[Capítulo V]

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—Son dieciséis con veinte centavos.

Diego odiaba comprar en la cafetería de la escuela. Y podía sonar ridículo para alguien que se desprendía del dinero con demasiada facilidad cuando se trataba de alcohol, pero no entendía la necesidad de gastar tanto por una simple dona que comería en menos de diez minutos.

Sacó el dinero de su cartera con lentitud, decidiendo si en verdad era buena idea comer o no. Luego recordó que su hermano llegaría tarde ese día —para cumplir con su castigo— y Javier les había avisado a todos que iría a pasear por ahí, así que de todas formas tendría que comprar algo más tarde.

Le tendió el dinero de mala gana al señor, maldiciendo para sus adentros la mala compra.

Al girarse, una voz le taladró el cerebro, mandando a la mierda su día. Y era curioso, ya que la voz no pertenecía a Alexander o Javier, todo lo contrario, era su dulce presidenta.

—Tienes que firmar.

¿Por qué se empeñaba en gastar su tiempo en algo que Diego no haría? A esas alturas, sus años de amistad tendrían que advertirle a Liliana que no podía pedirle a Diego ser responsable.

—Dile al director que cumplí con el castigo, ¿por qué tendría que llevar mi sentencia de muerte a casa? —Le dio otro bocado a la dona.

"Por lo menos tiene que durarme hasta la próxima clase".

—Comprendo que estés molesto por tener que convivir con alguien que no te cae bien. —Ambos salieron al patio principal, donde el principito estaba rodeado por un grupo de personas—. Es el proceso de madurar. Ahora: actúa como un adulto y lleva esta mierda para que tu madre la firme.

Liliana colocó el papel sobre la mano de Diego —que seguía sorprendido por la franqueza que había utilizado su amiga—, lo tomó de la manga, para luego arrastrarlo hasta donde Alexander estaba.

Al verlos llegar, el grupo de personas se dispersó casi instantáneamente, evitando hacer contacto visual con Diego; cosa que el rey odió, él no quería pasar ni un momento a solas con ese chico.

—Hola, Lily —saludó Alexander, alzando la mano en dirección a la pelirroja.

Diego se cruzó de brazos, divertido por la actitud infantil que estaba tomando Alexander al ignorarlo. Un día antes se había encargado de llamar su atención a toda costa, pero ahora ni siquiera lo miraba. Era gracioso como alguien perdía interés en ti con rapidez.

"¿Es que acaso querías la atención de Alexander?"

"No actúes como mi psicólogo, Mauricio".

—Alex, necesito pedirte un favor.

La sonrisa le titubeó, como temiendo haber aceptado ya la propuesta. Pero, en el momento que recordó que ella ni siquiera le había mencionado de qué se trataba el favor, restauró su hipócrita sonrisa. Diego se preguntó si no se cansaba de poner aquella expresión fingida. No lo veía dejando esa actitud en ningún momento, a menos de que se encontrara con él.

—¿En qué? —preguntó, inseguro de la respuesta.

—No te preocupes, no es algo del otro mundo —lo relajó. Sólo a Alexander, porque para Diego, esa actitud en Liliana le provocaba incomodidad—. Quería saber si puedes entregarle esto a algún familiar tuyo, —le entregó una hoja parecida a la de Diego—, es por el incidente con su profesor de Biología.

Lo siguiente que dijo Alexander terminó por convencer a Diego de que le faltaban dos tornillos en aquella bonita cabecita. Y, si lo pensaba bien, no tenía nada que ver con lo que dijo, cualquiera podría pasar por su misma situación, pero el tono en que lo dijo fue espeluznante.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora