[Capítulo XXXIX]

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Enrique se encontraba ahí, tomaba un café negro mientras hablaba con Juliana. Su hermana menor le había hablado un día antes para que se presentara en su casa a primera hora; al escucharla nerviosa decidió que debía pasar sus ocupaciones por la tarde, incluso el desayuno.

Javier y Diego se mantenían en silencio en la sala. Javier, al ser considerado un adulto, daba su opinión en ocasiones, analizando más lo que Juliana y Enrique tenían para decir; en realidad él no tendría que estar sentado junto con ellos, pero, al vivir en la misma casa y ser el primo mayor, tenía una responsabilidad con Diego.

A pesar de que estaban los Mendoza presentes, su participación era nula, solo les dirigían —más a Diego— miradas repentinas. Enrique quería incluir a Diego a la conversación, después de todo le competía lo que se decidiera, por lo que preguntó:

—¿Estás de acuerdo con esto? —El hombre lo decía más por respeto que para saber su opinión, pues era una decisión que ya estaba tomada, sin embargo, sabía que su sobrino agradecería la consideración.

Diego suspiró, resignado. ¿Qué opción le quedaba aparte de aceptar? Si les decía que tiraran las pastillas por el retrete ellos no lo escucharían, y, decirles que él se haría cargo de ellas era impensable.

—Si me tienes que dar la pastilla todos los días, ¿no crees que se darán cuenta en la escuela? —Buscó una excusa.

—Me encargaré de eso, no tienes que preocuparte. —Al ser director de una preparatoria durante cinco años sabía cómo tratar con los pretextos que ponían los adolescentes.

—En ese caso... —Habría puesto más peros, sin embargo, el rostro de su madre le aseguraba que cada pregunta creaba más inseguridades en ella—. Supongo que será lo mejor que tú suministres las past... los antidepresivos.

Claudia le había explicado que, si seguía evitando el tema o buscando palabras que amortiguaran la realidad, su avance se estancaria. Tenía que empezar a hablar sin tabúes.

—En la escuela vendrás antes de tu primera clase a mi oficina para que te la dé; los fines de semana o días que no haya clases vendré yo a la misma hora.

Sabía que con esa solución significaba que recaería en él la obligación de tomar los antidepresivos, sabiendo que, de no presentarse en el despacho de Enrique, este no iría en su búsqueda para que la tomara. Pero si lo hacía de esa manera debía tener un por qué, Enrique ya tenía experiencia suministrando pastillas.

Dejó caer la cabeza contra el respaldo del sillón en cuanto los adultos se sumergieron en otra charla. Su madre lo había despertado a las seis para que estuviera listo cuando llegara su tío, de esa forma se tomaría la pastilla antes de las siete y continuaría con ese horario por cuánto... ¿semanas?, ¿años?, ¿décadas? Se iría viendo con el tiempo, le avisó el psiquiatra.

Apenas empezaba con la dosis y ya la detestaba.

Buscó algún comentario por parte de Javier, encontrando que su primo le devolvió la mirada en seguida. Señaló a Juliana y Enrique con las cejas, casi diciendo: "¿Qué te parecen?", como si no estuvieran planificando una rutina para Diego que evitaría que su depresión se agravara.

Ya que lo pensaba detenidamente, para Diego o Mauricio debía ser impresionante tener a su primo junto al director de Roochemore tratándose de una visita familiar, puesto que, aunque debían mantener un trato cercano, ellos no estaban emparentados directamente. De no ser porque Javier entró a Roochemore en los mismos años en los que Enrique había impartido clases de Ética, apenas y se conocerían, pero, por lo que sabía, ambos incluso solían platicar después de clases.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora