[Capítulo XXXIII]

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Pasó una mano por su mejilla derecha, sintiendo un bulto estorboso. Habían pasado cuatro días desde la pelea en el bar, cosa que no disminuyó el dolor ni la hinchazón. De haber sabido que tendría que soportar esas molestias durante tanto tiempo habría preferido seguir escuchando las burlas de los treintones.

No solo tuvo que soportar los estragos de los golpes, también tuvo que escuchar a su madre preocupada. Luego de ser acompañado por Rafael hasta la puerta de su casa, Diego entró rogando a todos los posibles dioses que le dejaran pasar ese día desapercibido por su familia, y estuvo a punto de lograrlo, de no ser por su hermanito.

—¡¿Qué demonios te ocurrió?! —dijo Mauricio al encontrarse a Diego en las escaleras.

Ese grito alertó a su madre, quien se encontraba en la cocina junto a Javier. Ambos llegaron a prisa hasta donde estaban los hermanos, con un rostro de preocupación genuina.

—Diego —atinó a decir su madre, viendo, horrorizada, los restos de sangre que había aún en la cara de Diego y el leve tono violáceo donde lo habían golpeado—. ¿Qu-Quién te hizo esto? —Corrió a revisar a su hijo, cuidando de no lastimarlo—. Dime ahora mismo quién te hizo esto.

Pero Diego, en lugar de estar molesto por la pelea, se sintió avergonzado al preocupar a su madre. Los ojos le escocieron, quería llorar por la estupidez cometida horas antes, porque no tuvo en consideración lo que su familia podría sentir al verlo con la cara partida. Aquellos actos impulsivos podían esperarse de un chico de la edad de Mauricio, pero no de alguien de diecinueve años.

—Fue... un accidente. —Tragó saliva—. Nada de qué preocuparse.

Una excusa pobre no serviría si quiera para quitarse de encima a un niño de cinco años, ¿cómo engañaría a su madre en esa ocasión? No era lo mismo llegar tarde oliendo a alcohol a llegar tarde golpeado.

"¿Por qué no pensaste antes de hacer tus pendejadas, Diego?"

Mauricio quiso hablar, aunque su madre, fingiendo la mejor de sus sonrisas, lo interrumpió.

—Está bien.

Diego sabía a la perfección que su madre también le estaba mintiendo, no creía en nada la sosa justificación. Se preguntó por qué Juliana lo había dejado subir a su habitación sin decirle la verdad; no era que odiara haberse salido con la suya, pero ¿realmente le tenían lástima hasta ese punto?

¡¿Y si quería comprar un arma y apuntar a todo el mundo qué haría su familia?! ¿Lo acompañarían resignados y le pedirían perdón a cada persona que apuntara diciendo que estaba "mal del cerebro" o una cosa así?

Subió antes de enfurecerse en verdad.

Los siguientes días Juliana lo trató con normalidad, sin comprarle pastillas para el dolor, solo pomadas que dejaban su piel grasosa. Y Diego tuvo que aceptar el trato conmiserado que recibiría por el resto de su vida.

El celular vibró. Tenía días que no revisaba los mensajes, únicamente lo cargaba a todas partes porque eso era lo que los chicos de su edad hacían. Inhaló una gran bocanada de aire antes de levantarse hasta su escritorio donde había dejado su celular.

La barra de notificaciones marcaba más de treinta mensajes sin leer.

"Qué fastidio".

Revisó los más recientes.

Víctor: Diego! Nos vemos en KOT?

Víctor: Parece que será para otro día

Víctor: Ya sé lo que siempre dices de los mensajes pero deberías contestar

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora