[Capítulo XLII]

355 56 107
                                    

▬►▬

¿Y si Claudia tenía razón?

Tal vez Diego debía abocarse en encontrar una profesión que le gustase, sin importar que no fuera útil y que su madre y hermano se decepcionaran de él por, de nuevo, hacer elecciones absurdas que solo lograban hundir su vida en un miserable hoyo.

Suspiró, entendiendo que llegaba a lo mismo que Claudia le había mencionado: elegía con base en lo que su familia esperaba de él. Pero no podía evitar actuar de ese modo, de por sí ya sentía que era egoísta.

—¿Nadie es voluntario para leer su trabajo? —La profesora Orozco preguntó.

Diego estaba sumido en sus pensamientos, por lo que ni siquiera se inmutó ante lo dicho. Uno de sus compañeros, un chico de cabello castaño claro y ojos tiernos, al que siempre le incomodaba ser el centro de atención y por eso pasaba desapercibido, levantó la mano; la profesora se emocionó al ver una participación.

—Adelante, Fernando.

—Amm, no, yo... quería... solo... el baño. —Conforme terminaba su oración, su rostro se volvía rojo; se dio cuenta tarde de que la maestra había confundido su petición para salir.

Todos rieron.

—Silencio. Puedes salir, Fernando —dijo con tranquilidad—. Díganme la verdad, ¿ninguno quiere participar porque tienen pena o porque no hicieron la tarea? Saben que no me molestaré, solo quiero agilizar la clase.

Una chica de dientes separados se animó a hablar.

—Maestra, a mí me da pena decirlo frente a todos.

—Ya veo, gracias Karla. —Detuvo su mirada de pronto en Alexander, que estaba bastante callado esa clase—. Alex, ¿tampoco quieres participar?

El principito levantó las cejas y asintió. Parecía somnoliento por el modo lento en el que reaccionaba; no obstante, muchos se irguieron en sus asientos para prestar atención al chico. Al fondo, dos chicos estaban susurrando, pero una chica los calló.

Alexander se puso de pie con el cuaderno.

—¿Es suficiente tener un techo donde vivir, comida en tu mesa y un lugar para estudiar para ser feliz? —leyó la pregunta que la maestra les había hecho la clase pasada. Diego, al reconocer su voz, prestó atención también—. No. Para mí, la felicidad no proviene de ahí, aunque puede que un día me siente a comer una cena riquísima y me ponga contento, pero no me sería suficiente para ser feliz. Sin amigos a los qué contar cuán rica estuvo la paella que comí el día anterior, ¿cuánto puede extenderse esa felicidad? Sin familia que se siente a mi lado a degustar la comida, ¿cuán feliz podría ser? Me he dado cuenta que no solo se puede ser feliz con lo esencial; ropa, comida y educación, se necesita ser libre, aprender a aceptar el miedo, tener gente a tu lado a la que puedas llamar para decirles cuánto las extrañas y una buena salud emocional. Diría que, con lo que usted enlistó, maestra, nadie sería feliz, solo nos sentiríamos estables.

—¿Serías feliz sin amigos ni familia? —cuestionó la profesora. A ella, más que nadie, le gustaba escuchar las diferentes opiniones de sus alumnos.

—Para nada. —Por el rabillo del ojo divisó a Diego, que se encontraba atento a su tarea—. Ni tampoco podría ser feliz si la persona que me gusta vive con una tristeza constante —declaró, a lo que se oyeron varios gritos de emoción.

La profesora Orozco sonrió y le dio permiso para que se sentara.

—Gran trabajo. Muchas gracias por compartirlo con la clase.

El salón se llenó de aplausos en un par de segundos. Diego estaba seguro de que era porque les parecía guapo Alexander y no tanto porque su discurso los haya hechizado; pero a él le dio igual, porque quería que reconocieran el trabajo del principito, además, a él le había gustado todo lo que dijo, excepto la última parte.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora