Capítulo 9

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Aferro mi brazo alrededor de su cintura para que no se mueva mientras le bajo los pantalones y las bragas. Ella de verdad ha cruzado mi límite.

— ¡Suéltame! ¡Estás loco!

— Deja de moverte, maldita sea, solo lo empeorarás.

— ¡Christian!

Chilla una vez antes de que mi palma haga contacto con la piel desnuda de sus nalgas. El sonido de la carne siendo golpeada hace eco en mi gran oficina y la rojez de mi mano despierta algo en mi.

— ¡Basta!

Otro golpe la hace chillar pero no me detengo, vuelvo a golpearla con tanta fuerza que mi palma escuece y la furia corre libre por mis venas.

— ¡Ya déjame! — El sollozo en su voz me obliga a liberarla.

Tan pronto como lo hago, se desliza para caer de rodillas sobre la alfombra y acomodar su ropa. ¿Qué mierdas estoy haciendo? ¿Por qué perdí la jodida cabeza con su pequeña provocación?

Cubro mi rostro con las manos, concentrándome en el aire que entra y sale de mis pulmones pero no puedo relajarme. Seguramente Andrea escuchó el maldito escándalo en mi oficina.

— ¿Te hice daño? — Pregunto, pero no recibo respuesta. — ¿Ana?

Me descubro para mirarla y la encuentro de pie junto a la sala, con las mejillas húmedas y rojizas por el llanto. Incluso la punta de su nariz está enrojecida.

— Yo... No sé que pasó. — Intento disculparme, aunque no debería.

Ella tuvo la puta culpa por desobedecer, su jodido berrinche pedía a gritos ser detenido pero nada de eso me causó placer. Hace mucho no lo siento.

Yo también me levanto pero no me atrevo a caminar hacia ella, por lo que me sorprende cuando se lanza a mis brazos y me besa sin darme oportunidad de reaccionar.

— Christian. — Susurra.

Sus manos se aferran a mi cabeza para que no me aparte cuando su lengua se abre paso entre mis labios. No sé qué intenta, pero la dejo besarme incluso cuando me empuja con su cuerpo hacia el escritorio.

— ¿Ana? — Balbuceo confundido. — ¿Qué...?

— Quítatelo. — Me interrumpe mientras tira de mi saco para quitarlo.

Lo desliza por mis brazos solo lo suficiente para comenzar a desanudar la corbata, vuelve a besarme y tengo que apresurarme a quitar el saco para sujetar sus pequeñas manos que ya se dirigen a mi camisa de botones.

— No.

La detengo por las muñecas pero no se detienen, bajan al cinturón para liberarme del pantalón de vestir.

— ¿Esto es lo que quieres? ¿Quieres coger sobre mi escritorio?

Muerde su labio inferior pero no responde a mi pregunta. Cuando ha bajado la cremallera, se aparta para sacarse el pantalón y dejarlo tirado en mi piso de mosaico.

— Bésame. — Ordena con tono demandante.

Como no me muevo, me jala por el cuello de la camisa y me acerca a ella, otro beso tan intenso que lo próximo que sé es que la estoy acomodando en el borde del escritorio.

— Ya que lo pides tanto. — Jadeo con la respiración entrecortada. — Voy a tomarte aquí y no seré delicado.

Quito las jodidas bragas de mi camino y entro en ella con un movimiento fuerte y profundo que la hace gemir. Mierda. Olvidé el puto condón. De nuevo.

— ¿Con cuántos cogiste después de mi? — Gruño con los dientes apretados. — Contesta la puta pregunta.

— Nadie... Con nadie. — Empuja mi cadera con sus piernas. — Como si tuviera ganas de coger después de saber que estaba embarazada.

— Bien.

No la hago esperar más, comienzo a embestir su cuerpo con tanta fuerza que tiene que sostenerse de mi para no resbalar en el escritorio. Aún llevo la camisa blanca abotonada como si eso me protegiera de su toque.

— Christian... — Gime bajito — Así... Sí...

Me estrecha más fuerte contra ella impidiendo que mis manos toquen sus senos aún cubiertos por la camiseta y el sostén.

Nuestras respiraciones agitadas es lo único que se escucha ahora y sé que está cerca del orgasmo cuando acomoda su cadera más cerca de mi y se mueve siguiendo mi ritmo.

Se tensa entre mis brazos y suelta pequeños gruñidos cuando el éxtasis recorre su cuerpo. Yo no resisto más, verla venirse es suficiente para detonar mi propio orgasmo.

— Mierda.

Tengo que aferrarme del escritorio mientras me recupero lo suficiente para ir al baño a asearme y volver a vestirme. Ella también toma su turno en el baño para recuperarse de nuestro intenso encuentro de hace un momento.

— ¿Que haces? — Pregunto cuando sale del baño y pasa junto a mí sin mirarme.

— Estoy cansada, quiero dormir.

Señala el sillón blanco de dos plazas junto al escritorio y se hace un ovillo sobre él. Me sorprende que quepa perfectamente ahí y en cuestión de minutos su respiración se vuelve lenta indicándome que duerme.

La despierto solo cuando es hora de que vuelva a Broadview para que la señora Jones prepare la comida indicada en la dieta y pueda descansar, dándome también a mí una pausa de sus interrupciones.

Y ya que mi trabajo está algo retrasado, me quedo un poco más en la oficina para atender los pendientes y llamar al rector de la universidad para interceder por Ana. Lo único que tuve que hacer es extender un generoso donativo.

— ¿Sigue en su habitación? — Pregunto a Prescott cuando subo al auto con Taylor.

— Si, señor. No ha salido después de la cena.

— Bien, vamos para allá.

Incluso yo me quedo dormido un par de minutos en el auto mientras Jason conduce por la autopista. Es tarde. Ni siquiera me apetece un vaso de whisky, solo ceno algo ligero y voy por una ducha.

Me acomodo en mi lado de la cama sin despertarla y le doy la espalda cuando siento que los ojos se me cierran de cansancio. Eso significa que no habrá pesadillas.

En medio del sueño soy consciente de los jadeos, la agitación y el pánico. Mi corazón late acelerado por el sobresalto, hasta que me doy cuenta que no soy yo quien está tenido pesadillas. Enciendo la lámpara en la mesita para mirar a Ana, sus ojos se cierran con fuerza y su respiración es errática.

Mierda.

Algo no está bien con ella, definitivamente no lo está y tengo que saber qué es.

Oscuro (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora