[Capítulo XIII]

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Tan pronto como se despertó, una cegadora luz blanca le hizo volver a cerrar los ojos, apretando con fuerza los párpados. Instantes después se dio cuenta que la luz no era lo único que le molestaba: mover cualquier parte de su cuerpo representaba una tortura.

Gimió de dolor al tratar de reincorporarse en el sitio donde se había quedado dormido, pero el peso le ganó y terminó en el mismo lugar con un dolor todavía más grande. Fue entonces que se dio el tiempo para reflexionar. Tumbado en quién sabe dónde, sintiendo el frío calándole los huesos, supo que necesitaría bastante tiempo para acallar el dolor y poder pensar con claridad.

Pudo haber pasado una eternidad antes de que Diego volviera a estar completamente lúcido para entender dónde se había quedado dormido: una incómoda banca en el centro, donde todas las personas que pasaban por ahí lo veían como un bicho raro. También recordó, como por arte de magia, que su hermanito había recibido una paliza más temprano, y, de nuevo, se sintió vacío. Aunque, ahora, sabiendo que se trataba de Héctor Mora, ¿qué le quedaba por hacer?

Se reincorporó poco después, todavía sintiendo la molestia de haberse dormido en una posición poco favorecedora. Ya había oscurecido, por lo que suponía que su madre estaría histérica por haber apagado el celular y no decirle dónde estaba. Sí, tendría problemas llegando a casa. Revisó con tranquilidad el sitio donde estaba su celular, esperando que nadie lo hubiera robado mientras dormía, cuando lo encontró, esperó hasta que estuvo prendido y escuchó con fastidio el sonido de las notificaciones que poco a poco le llegaban. Todos eran de su madre, e iban de menor a mayor exageración en cuanto a enojo; aunque no podía culparla, siendo él, podía cometer muchas incoherencias.

De nuevo, un mensaje llegó, pero esta vez era de Liliana.

Presidenta: Hola, Diego, ¿podemos vernos a las ocho en casa de Rafael?

Sonrió, con un poco de cansancio notándose, pero, a fin de cuentas, era una sonrisa. Estaba seguro que lo quería ver para tratar el tema de Mauricio con la mayor seriedad posible; ella siempre quería hablar de problemas serios antes de que se volviera peor.

Con toda la elocuencia del mundo, contestó:

Diego: Te veo ahí.

Ni siquiera se había molestado en ver el reloj para asegurarse de que llegaría a tiempo, lo que menos quería era tener más preocupaciones ese día.

Como no llevaba una chamarra que lo protegiera del frío, se pasó todo el camino restregándose los brazos en busca de un poco de calor, recibiendo por esto, todo tipo de miradas reprobatorias. ¿Era idea suya o todos estaban juzgándolo?

Se tomó su tiempo para llegar a casa de Rafael, pensando en todo el camino lo que le diría a su madre, probablemente sería mejor decirle la verdad: "Me equivoqué, no puedo defender a mi hermano pequeño, así que, si Héctor Mora quiere, lo matará, ya que no hay nada que podamos hacer". Sin embargo, en cuanto terminó su discurso mental, una punzada de asco y desesperación lo invadió.

¿Por qué no podía hacer nada?, ¿acaso era correcto elegir la opción de no hacer nada? Todo lo que quería era mantener a su familia segura, ¿era mucho pedir? ¿Por qué se le estaba negando un deseo tan puro?

No supo cuándo ni por qué, pero la cabeza comenzó a dolerle tan fuerte que tuvo que detenerse un momento. Se recargó en una pared para luego sacar un cigarro de su chamarra. Tuvo que pensarlo bien antes de prenderlo, no quería que nadie lo molestara con sermones hipócritas acerca de la salud. Al final ganó su deseo por tener un poco de nicotina en la boca.

(...)

—Diego, estás temblando —dijo Liliana cuando lo vio entrar.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora