[Capítulo XI]

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Encontrar a su madre de un lado a otro pegando carteles, globos y serpentinas en la pared de la sala le recordó los buenos tiempos donde toda la familia: tíos, primos, abuelos, etc., se presentaban el día exacto del cumpleaños de alguno y se pasaban la tarde —e incluso noche— entera disfrutando de recordar las viejas vivencias o, simplemente, contar las buenas nuevas.

Durante esos días su madre estaba tan ajetreada intentando que la casa se viera perfecta para recibirlos a todos que se olvidaba de arreglarse ella misma. Ella decía: "Se merecen este recibimiento, Diego", y obligaba a sus hijos y a su esposo a ayudarla. Para Juliana, la familia Mendoza era la familia que le había sido arrebatada; ellos la cuidaban, la querían y la trataban como a una hija; de no ser por la gran boda que Juliana y Ulises tuvieron, todos pensarían que sus padres biológicos eran Carmela y Sergio Mendoza.

Recordaba cada uno de sus cumpleaños con nostalgia, pues, luego de cumplir los catorce años, nadie se había vuelto a juntar de esa manera para celebrar. La última vez que Diego los vio, todos lloraban.

—¡Ah, Diego! —saludó Juliana sin quitar la vista de donde estaba pegando un cartel que decía FELIZ CUMPLEAÑOS; ese cartel lo tenían desde que Mauricio tenía cuatro años—. ¿Puedes pasarme la caja que está sobre la mesa?

Diego hizo lo que le pidió.

—¿Dónde está Javier y Mauricio? —Juliana rebuscaba entre la caja.

—Fueron a comprar un pastel. Le dije a tu hermano que debían tardarse por lo menos una hora. —Diego rodó los ojos. Kalleha tenía pastelerías por toda la ciudad, era imposible que se tardaran más de veinte minutos comprando.

—Por supuesto.

—¿Qué le compraste a tu primo?

—Un muñeco. —Su madre se volteó a verlo—. Le gustará. —Ella no se veía convencida, pero regresó su mirada a la pared que tenía que adornar.

—¿No quieres cambiarte, cariño? —sugirió ella al ver la pijama azul que todavía tenía puesta Diego.

—Claro. —Rodó los ojos, esperando que no lo viera.

Aún no le había dicho que Alexander asistiría a la pequeña fiesta de Javier, y siendo realistas, Diego no estaba seguro de cómo se lo tomaría su madre; no por la parte de que invitara a un amigo, eso le encantaría, sino que... era extraño que Diego quisiera invitar a alguien por segunda vez a su casa.

—¿Recuerdas a Alexander?

—Sí, por supuesto. Es un chico al que no puedes olvidar fácilmente. —Diego pensó en cómo lo diría de una forma natural—. ¿Qué pasa con él?

—Lo invité al cumpleaños de Javier. —Juliana dejó su trabajo, confundida.

—Eso es raro en ti, cariño. —Como si hubiera notado algo, agregó—: ¿Pasa algo entre Alex y tú?

Diego enmudeció.

—No, para nada. —Las pláticas de amor entre él y su madre eran nulas—. Alexander no me gusta, por si te lo preguntas.

Era abierto a cualquier conversación del mundo, sin embargo, con su madre ponía límites. Y no precisamente porque él creyera que no se debía hablar de todo con los padres, solo que de eso se encargaba su padre.

Juliana hablaba con Mauricio.

Ulises con Diego.

—Iré a cambiarme.

(...)

La sala fue cubierta de repente de colores que animaron el ambiente; blanco, verde, azul. Y la mesa se llenó de regalos, aperitivos —a Javier no le gustaban las comidas en su cumpleaños— y el álbum de fotos, que Diego escondió hábilmente antes de que Alexander llegara.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora