[Capítulo XXXII]

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Garabateó sobre la orilla del cuaderno un remolino a lápiz; carecía de significado, tanto como su existencia. Sin saber por qué, ahora los espacios en blanco del cuaderno estaban atiborrados de dibujos mal hechos y líneas.

Javier le había dado los temas que debía estudiar, así no perdía el tiempo memorizando información basura, sin embargo, aún recortando varios temas, la extensión de lo que debía estudiar era increíble.

Se dio cuenta que estudiar en la secundaria para un examen resultaba menos complicado que cuando iba a la preparatoria, pues, por lo menos en su caso, los últimos días de clases en la secundaria los profesores se la pasaban matando el tiempo, dejando que los estudiantes se divirtieran o hablaran en silencio. En cambio, en la preparatoria los profesores seguían mandando proyectos y tareas, por lo que el tiempo que Diego tenía para estudiar era limitado.

Desde hacía unas dos semanas la rutina de Diego se limitaba a cinco cosas: ir a clases, llegar a casa a hacer tareas —lo que le quitaba tres horas o más—, estudiar, dormir. El apetito muy de vez en cuando era parte de esa rutina, ya que Diego se limitaba a comer lo necesario para no desmayarse.

Los únicos días de medio descanso que tenía eran los fines de semana. En sábado y domingo su rutina cambiaba, pasaba de hacer tareas o estudiar en la tarde a hacerlo en la mañana, lo que lo forzaba a levantarse temprano y así no quedarse dormido hasta tarde.

El día que Alexander fue a visitarlo, Diego estaba al borde del colapso, la monotonía lo estaba matando de a poco, consumiendo cada fibra de su ser. Todos sus días se estaban describiendo con una sola palabra: escuela. Podía ser porque Diego jamás fue un alumno que dedicaba ni una hora a tomar un libro y darle una repasada, pero tampoco creía posible que todos los estudiantes del mundo se pasaran día y noche cumpliendo con las obligaciones de la escuela.

"A lo mejor sí y tú eres el único desobligado que se fastidia con unas cuantas semanas que lleva estudiando".

Así que ese día, seducido por la comodidad que desprendía su cama, dejó los cuadernos y libros a un lado para dormir. En ese momento le importó una mierda todo, hasta pensó en dejar de estudiar y encontrar pronto un trabajo cualquiera que le diera sustento; sus padres habían logrado educar y mantener a dos hijos con la preparatoria trunca, ¿por qué demonios no podría él? Se quedó dormido y despertó cuando Alexander le llamó al celular. Al principio creyó que su mente le estaba jugando una broma pesada, que en realidad se trataba de un sueño bastante tangible, aunque, al cabo de diez minutos se dio cuenta que Alexander estaba al otro lado de su puerta hablando.

Mentiría si dijera que no quería atravesar esa maldita puerta y conversar con Alexander, perdonarlo de una vez por todas y hacer de cuenta que nada había pasado. Pero también agradecía no haberlo hecho, porque su otra vocecita le dejaba en claro que había pasado algo, que Alexander le había mentido, y, teniendo eso en cuenta, Diego también sentía la necesidad de golpearlo y echarlo de su casa.

Eligió la opción cobarde, la de quedarse atrincherado esperando a que Alexander dijera algo, que fuera el principito quien decidiera qué rumbo tomaría de ahora en adelante su relación. Una parte de él se burló hasta que se cansó por la falta de autoestima que le faltaba a Diego, porque, si Alexander hubiera querido, lo habría manipulado a su antojo y Diego lo aceptaría.

Luego de que se fuera y de que la mente de Diego dejara de maquinar varias dudas y pensamientos pesimistas, revisó la hora, dándose cuenta que había perdido más de medio día que bien pudo aprovechar estudiando.

"Si dejaras de conmiserarte e invirtieras ese tiempo en tu estudio podrías dejar de ir tan atrasado", lo regañó Mauricio. Diego le daba la razón.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora