[Capítulo IX]

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—¿Qué demonios haces aquí? —bufó Diego, viendo cómo el principito entraba con su característica sonrisa al gimnasio de la escuela—. Hoy no te toca esta clase.

Un puchero se instauró en el rostro del azabache.

"Como si alguien pudiera creerle esa actuación de niño bueno".

—Ya sé; pero mi profesora de Lengua no ha llegado. —"¿Lengua?"—. Así que me pareció buena idea venir a verte.

Diego solo iba a clase de Educación Física cuando notaba que su condición física iba empeorando, por lo demás, él se abstenía de sudar innecesariamente. Aparte, su cuerpo se cansaba muy fácil con el esfuerzo físico, tirándolo por horas para poder recuperarse. No podía creer que los únicos días que iba a esa clase el principito fuera a joderlo.

—Estaré animándote desde aquí —sonrió burlonamente.

Diego le mostró el dedo medio.

—¿Qué quieres para que estas dos horas me dejes en paz?

El principito hizo además de pensarlo, cuando, de pronto, puso una mueca que causó un escalofrío en Diego.

—Hagamos un trato. —Se adelantó a añadir—. Cálmate, no es nada malo. —Diego se cruzó de brazos, esperando—. ¿Qué te parece si te dejo en paz estas horas solo si tú hablas con alguien completamente extraño para ti durante la clase?

La propuesta tomó desprevenido a Diego, quien esperaba algo más comprometedor o ridículo. Sin embargo, dado que a él le daba pánico hablar con personas extrañas, el trato resultaba hasta cierto punto diabólico.

—Ni hablar, prefiero tenerte aquí dos horas —respondió.

Se notó un destello de decepción en los ojos verdes de Alexander.

—Tarde o temprano tendrás que hablar con más gente. ¿O qué? ¿Pretendes hacer de mimo para toda la vida? —El tono burlón se había ido.

Por tonto que sonara, la forma en la que Alexander miró a Diego lo incomodó hasta el punto de hacerlo girar la cabeza. Le parecía absurdo que alguien se preocupara por la vida social de otra persona, aunque, al ver la preocupación en los ojos de Alex, un sentimiento de vergüenza por sí mismo lo invadió.

—¿Cómo haces eso? —Alex arqueó una ceja, confundido.

—¿Hacer qué?

—Manipular a las personas a tu conveniencia, idiota. Siempre que estoy en contra de algo que tú quieres hacer, pones una mirada o dices algo que me hace replantearme la situación.

Ahora, Alexander estaba más que confundido.

—Ya. —Bajó la mirada lentamente—. Lo siento. Al igual que tú, el hecho de hablar con más personas se me dificulta. Mi experiencia es nula en cuanto a relacionarme de un buen modo. —Los dos estaban avergonzados—. No me fijé que te sentías así.

Diego le dio un leve golpe en el hombro, tratando de quitar la tensión al asunto.

—Al parecer a mí tampoco se me da bien utilizar las palabras. —Alex sonrió.

—Entonces te veré en un rato.

Llevó dos dedos a su frente, a modo de despedida; Diego lo imitó.

Como de costumbre, el profesor Díaz llegó cinco minutos antes de la hora, con una gorra roja y lentes de sol; según él, llegar antes les permitía calentar y utilizar las dos horas para hacer ejercicio. Ni un solo minuto se desperdiciaba en su clase.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora