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Movió el pie, nervioso.
Esperaba por recomendación de la secretaria que estaba sentada a unos metros de él. La mujer le dijo que Claudia, la psicóloga, no tardaría en atenderlo; también se ofreció a servirle un vaso con agua, aunque lo rechazó.
Diego no paraba de mirar la puerta donde se leía "Doctora Silva" en letras doradas, y tanteaba, una que otra vez, su bolsillo derecho, donde solía guardar sus cigarros. No deseaba inhalar el humo corrosivo, pero le agrada la liviandad que le ofrecía cuando estaba nervioso.
Todo en lo que podía pensar desde que puso un pie en el consultorio fue en qué le diría a la psicóloga. Hablar de sus problemas no le apetecía, como tampoco recibir sermones de un adulto que apenas conocía. Ir solo había sido la mejor opción, puesto que le daba tiempo para pensar en respuestas que sonaran creíbles para contentar a la psicóloga.
Pegó la parte de atrás de la cabeza contra la pared, respirando profundamente. Tenía una migraña terrible acompañada de una sensación de querer vomitar; todo eso debía ser algún tipo de señal divina para decirle que huyera de ahí.
No quería decepcionar a su madre y hermano, pero en verdad ansiaba largarse inmediatamente para recostarse en su habitación.
Su habitación...
Ya que no había aceptado compañía, su madre decidió —sin decirle— que limpiaría su recámara mientras él no estaba. Escuchó a Juliana murmurar cosas como: "Se sentirá mejor", "No es bueno dormir con ese desorden", etc. Diego, sin querer llevarle la contraria, aceptó.
Tal vez pondría triste a su madre decirle que le gustaba su habitación así, o más que gustarle, no le interesaba cómo se veía su habitación. En parte, creía que reflejaba lo que pasaba dentro de su mente: caos.
La puerta se abrió de repente, sobresaltando a Diego, de ella salió una mujer con el cabello corto color castaño claro, labios pintados de un rojo intenso y una altura descomunal en una mujer.
—¿Diego Mendoza? —Él asintió—. Pasa, por favor.
El tono que empleó para llamarle fue apacible, al igual que su rostro, que no denotaba grandes expresiones gestuales.
Una vez dentro del consultorio, la mujer esperó a que Diego tomara asiento para comenzar a hablar. Lo miró únicamente dos veces, haciendo que él se replanteara si era buena idea estar ahí.
—Probablemente ya lo sepas, pero mi nombre es Claudia Silva. —Le tendió la mano con formalidad; Diego aceptó el gesto, sin entender por qué tantos rodeos—. Antes de empezar me gustaría saber si tienes alguna duda sobre lo que vamos a hacer hoy.
"Realmente no hay nada que me pueda importar de todo esto".
Negó.
—Bueno, entonces empecemos con algo básico, ¿cuántos años tienes?
Hasta para una pregunta de esa índole, Diego se tomó su tiempo para pensar en la respuesta correcta.
—Diecinueve.
Claudia esbozó una leve sonrisa.
—Es un gusto oír tu voz —aduló, concentrándose esta vez en mirar a su paciente—. Tiene un toque melódico.
Diego se removió en su asiento, buscando un punto en donde poder centrar su visión. Verla a ella le provocaba remordimiento, por alguna extraña razón.
—Ahora sé que te llamas Diego Mendoza y tienes diecinueve años. ¿Quieres agregar algo sobre ti?
Para no ignorarla, prefirió mentir.
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Rey Busca Líos
Teen FictionDiego es conocido como el Rey Busca Líos de la preparatoria Roochemore. Quien, según los rumores, es un pandillero que no soporta que invadan su espacio personal. Por esa razón nadie se explica cómo Alexander, el chico nuevo, ha conseguido hablarle...