Capítulo 69

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¿Cuál es el jodido punto de tener una sala para niños si Teddy pasa todo el día en mi oficina?
Odio los espacios desperdiciados.

Levanto la vista de los documentos en mis manos y observo a mi hijo, sentado sobre la alfombra con un libro de colorear y crayones.

— ¿Algo divertido, Ted? — Sus ojos azules me miran con curiosidad. — Espero que no estés rayando el piso de nuevo.

Me gustaría decir que es más listo que el promedio, pero tiende a dejar de hablar cuando está cerca de mi, solo algunas palabras para que pueda darle lo que quiere.

— ¡Galletas!

— No. ¿Rayaste mi piso? — Sonríe con los dientes manchados de crayola azul. — Mierda, ¿Dónde está tu madre?

— ¡Mierda! — Chilla.

Maldición, Ted no deja de repetir la jodida palabra para hacerme enojar igual que su necia madre. Presiono el botón del teléfono para que Andrea me escuche.

— Señor Grey.

— ¿En dónde está Ana?

— Supervisando la decoración de su oficina, ¿Quiere que la llame?

— Si.

— ¡Mierda! — Chilla otra vez.

— Theodore, basta.

— ¡Galletas!

— No. Mierda...

— ¡Mierda!

— ¡Ted!

La puerta de mi oficina se abre y la molesta chiquilla asoma su entrometida cabeza, nos mira a ambos y cruza los brazos sobre su pecho.

— Estaba ocupada, ¿Qué necesitas?

— ¡Que te lleves a tu hijo! — Lo señalo. — O que retires los crayones antes de que comience a defecar un puto arcoiris.

— ¡Christian! — Se dirige a mi. — ¡Debes vigilarlo!

— Estoy trabajando, y tú deberías hacer lo mismo en lugar de estar perdiendo el tiempo con la jodida decoración.

— ¡Es mi oficina!

— Y ese es tu hijo, llévalo a su guardería y entonces puedes hacer lo que quieres.

Frunce el ceño pero se gira para tomar a Teddy en sus brazos, dejando el libro y los colores regados. Cuando han salido, miro el piso manchado con crayola.

— Mierda, tal vez debería cambiar la decoración por alguna mierda a prueba de niños.

Aún no puedo creer que Ana tomara una sección de la sala de juntas para convertirla en su oficina particular. Ni siquiera lo supe hasta que vi a los trabajadores levantando muros de tablaroca.

Me siento de nuevo en mi silla y cierro los ojos por un momento, con la vista cansada y fastidiado de las reuniones de todos los días. Incluso teniendo a Cohen haciéndose cargo de las desiciones menores, el trabajo se ha incrementado en los últimos años.

Supongo que me quedé dormido, porque lo próximo que sé es que el sol comienza su descenso sobre los altos edificios de Seattle, la hora adecuada para volver a casa.

¿Ana se fue? ¿Me dejaron sin decir ni una palabra? Salgo al pasillo y veo a Andrea ya lista con su bolso para salir. Sonríe y señala hacia el ascensor, las puertas abriéndose con un inexpresivo Taylor esperando.

— Vamos a casa, estoy realmente cansado.

— Como diga, señor Grey.

Lo sigo sin decir palabra hasta el garaje y cierro los ojos cuando me subo al Audi, dispuesto a descansar los 20 minutos que nos tardamos en llegar a Broadview.

El auto desciende repentinamente y el salto me hace abrir los ojos.

— ¿Qué estamos haciendo aquí? No dije que me trajeras a Escala. — Gruño.

— La señorita Steele lo espera en su ático, señor.

— ¿Ana está aquí? Mierda, eso no es bueno.

Taylor medio sonríe sin dejar de mirarme así que bajo del auto para tomar el ascensor. Ana está aquí, con Ted, Prescott y la niñera. Genial.

Las puertas se abren y el vestíbulo aparece iluminado con algunas velas sobre la mesita de la sala y el candelabro sobre el comedor. Todo está sospechosamente en calma.

— ¿Ana? ¿En dónde estás?

La llamo, pero no responde. Me dirijo a la cocina por una copa de vino ligero pero el aroma de comida me hace husmear en las ollas sobre la estufa.

— ¿Cocinaste? — Pregunto sin saber si debería aterrorizarme.

— Estás a salvo, lo compré. — Ana sonríe acercándose a la cocina.

— ¿Que haces aquí? ¿Por qué estoy aquí?

— Quería celebrar, solo tú y yo.

— ¿Celebrar? — Mierda, ¿Qué olvidé? — No es nuestro aniversario, ni el cumpleaños de Teddy...

— Es tu cumpleaños, ¿Cómo pudiste olvidarlo?

Bebo un trago de mi copa antes de responder.

— Tú eres mi secretaria, es tu deber recordarme ese tipo de mierdas. — Sus ojos se entrecierran.

— No me pagas lo suficiente... De hecho, ¡no me pagas en absoluto! Estoy segura que cometes algún tipo de esclavitud.

— Exagerada. — Gruño. — ¿Qué tienes planeado que no se puede festejar en casa?

— Tal vez te quiero para mi solita, pasar una agradable velada acurrucados frente a la chimenea.

— Eso no suena como algo que yo quisiera hacer voluntariamente.

— ¿Ah, no?

— No, a menos que reciba una mamada a cambio.

Trata de parecer ofendida, pero el brillo travieso en sus ojos la delata. Ella no puede obligarme a las mierdas cursis en mi cumpleaños.

— No me estoy acercando a tu pene todavía, pero serviré la cena. Siéntate. — Señala el puesto en la mesa.

Tomo otra copa y la botella antes de tomar asiento, Ana destapando las ollas y sirviendo en platos algo que huele delicioso. Si no estuviera tan cansado, me burlaría de sus escasas habilidades culinarias.

— ¿De dónde lo compraste?

— Del restaurante de Fairmont Olympic, Taylor dijo que era tu restaurant favorito.

Mi ceño se frunce.

— ¿Taylor está aquí?

— Si. Solo Taylor, tú y yo como en los viejos tiempos. — Sonríe y lleva otro bocado de cordero a su boca. — Podría pasearme por ahí usando nada más que tu camisa para recordar viejos tiempos.

Algunas imágenes de Ana en nuestros primeros días vienen a mi mente, pero hay algo más que recuerdo: lo mucho que me gustó llevar a Ana al cuarto rojo. ¿Podría llevarla ahí de nuevo?

— Hazlo. — Concuerdo. — Nada me gustaría más que verte en bragas de encaje y el cabello trenzado, esperando por mi en la sala de juegos.

— Dios mío, eres un pervertido. — Pone los ojos en blanco. — Te traje para mimos y sexo frente a la chimenea, no para jugar a la muñeca inflable.

— Un hombre puede tener esperanzas. — Es mi turno de sonreír.

Y por la forma en que muerde su labio inferior, sé que no le desagrada la idea.

Oscuro (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora