[Capítulo XVI]

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Diego dio un salto en su cama al escuchar —por tercera vez— el teléfono. En su limbo mental pudo percibir murmullos de su madre y Javier, quienes, suponía, se encontraban en la sala. Rodó los ojos para luego taparse la cabeza con la cobija, esperando así volver a dormirse, aunque, al poco tiempo, el estridente sonido logró sacarle un gruñido exasperado. Tanteó en la oscuridad su celular.

"Puta vida".

Eran seis y cuarto; Diego no pensaba levantarse un domingo a esa hora infernal.

"¿No te da curiosidad saber quién llama un domingo a las seis de la mañana?", preguntó Mauricio, listo para darle los buenos días.

"Te sorprenderá saber que no". Tomó una bocanada grande de aire y suspiró. "Ya sé de quién se trata".

A decir verdad, por la magnitud del problema, Diego se preguntó varias veces cómo sus tíos podían resistir el impulso de tomar el primer vuelo de México a Kalleha para su gran plática con Javier.

Pese a que no era un admirador de los chismes, y que prefería enterarse en el momento adecuado de las cosas, salió de la cama, con cuidado de no marearse e hizo el menor ruido posible al bajar para no despertar a Mauricio.

Javier estaba en la sala, yendo y viniendo, tratando de hacer entrar en razón a sus padres. En cuanto lo vio le hizo una señal con el dedo índice para que no hablara; la vena debajo de su ojo izquierdo se notaba a causa del estrés.

—... ella era libre de decirles lo que estaba pasando.

Al otro lado de la habitación, en la cocina, el olor de pan tostado ofrecía un ambiente ameno, por lo que se dirigió ahí. Su madre, con una bata azul algo vieja, esperaba a que su té estuviera listo mientras tamborileaba los dedos en la encimera; en cuanto lo vio dejó de hacerlo.

—Ah, cariño, ¿te despertamos? —dijo distraída.

Él negó.

Probablemente su madre creía que su turno de recibir un regaño llegaría en cuanto Javier colgara el teléfono. Diego sabía que los padres de Javier no se aburrirían tan rápido de echarle en cara a su primo el futuro que tiró a la basura por una cara bonita que apenas conocía.

Se sentó con descuido sobre la encimera, aceptando cortésmente el té que su madre le ofrecía.

—Va a llover toda la mañana; no podré lavar hoy —informó Juliana, viendo con preocupación el cielo nublado.

—Lo lavo todo mañana.

(...)

Pasada una hora, Javier entró a la cocina, atrayendo la atención de su tía y primo.

—Tratar de razonar con mis padres es más complicado que nadar sin brazos —dijo, tomando el último charco de refresco de la botella.

—¿Qué dijeron tus padres? —Juliana se llevó una mano a la frente, esperando encontrar tranquilidad con ese gesto.

Estando ahí, percibiendo la incomodidad de su madre y Javier, Diego se sintió un intruso en la conversación. Nada que fuera dicho le afectaría o le haría sentir intranquilo. No obstante, al no ser sacado de la cocina supuso que, después de todo, lo que ocurriera con su primo le concernía.

—La primera media hora los escuché pedirme explicaciones del por qué había dejado la universidad (y digo escuché porque no me dejaron hablar), luego trataron de relajarse, aunque solo consiguieron llorar... —La voz de Javier tembló por una fracción de segundos; él entendía la gravedad del asunto si sus padres lloraban—. Y, lo últimos diez minutos de la llamada, se limitaron a decir que vendrían a Kalleha lo antes posible.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora