[Capítulo LIII]

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Eran pasadas las ocho de la noche. Diego había apagado el celular para evitar los continuos mensajes y llamadas de su madre, que no quería responder a falta de una buena excusa. ¿Qué le diría? ¿Mamá se hizo viral una foto mía y de Alex besándonos y ahora tiene serios problemas que resolver? Ah, por cierto, te oculté que es parte de la familia real.

Lo peor del asunto es que Diego ni siquiera estaba del todo seguro de que su mamá lo estuviera tratando de contactar por preocupación. A lo mejor ella ya había visto las noticias.

Ahora que se ponía a reflexionar, si Alex conseguía que su abuela permitiera que se quedara ya no volvería a su cómoda vida, todo el mundo podría reconocerlo con facilidad. Liliana, el trío de idiotas, Lara, todo el mundo vería a Alexander como el príncipe de España.

Se preguntaba por qué no había fotógrafos fuera del hotel, si los rumores ya se habían esparcido era lógico que trataran de acosar al principito. Pero no se veía ni un alma en la parte de abajo.

—Mi padre se encargó de la prensa —informó Santiago, pasándole un vaso con agua. Diego hizo un gesto de agradecimiento.

Entró de nuevo a la sala, cerrando el balcón por el que empezaban a meterse moscos y un frío atroz que empeoraba el escenario.

—¿Necesitas algo? —Llamó la atención de su novio, quien, desde hacía rato, tenía la vista perdida en la ventana—. ¿Quieres que vaya por comida?

Alexander negó con la cabeza. Tenerlo tan callado hacía que la situación adquiriera la verdadera gravedad del asunto. Para el principito, la exposición de esas fotos no solo significaba atraer la vista del público a él, sino, como Santiago se lo había explicado, generaba un mayor conflicto dentro de la realeza.

Uno de los posibles herederos al trono era homosexual. Y, pese a que Alexander se negaba a etiquetarse como gay, bisexual o pansexual, porque no le veía la mayor importancia, sus padres y abuela sí.

Aún con todos los actos de rebeldía que había protagonizado en su momento Alexander, nunca quiso mostrar ante ninguno de sus familiares su atracción hacia los chicos. Si nunca aceptarían quién era en verdad Alex, mucho menos aceptarían esa parte.

Luego de decir que Michelle iría a Kalleha, Alexander les contó el resto de la plática que tuvo con su madre. Ella se había abstenido de comentar cualquier cosa sobre las fotos. Solo mencionó lo molesta que estaba la reina y lo que se pensaba hacer para acallar los chismes.

—Quizá no le dio importancia, así como no le daría importancia si hubieras salido con una chica. —Intentó animarlo Santiago.

Con una risita socarrona, Alexander le contestó:

—O tal vez se avergüenza de las fotos. —Tal vez se avergüenza de mí, fue lo que pensó el principito—. En fin, da igual.

Pero desde ese comentario no había vuelto a pronunciar palabra.

—Lo mejor es que te vayas, Diego —habló Santiago tras un rato en el que ninguno de los tres mencionó nada—. Es tarde y de todas formas ya no podemos resolver nada.

Diego esperó a que Alexander se negara a esta petición, sin embargo, se encontraba igual de distraído, por lo que solo se percató de que se iba cuando se agachó a darle un beso en la frente. El principito lo abrazó unos segundos.

—Te veo mañana —murmuró el menor; Diego asintió.

(...)

De camino a casa se sentó en la acera, ante ciertas miradas curiosas que pasaban. Se masajeó la frente un rato, porque le dolía la cabeza y porque no tenía idea de dónde ponerlas. Se sentía fatal. Quería vomitar y darse martillazos contra la cabeza para contrarrestar el dolor que le impedía pensar con claridad.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora