[Capítulo XXIV]

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La decepción en su rostro era evidente.

—Sí, creo que no soy la persona que esperabas... —comenzó Santiago.

Diego alzó los hombros, restándole importancia al asunto.

—No creas que él no quiere verte... De hecho, es mi culpa que él no venga ahora...

—Está bien, no tienes la culpa de nada.

"Yo soy quien tiene la culpa".

Okay, sé que seguramente no quieres hablar conmigo, porque realmente no somos amigos, pero necesito que me escuches. —Al ver que Diego no intentaría interrumpirlo, prosiguió—. Alexander no es una persona que sepa utilizar las palabras correctamente si su abuela no le prepara un discurso... No es estúpido, simplemente se le va la lengua cuando no debe hacerlo. Y... por eso quise venir yo, porque si digo algo mal no te importará como te importaría si lo dijera él.

—De verdad, no tienes que dar explicaciones —murmuró Diego.

Santiago negó con la cabeza.

—Es necesario. —Hizo una pausa para ver sus pies—. Mira, Alexander es un tolay que se encapricha con cualquier cosa que le parezca interesante, eso es cierto, aunque haría lo que fuera por sus amigos. Vino aquí para hacerle un favor a Javier, pero no puedes mantener a Alexander interesado en algo a menos que él quiera... Él de verdad te ve como a un amigo, y te quiere y se preocupa por ti.

Diego comenzó a ruborizarse.

—Yo no debería importarle...

—Pero le importas. Así que, cuando estés listo, habla con él.

La temperatura comenzaba a bajar para esa hora, Diego pensó que sería buena idea dejar entrar a Santiago a tomar un café, sin embargo, realmente no tenía ganas de hablar más, ni seguir pensando en Alexander, así que se despidió de Santiago de forma rápida y cortés, esperando que se fuera al instante. Luego de ver su silueta perdida entre las casas y la oscuridad, regresó a la casa. Cuando Mónica preguntó por el chico, soltó la primera excusa que se le ocurrió: un compañero de la escuela.

Al llegar a su pequeña madriguera, puso a su mente a pensar, esta vez de manera voluntaria, preguntándose cómo se sentía al saber que Alexander lo consideraba un amigo y no solo era una farsa. Sintió su corazón palpitar con fuerza, rebobinando la escena, no obstante, había una discordancia entre lo que pasaba con su cuerpo y lo que ocurría en su cerebro. Tocó su mejilla izquierda, palpando el calor producido por la vergüenza, aunque, dentro de él este suceso no le satisfacía, no le llenaba. Por más que intentaba mentalizarse diciendo que ese era el problema que había desencadenado su tristeza, su cerebro parecía negarlo.

No podía mentir, estaba aliviado al saber que Alexander pensaba en él como a un amigo, aunque lo desestabilizaban las miles de preguntas que se instauraban en su mente.

"¿Y si solo lo hizo para no verte triste? A lo mejor te ves deplorable y has logrado que sienta lástima por ti".

"No te mereces su amistad. Él merece a un amigo que no tenga tantos problemas, alguien como Liliana o Javier".

También estaban los peores pensamientos, los que lo hacían sentir como escoria de solo tenerlo en cuenta.

"¿Por qué demonios no vino él a decírmelo?"

Se recostó, dispuesto a seguir con sus dilemas mentales, alarmado, en momentos, por sus comentarios hirientes hacia Alexander; en cuanto uno de esos pensamientos aparecía, él cerraba con fuerza los ojos, reprimiendo los insultos. Todo en su mente era un caos, uno que lo atormentaba hasta asfixiarlo por la profundidad de los pensamientos.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora