[Capítulo LVI]

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Había pasado media hora con la mirada fija en la puerta de su habitación, tapado hasta la nariz y sin ganas de dormir o levantarse. Ese día solo quería quedarse en cama, sin que nadie le hablara. Incluso le cansaba callar los pensamientos negativos; dejó que se divirtieran a costa suya.

La verdad era que no le interesaba vivir ese día. Si tuviera un botón que pudiera apretar cada vez que le frustrara estar en ese mundo y poder borrarse de la narrativa ese día, lo apretaría sin dudarlo.

Tenía una recaída, lo sabía, en parte fue eso lo que arruinó su día, porque no dependía de él sentir indiferencia, sino que jugaba —si lo que Claudia decía era cierto, cosa que no ponía en duda— en una eterna ruleta donde no tenía idea qué le tocaría vivir el día de mañana. Cualquier detalle podía empeorar su ánimo, pero era difícil que estuviera del todo feliz y satisfecho. Cuando estaba feliz no estaba satisfecho, desafortunadamente, y eran contados los días en que se sentía satisfecho.

Otro de los inconvenientes era que su mente no solo lo molestaba con lo de Alexander, sino que reavivaba cualquier situación frustrante, triste o humillante. Si nada más tuviera que pensar en lo insensible que había sido con Alexander, podría haberlo resistido, pero si tenía que sumarle a eso la pelea con su mamá, la muerte de su padre y el estrés del examen de admisión para la universidad, las cosas empeoraban.

Necesitaba retroceder el tiempo, cambiar su último encuentro con Alexander por uno agradable, tener la posibilidad de que cambiara de opinión respecto a irse, advertirle a su viejo yo que se diera cuenta rápido de lo mucho que quería al principito para así no perder tiempo valioso juntos.

La cabeza le dolía como si el día de ayer lo hubieran estrellado contra una pared miles de veces; una cosa más que empeoraba su malestar. De tanto llorar sentía los ojos hinchados, además de que no estaba seguro si le quedaban reservas para continuar llorando. Supuso que no porque, pese a que se sentía afligido por todo lo sucedido, no pudo soltar ni una sola lágrima más.

Se le cruzó por la mente leer un rato, aunque desechó la idea porque hacerlo no lograría ponerlo feliz. En primer lugar porque era un regalo de Alexander y siempre se acordaba de él la noche en que se lo dio cuando tenía el libro entre sus manos, aparte, Charlie resultaba igual de depresivo que él.

"Sinceramente, todo lo que anhelo es desaparecer unas horas".

(...)

—¿No se te antoja ir al cine? Puedes ir con Javier; yo les doy dinero.

Diego terminó de pasarse la pastilla; Enrique había ido minutos antes pero, con todo el trabajo que tenía, le fue imposible quedarse.

—No, gracias. —Pestañeó lento—. Quiero dormir.

—Te hará bien salir. —Él negó—. ¿Hay algo que quieras decirme? —"Por ejemplo, ¿qué te tenía llorando como un niño?". Viendo que su hijo se quedaba callado, se aclaró la garganta para olvidar el tema—. Es normal que tengas estas recaídas.

—Son todo menos normal —repuso él, sin querer abrir de más los labios—. Tengo que vivir con esto, pero no es normal, ma.

—Puedo faltar hoy al trabajo para pasar la tarde juntos. —Diego forzó una sonrisa.

—Me pondré a estudiar, no te preocupes, no me quedaré acostado todo el día —mintió. Era mejor decirle que haría una actividad a tenerla a un lado, angustiada.

Ella bajó los hombros.

—Llama si necesitas algo. —Dejó la puerta entreabierta al salir; a Diego le disgustó ver la rendija por la que pasaba luz cegadora.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora