[Capítulo XLI]

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Esa noche tuvo otro sueño aterrado, que, a pesar del adjetivo "aterrador", Diego se negaba a llamarlo pesadilla.

Alexander y él se encontraban en el salón de Biología, solo ellos dos, pues, según recordaba de su sueño, habían sido los únicos en no ser notificados de que la clase se impartiría por ese día en el laboratorio. Ya con la mente fría, Diego sabía que era una completa estupidez, ya que, en la vida real, Beltrán se habría tomado la delicadeza de avisarles cuando todos sus alumnos estuvieran en el aula, o si no, habría puesto un cartel fuera del salón con las instrucciones.

Pero en su mente, mientras se encontraba soñando, parecía tener sentido haberse quedado ellos dos ahí, esperando inútilmente a que alguien apareciera para notificarles sobre la suspensión de esa clase o algo. El tiempo pasaba y nadie llegaba, por lo que el principito y él se pusieron a hablar y bromear como siempre lo hacían; en esa ocasión, Diego tenía una actitud relajada, como si se hubiera olvidado lo mucho que deseaba probar los labios de Alexander.

El principito estaba sentado en una de las mesas, con los pies apoyados en la silla y mirando a Diego, quien se encontraba en la misma posición, solo que sus piernas estaban enredadas entre las de Alexander. No había nada fuera de lo normal en la situación, de hecho, hasta conversaron sobre la trilogía de Cómo Entrenar a tu Dragón, que habían terminado de ver el fin de semana anterior.

—Me parece que la segunda estuvo algo floja, creo que la salva la canción de la madre y el padre de Hippo, además de la relación con Astrid —decía Alexander, acomodando de vez en cuando su cabello; esa mañana estaba bastante rebelde y no parecía acomodarse por más que el principito lo intentara—. Y la tercera, uff, esa sí que es una maravilla. Aún recuerdo la escena final y lloro.

Diego negó con la cabeza.

—Te equivocas, la segunda fue muy buena, solo que te la pasaste quejándote de la mamá.

—¿Puedes culparme? La señora se largó y dejó a su hijo. —Pasó una mano por su cabello—. En lo que no me puedes contradecir es que el final fue una joya total.

—Estamos de acuerdo en eso.

Al ver que Alex llevaba una mano hacia su cabello, Diego lo interrumpió para ser él quien arreglara el hermoso desastre. Se tuvo que inclinar más en la banca, por lo que, sin darse cuenta, terminó acercándose más de la cuenta a su amigo, pero este ni se inmutó, aceptó la ayuda con una sonrisa y, cuando Diego terminó su trabajo como estilista, bajó la mirada al sentir unos intensos ojos verdes sobre él. Alexander ensanchó su sonrisa. De repente, se acordó de su enamoramiento.

—Alex, —La valentía llenó su ser—, tengo algo que decirte. —Sin alejarse del principito puso sus manos en los hombros de su amigo—. Y voy a ser muy claro porque me está asfixiando guardar este maldito secreto. —Alexander iba borrando su sonrisa, intuía que seguiría una cosa grave—. Estoy enamorado de ti. No sé cuándo ocurrió, pero sé que te adoro con todo mi corazón y que me haces ser feliz pese a que estoy muerto por dentro. Te quiero tanto que me es imposible en este momento contener las ganas que siento de abrazarte y besarte. Te quiero y no sé cómo evitar hacerlo.

Las manos le temblaban y apenas podía respirar apropiadamente, porque, ahora que había tenido las agallas para confesarle su amor a Alexander, se sentía indefenso frente a la presencia del español. Esperaba cualquier respuesta negativa, desde la más cruel hasta la más dulce, aunque en su interior existiera un atisbo de esperanza donde él correspondía sus sentimientos.

—¿Y por qué no lo haces? —Alexander se mojó los labios—. Si tienes tantas ganas de besarme, adelante. —Inclinó la cabeza para que tuviera mayor acceso a su boca.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora