[Capítulo IV]

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—¿Podrías dejar de joder? —gruñó Diego, viendo a su pretencioso compañero de clases patear su asiento.

—No me da la gana.

"Ja, ¿vas a dejar que te humille de esa manera enfrente de tus súbditos?". Ah, su otra vocecita —la que solo aparecía en momentos inesperados—, era ese tipo de voz que lo incitaba a defender su orgullo... Cosas de Mendoza.

—Maldito principito de mierda —susurró, recordando el secreto de Alexander.

El golpe en su asiento cesó.

—¿Qué dijiste? —Ahora no había ningún indicio de su sonrisa, únicamente esa horrible expresión de querer matar a Diego.

Antes de que Diego pudiera responder, el profesor Beltrán dio un grito de desesperación al caer en la cuenta de que todo su grupo se entretenía más en la discusión de dos chicos que en su explicación de la importancia de cuidar el medio ambiente.

—Si a ustedes no les importa el futuro del lugar donde viven, a mí menos; me quedan muy pocos años para estarme preocupando por algo que ya no voy a vivir. —Borró lo que tenía anotado en el pizarrón, con más energía que cuando daba una clase—. ¡Joven Mendoza, joven Vázquez, los quiero fuera de mi clase! Y ninguno de los dos puede volver hasta que traigan un papel firmado por el director.

Desconcertados y bajo la mirada de todos en aquél salón, recogieron sus cosas y se levantaron, con toda la dignidad que conservaban. Nadie se atrevió a burlarse de la situación, por más humillado que hubiera quedado Diego.

Estando afuera, Diego se controló para no armar un escándalo justo en medio del pasillo, donde estaba seguro que podría recibir otro castigo.

Solo eran unas cuantas horas al día, podía soportar a Alexander.

—Ey. —Alexander carraspeó, incómodo, era la primera vez que intentaba captar la atención de Diego de forma civilizada—. Hace un rato tú... dijiste...

—¿Principito de mierda? —terminó, deleitándose con el rostro desencajado de su compañero. La expresión que mostraba ahora se veía tan mundana.

Alexander apretó las manos, encajándose las uñas en la piel hasta el punto de lastimarse; no podía gritar ni perder los estribos.

—Que lindo apodo, ¿le pones uno a las personas que te gustan? No es algo, ¿infantil? —Utilizaría cualquier método para relajarse, a pesar de que fuera a costa de Diego.

—Puede ser: me gustas. —Hubo un destello de sarcasmo en su voz, pero debía admitir que Alexander era bastante atractivo.

—No me sorprende, le gusto a todo el mundo.

—A todo el mundo le gustaría volverse parte de la Familia Real. —Como no hubo respuesta, agregó—: ¿Te sorprende ahora?

Una sonrisa falsa, como todas las que le había visto, se dibujó en su rostro.

—Si no tuviera ya un castigo por tu culpa, te golpearía.

"¡Tú no fuiste el culpable de ese castigo! Diego, tienes mi permiso para golpearlo".

—Cállate —pensó en voz alta.

"¿Será que en algún momento empezarás a actuar con madurez?".

"No es buen momento, Mau".

—¿Qué? —Alexander achicó los ojos, extrañado—. ¿Me hablas a mí? —Se notaba igual de desconcertado que Diego, quien no sabía qué decir.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora