[Capítulo LXIX]

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En un primer momento, Alexander creyó que estaba alucinando. O que estaba soñando. Pero recordaba haber salido de la Casa Real una hora antes, tras haber sobornado a su hermano Lucas para que lo ayudara a escapar a cambio de que él olvidara a qué chica había metido a hurtadillas la noche anterior.

Desde que había regresado a España, con la vigilancia que su abuela le impuso, su impresión de sentirse como un prisionero aumentó. Tenía gente siguiéndolo cada dos pasos y tenía prohibido salir siquiera al jardín sin antes avisar a sus padres o abuela —en caso de que les dijera a sus padres, estos debían decírselo antes a la reina—. Las visitas que recibía eran controladas, lo que significaba que no tenía la oportunidad de ver o hablar con gente que le interesara.

Y Santiago estaba tan castigado como él, así que sus únicos amigos ahora estaban conformados por sus escoltas, quienes tenían instrucciones de no dirigirle la palabra.

"A estas alturas una sentencia de muerte suena atractiva".

Gracias a la ayuda de su hermano, quien había fingido un ataque cardíaco tan contundente que Alexander casi cayó en su mentira, su escolta lo descuidó unos minutos, el tiempo perfecto para escabullirse hasta una salida que solía utilizar de niño para huir de su casa junto a Michelle.

"Tiene que haber un error. Diego no...", acalló sus pensamientos al tiempo que el chico por el cual sentía un irremediable amor, cantaba. Notó que a Diego le había costado dejar de verlo para centrarse en su guitarra, pero aún así, de vez en cuando le dirigía miradas furtivas que le confirmaron a Alexander de quién se trataba.

Bajó la gorra para evitar que alguien más lo reconociera.

"¿Qué hace aquí?"

Lo único que sabía con certeza en esos instantes era que Diego estaba en España, cantando, y acompañado de una persona a la que veía como si fuera objeto de toda su adoración. Mentiría si dijera que no le dolía el último hecho. No obstante, una calidez que solo experimentaba al estar cerca de Diego lo invadió al saber que la música seguía siendo parte importante de su vida.

Pero ninguna pregunta que cruzó por su mente fue tan importante como resolver la disyuntiva de si debía quedarse o irse.

Se le escapó una sonrisa al escuchar que, al finalizar la presentación, el público aplaudió, enamorados del talento de Diego. Él también se unió a este elogio.

"De los dos, tú siempre has sido el excepcional, pero nunca lo quisiste admitir".

—¡Pero si eres! —exclamó alguien a su lado—. ¡El príncipe...! —Alexander llevó el dedo índice a sus labios, para que la chica guardara silencio.

—Me han dicho que me parezco demasiado a él, pero a mí me parece que soy más atractivo. —Le guiñó un ojo—. Hasta luego.

Se dio la vuelta, dispuesto a irse, pero la chica lo sostuvo de la muñeca. Suspiró, sabiendo que sus minutos sin escolta estaban a punto de terminar cuando todos se percataran de quién era. Dio media vuelta para ver a la chica, con la expresión más serena que encontró, aunque esta se deformó al ver que quien lo sujetaba no era la chica, sino Diego.

"Mierda".

La palidez que adquirió el rostro que tenía enfrente sumado a la temblorosa mano que lo sujetaba le aseguró que Diego lo había perseguido en un arrebato impulsivo. Soltó la mano de Alexander.

—Perdón —murmuró Diego.

Escuchar su voz, específicamente una palabra dirigida a él, fue suficiente para desmoronar cualquier signo de sensatez en el cuerpo de Alexander, así que se lanzó a los brazos de Diego y lo abrazó hasta que le quedó claro a cada partícula de su ser que él estaba ahí. Que lo volvía a ver. Enterró el rostro en el cuello de Diego, prohibiéndose llorar, porque ya bastante daño estaba haciendo al sujetarlo de tal manera que era innegable que no deseaba soltarlo.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora