[Capítulo L]

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A su lado, todos se mostraban inquietos; sobándose las manos, cerrando los ojos o estremeciéndose de la emoción. Todos habían recibido, de forma elegante —aunque Diego más bien lo tomó como un martirio que se cocinaba lento—, un sobre amarillo, que contenía las calificaciones finales; las que decidirían si se graduarían o se quedarían un año más en Roochemore.

Hasta ese momento, la clase entera se encontraba inquieta, y ninguno había tenido el valor suficiente para abrir el sobre. Se encontraban en la última clase, Ética, con la profesora Aldama, quien observaba a sus alumnos con interés.

Para ese momento, todos habían recibido los resultados de los exámenes finales —para sorpresa de Diego, obtuvo solo un seis en el examen de Biología—, por lo que ningún alumno podía no saber qué les deparaba en aquel sobre.

Dado que el timbre que anunciaba el final de clases se acercaba, Diego decidió que era el momento para saber si había valido la pena los tres años que estudió en Roochemore. Así que, despacio, abrió el sobre para luego sacar la hoja con sus calificaciones finales.

—Santa mierda —murmuró al revisar los números al lado de las materias.

De reojo pudo ver cómo varios de sus compañeros se inclinaban sobre sus asientos para ver los resultados de Diego.

—No puede ser. —Cubrió su boca con la mano. Inspeccionó de nuevo la hoja, sin poder creer lo que veía. Debían haberse equivocado de persona, no podían ser suyos esos resultados.

¿Había otro Diego Mendoza en Roochemore?

Estuvo a punto de dejar a un lado su timidez para preguntarle al compañero de al lado si conocía a otro Diego Mendoza estudiando ahí, aunque la campana lo interrumpió. Todos abandonaron lo más pronto posible sus lugares, mencionando en voz alta lo aliviados que se sentían al haber pasado todas sus materias.

Diego obligó a sus piernas a levantarse.

—Debe haber un error —susurró con la vista clavada en sus calificaciones.

—¡Diego! —Ni siquiera prestó atención a Lara, aún cuando esta se lanzó para abrazarlo—. ¡Dime tus resultados! —Apartó lentamente su mirada de la hoja y se fijó por fin en la chica. Lara llevaba los lentes chuecos y las mejillas sonrojadas.

—Aprobé todas —habló, pero decirlo en voz alta resultaba más surreal—. Me graduaré.

—¡OH. POR. DIOS! ¡Qué emoción! ¡Nos graduaremos!

Acto seguido, Diego abrazó a Lara y la hizo girar en el aire, riendo. Al bajarla, Lara tenía una expresión de profunda confusión, aunque pronto empezó a reír junto con Diego.

—¡Debemos buscar a Alex! —sugirió ella y los dos corrieron hasta el salón donde se suponía debía encontrarse el principito.

Alexander guardaba sus cuadernos lo más calmado que un estudiante, que ha recibido sus calificaciones finales, debería hacerlo. La sonrisa cínica se había suavizado, sin embargo, los golpeteos que daba con la punta del pie le dieron la idea a Diego de que su novio no se encontraba tan tranquilo como aparentaba.

Antes de que entraran para bombardear al principito con preguntas respecto a sus calificaciones, una chica alta, de apariencia como de una modelo y el cabello castaño largo cayéndole con gracia sobre los hombros se acercó a él. Tenía una carta entre las manos y, a ojos de Diego, la chica parecía nerviosa, ya que se movía el cabello continuamente.

—Oye —le susurró Lara, escondiendo a Diego para que ni Alex ni la chica los vieran—, ¿crees que se le vaya a declarar?

—¿Les damos privacidad? —Lara se giró a verlo, con los ojos agrandados.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora