Capítulo 52

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— Estoy muy agradecido por la oportunidad, Señor Grey. Y su secretaria ha sido muy amable mostrándome todo lo necesario para hacer los informes como usted los pidió. — Jefferson sigue parloteando a pesar de que no estoy prestando atención. — De hecho todos han sido muy amables, el Señor Barney me mostró los últimos prototipos de los drones con celdas solares y...

— Me alegro. — Le gruño para que cierre la jodida boca. — ¿Alguna otra duda?

— No... Bueno, si. Me gustaría saber si los comparativos de las ganancias los prefiere en gráficos o solo en comparativo.

— Gráficos.

— Como diga, jefe. Mi esposa está muy emocionada porque por fin podemos tener la casa grande que necesitamos. Por cierto, ¿Cómo está su esposa?

— Bien.

— ¿Ansiosos ya por el bebé? Nosotros apenas vamos en el segundo trimestre.

— Nació el mes pasado. — ¿Por qué mierdas sigue este idiota en mi oficina?

— ¿De verdad? ¡Felicidades! Los niños son tan bonitos y hacen que todo se sienta mejor.

— Si.

— Será solo unos meses más grande que mi nena...

Mierda.

Estoy perdiendo la jodida paciencia con este chico. ¿Cuál era el otro candidato? ¿El mudo?

— Si, ya entendí. Están emocionados por ser padres. — Le hago una seña con la mano para que corte su puto discurso.

— Oh no. Ya tenemos dos nenas en casa, nos casamos muy jóvenes. Pero igual nos emociona tener otro integrante.

— ¿Dos más? Creí que era la primera. — Digo sintiendo un poco de curiosidad. — Supongo que es difícil tener un trabajo a tiempo completo con un pequeño ejército esperando en casa.

— Lo es, pero haría lo que sea por mis niñas. De nuevo gracias por la oportunidad, señor Grey.

Andrea golpea la puerta de la oficina y se asoma para hacerme saber que mi próxima reunión empezará pronto en la sala de juntas.

— Será mejor que me adelante, jefe. Con su permiso.

Toma sus carpetas y sale de mi oficina con su jodida sonrisa amistosa, mi ceño fruncido mientras se aleja.

— Señor Grey, los chocolates que encargó de Chocolat Vitale están aquí.

— Gracias.

Mía y su estúpida idea de chocolates tendrá que funcionar. No son chocolates suizos sino italianos de una tienda local de chocolate artesanal, lo que sea que esa mierda signifique.

Apenas puedo concentrarme durante las reuniones por la ansiedad de volver a casa. Volví al trabajo hace dos días, tomando horas extras para ponerme al corriente sabiendo que en casa no podría hacerlo.

Son casi las ocho cuando finalmente termino de corregir el reporte de Cohen, revisar las gráficas y las cuentas del departamento de Finanzas. Incluso Taylor está ansioso, no lo veo pero escucho sus pasos ir y venir afuera de mi oficina.

— Estoy listo. Podemos irnos.

No olvido tomar la caja de chocolates de la pequeña cocina detrás de la oficina de Andrea antes de tomar el ascensor. Cuando llegamos a Broadview, las luces de la sala y la cocina son tenues.

— Buenas noches, ¿Le sirvo la cena? — Gail nos recibe.

— Si. ¿Ana cenó?

— Apenas probó un bocado, señor. Creo que estaba exhausta.

— Hablaré con ella. — Dejo el maletín en la silla y llevo la caja de chocolates conmigo hasta la habitación. — ¿Ana?

La televisión está encendida con el volumen muy bajo, Ted dormido en su cuna y ella dormida en la cama llevando aún pantalones y blusa.

— ¿Nena? Tengo algo para ti. — Dejo la caja en la mesita y toco su mejilla. — ¿Nena? Mierda, ¿Qué es ese olor?

— Vómito. — Susurra con los ojos cerrados. — Teddy manchó mi ropa.

— ¿Y piensas dormir así? Es mejor que te cambies.

Le digo, pero no se mueve de su lugar en la cama. Lo único que se me ocurre en este momento es desvestirla yo mismo.

— Ven aquí. — Tiro de su mano para enderezarla. — Te llevaré a la ducha.

— No quiero una ducha, quiero dormir. — Su voz adormilada me causa gracia. La cargo con cuidado y la llevo al baño.

— Dormirás mejor sin ese apestoso olor. Incluso yo dormiré mejor. — La recargo contra la encimera para que no se tambalee y le saco la ropa sucia.

— Solo quieres verme desnuda.

— Es cierto.

Abro la llave del agua caliente y me aseguro de que el agua esté tibia. Le hago una seña para que entre pero sigue recargada con los ojos cerrados.

— Ven aquí. — Paso el brazo por su cintura. — Agárrate de mi si no quieres golpear tu cabeza necia con el piso.

Suelta una risita.

— ¿Serías capaz de dejarme caer?

— Hmm. — Golpeo mi barbilla con el dedo. — No.

Apoyo las manos en sus hombros para estabilizarla bajo el chorro de agua tibia, su cabeza cayendo hacia atrás para que el agua resbale por su pecho.

— ¿Puedes ponerte el jabón? ¿Ana?

La inclino hacia atrás para mirarla, haciendo que se sobresalte y sus ojos se abran rápidamente. Mierda, ella realmente se está quedando dormida.

Me quito los zapatos y los lanzo con su puntapié antes de meterme a la ducha con Ana. La sostengo con un brazo y con el otro dirijo su cabeza bajo el chorro de agua.

— ¿Qué haces? — Balbucea.

— Te ayudo a lavar tu cabello.

— ¿Por qué?

— Me preocupa que te ahogues, o te caigas. Amo a mi hijo, pero esa mierda parece ácido en lugar de vómito de leche.

— ¿Qué? — Sus ojos se abren de golpe.

Mierda.

Lo dije.

Realmente lo dije.

Me concentro en sacar su cabeza del agua para poner el shampoo y hacer espuma mientras lo froto. El aroma de coco de su jabón habitual inunda el pequeño espacio. Luego enjuago antes de poner el gel de ducha.

— Déjame cuidarte. — Susurro antes de girarla hacia mi. Sus ojos azules y brillantes siguen confundidos mientras procesa mis palabras.

Luego sonríe.

— Aún creo que eres un pervertido aprovechando el momento para toquetearme. — Sonrío ampliamente.

— Nena, yo siempre quiero poner mis manos en ti. Ahora levanta los brazos para que te enjabone.

Me tomo mi tiempo frontando la esponja con gel de baño por su pecho, vientre, brazos y piernas, enjuagando su cuerpo antes de envolverla en la toalla.

— Puedo caminar. — Dice cuando intento cargarla de nuevo.

— Tienes los pies mojados, puedes resbalar. Además solo voy a llevarte a la cama, pequeña exagerada.

Traigo la bata de satén del clóset y la seco para que no enferme, apretando los mechones de su maraña castaña con la toalla.

— Gracias, Christian.

Le doy una sonrisa leve, recordando la caja de chocolates italianos sobre el buró.

— Te traje un regalo. — Señalo la caja. — Ahora me parece algo insignificante para alguien que expulsó de su cuerpo a un humano en miniatura.

— ¡Christian! — Chilla, golpeando mi brazo.

Debí cuidar de ella, literalmente, como esta noche. Ahora sé lo que debo hacer.

Oscuro (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora