cara de la doctora Greene es de total asombro, la imbécil ni siquiera disimula cuando sus ojos pasan de mi a Ana y viceversa.

— ¿Puede hacerlo o tengo que buscar otro médico?

— Lo... Lo siento, señor Grey. Si, claro que puedo hacerlo. Ven conmigo, querida.

Señala hacia la habitación de un lado y la pequeña necia me mira confundida. ¿Tengo que arrastrarla también a dónde le indican?

— ¡Ve! — Le gruño. — Mueve ese pequeño trasero ahora.

Me mira de nuevo con fastidio, pero se levanta para seguir a la doctora. La escucho pedirle que se coloque una bata y se recueste en una camilla.

— Señor Grey, ¿Quiere ver?

Me levanto de la silla para ir a dónde me llama. En la sala del ecógrafo, Ana se encuentra sobre una extraña silla y la doctora le pasa el aparato por su aún vientre plano.

— ¿Quiere saber de cuánto está?

— Si.

Mueve el aparato, pero lo comprendo cuando veo la imagen en la pantalla. Una cosa diminuta destella y ella señala el corazón.

— Yo diría que son 8 semanas, y todo se ve bien.

8 semanas.

8 jodidas semanas.

Esto es real, está embarazada y seguramente entre nuestro primer acuerdo y su estancia involuntaria en mi casa ocurrió el milagrito.

Mierda.

Un hijo. Estoy jodido. No hay forma en que yo salga de esto, tengo que hacerme responsable del niño o los Grey van a odiarme más de lo que ya lo hacen.

— Esperaré en su oficina.

Necesito aire, necesito salir. Tal vez debería retomar mis trotes de la mañana, como antes lo hacía por la bahía. Solo que ahora no importa cuánto corra, no hay forma de que huya de esta nueva responsabilidad.

Finalmente se sienta frente al escritorio y comienza a garabatear cosas sobre la hoja de papel, ni siquiera estoy prestando atención a lo que dice cuando Ana se sienta de nuevo a mi lado.

Me entrega las hojas que parecen ser una preescripción de vitaminas, una lista de comidas saludables, una tarjeta de salud y un folleto informativo.

Estrecho su mano y salgo del consultorio con Ana caminando detrás de mí. Andrea realizó el pago por transferencia cuando realizó la cita, así que solo le entrego las hojas a Jason para que compre lo que haga falta y entregue la lista de comidas a Gail.

— ¿A dónde vamos ahora? — Pregunta cuando volvemos a subir al auto.

— Yo tengo que ir a mi oficina, tu volverás con Prescott a la casa.

— ¿Volver? ¡Oh no! No quiero estar encerrada ahí, ¿No puedes llevarme contigo?

— No.

— ¿Por qué no?

— Porque es mi maldito trabajo.

— Pero eres el jefe y ya me llevaste antes, ¿Por qué no puedo ir contigo ahora?

— ¡Porque no quiero tener que vigilarte cada maldito segundo!

— ¡Pues no lo hagas! ¡No soy una niña pequeña!

— Lo pareces. — Le gruño de nuevo.

¿Cómo es que ésta chiquilla es capaz de sacar lo peor de mi con tanta facilidad? Ni siquiera tiene que esforzarse.

— Bien, te llevaré conmigo y estarás toda la jodida mañana sentada donde pueda verte, ¿Entendiste?

— Si, papá. — Pone los ojos en blanco y mira de nuevo por la ventanilla.

Oscuro (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora