Silene Osbone es tan perfecta como una rosa...
Cristal Milestone admira tanto a Silene que solo quiere ser igual a ella...
Dicen que las rosas son las flores más hermosas del prado, las que todos ven. También dicen que son perfectas por su color, ar...
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Capítulo 52: Los que deciden ver 3 de agosto
5:03 am
Cuando los problemas se vuelven el único paisaje a nuestro alrededor, nuestro primer instinto es cerrar los ojos. No lo vemos, por lo tanto no está ahí; una lógica muy inocente y estúpida de nuestra parte, ¿no lo crees?
Eventualmente abres los ojos y, ¡sorpresa!, el desastre no se ha ido. Lo que en verdad desaparece a los problemas es verlos a la cara, enfrentarlos, no evadirlos y esperar a que esfumen ¿Qué si da miedo? ¡Claro! Yo he cerrado los ojos miles de veces ante el temor y sé que lo seguiré haciendo.
Pero la lección te la estoy dando a ti, que dices ser valiente. Tú no te atrevas a cerrar los ojos, ¿quieres?
Aviv vivió toda una vida viendo solo sombras, admirando una familiar oscuridad que jamás le impidió del todo enfrentarse a los problema. Eso podía cambiar justo ese día en tan solo unas horas. Para alguien que jamás ha visto el mundo con los ojos, aquello era como estar a punto de entrar en una dimensión nueva; una conocida para todos, pero desconocida para él.
La brisa marina era como una leve caricia al tacto, traía consigo el olor y el sabor del mar que se colaba de la forma indicada a su boca y nariz. Los granos de arena eran ásperos y escurridizos en sus manos y pies, se sentían fríos en las yemas de sus dedos. El sonido de las olas rompiendo y llegando finalmente a la orilla era relajante, majestuoso. Esa era de las mejores canciones que había creado la naturaleza, con una melodía hecha por el mar y ciertos pájaros cantando como solistas.
Así era la forma en la que Aviv veía las mañanas, las tardes y las noches. Sin su vista, consiguió crear imágenes a través de sus otros sentidos. En solo horas, un nuevo factor se incluiría a su mundo y lo cambiaría todo. No volvería a enfrentar las madrugadas del mismo modo, dejaría de ser ciego sin saber como usar los ojos. Seria como andar en bicicleta sin antes haber usado ruedas de entrenamiento:
Se golpearía muchas veces, pero al final terminaría aprendiendo...¿cierto?
De repente, al olor salado de la brisa se le sumó uno dulce que conocía. Sonrió al instante y luego sintió a alguien sentarse a su lado. La suavidad de una piel que le era familiar chocó con la suya, así sus brazos quedaron entrelazados. Unos labios se posaron en su mejilla, dejando un beso suave y cariñoso.
—Hola, Sanne —dijo, seguro de que era ella —. ¿Qué haces aquí? Deberías estar durmiendo.
—Tú también, pero aquí estás —escuchó su voz. Siempre le gustó que el tono que usaba: sereno, dulce y pasivo. Escucharla daba tanta calma como escuchar al mar —. Mi compañero de cama me dejó sola, así que no pude dormir más y decidí venir a hacerle compañía.