[Capítulo LVII]

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—Te extraña —dijo Javier, con medio cuerpo por la ventana y cuidando que nadie entrara a su, ahora, habitación—. Y en verdad lamenta lo que te dijo.

En el cuadro más chico se veía a sí mismo, rostro opacado por la iluminación. La pantalla la opacaba un ensimismado Alexander, escondido en el baño y con el ruido del grifo abierto para evitar que su conversación fuera detectada por alguien más.

—También lo extraño. —Se sacudió el cabello. Como si apenas le hubiera llegado la segunda frase, arrugó la frente—. ¿De verdad piensas que no sé que lo lamenta? Fue una estupidez del momento, eso me queda claro.

—¿Hace cuánto llegaste a España? —Rebuscó entre su chamarra un encendedor y el único cigarro que había comprado. No le encantaba fumar, pero en ese momento no resultaba una mala idea. Si Juliana saliera de la casa en ese momento y mirara hacia arriba, se encontraría con una imagen que mancharía lo que pensaba de su perfecto sobrino.

—Ayer —murmuró. Alexander decidió poner el rostro sobre las rodillas y no quitaba su atención de la puerta, por si acaso alguien entraba sin avisar.

—¿Ya recibiste tu regaño de bienvenida? —Inhaló el humo.

—Se podría decir que solo el de mi padre. —Había eco del lado del principito.

—¿Fue terrible? —Alexander alzó los hombros—. Meh, ya veo. ¿Cuál será tu castigo?

—Un mes sin salir de casa. Eso incluye que no podré ver a Santiago, tener mi celular ni tengo permitido hablar con mis hermanos.

Shit. —Le dio vueltas al cigarro entre sus dedos—. ¿Cómo es que ahora puedo llamarte?

—Michelle me ayudó. Podré comunicarme contigo hasta que descubran el celular. Tuve mejor suerte, por así decirlo, que Santiago; a él lo enviaron cinco meses a aprender el trabajo que se hace en la empresa de Londres. Tiene prohibido hacer amigos o contactarme; por supuesto, él sí acatará la orden.

—De los males el menor —mencionó—. Por lo menos no te están acordando ninguna boda.

—Sí, por lo menos —susurró—. Tengo que dejarte, creo que viene alguien. —Sin darle oportunidad a Javier de despedirse, Alexander cortó la llamada.

Se quedó sentado en la ventana, terminándose el cigarro mientras balanceaba el celular con despreocupación. Por lo que sabía, su tía había decidido que se irían el viernes en la tarde y estarían una semana en México, con los abuelos. Había llamado a sus padres para hablar con ellos y preguntarles si podía quedarse ahí ese tiempo; ninguno de los dos se opuso.

Pero, también había decidido que necesitaba un trabajo que le permitiera pagar un departamento pequeño en Kalleha, pues seguir viviendo con su tía resultaría bochornoso a sus veinticinco años. Y nada mejor que trabajar en un lugar relacionado con su sueño de abrir un bar.

Tenía planeado hacerle una visita a Gabriel al día siguiente para hacerle una propuesta, aunque antes le gustaría comentar el asunto con un adulto responsable que no tuviera la posibilidad de meterse en su vida si así no lo quería Javier. ¿Quién mejor que Enrique para hacer tal consulta? Pese a que no eran familia como tal, había forjado una relación amigable con el hombre que una vez fue su profesor, y sabía que no se negaría a brindarle ayuda.

Si Gabriel aceptaba que trabajara en KOT, era necesario decirles la verdad a sus padres acerca de su sueño, así abandonarían cualquier esperanza de que terminara una carrera y fuera un ingeniero profesional o algún título que se viera bien enmarcado y colgado en la sala.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora