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La almohada se deslizó en silencio hasta el piso sin que Diego se diera cuenta. Resultaba complicado despertarlo una vez cerraba los ojos y eso debió notarlo la persona que llamaba sin cesar al celular del joven Mendoza.
Aún adormilado, tentó el buró donde se suponía que estaba su celular y, al no encontrarlo, frotó sus ojos con enojo y buscó el objeto de donde provenía el sonido; lo encontró en el piso, con el nombre de la persona que lo contactaba con urgencia. Omitió revisar la hora.
Carraspeó antes de responder.
—¿Qué ocurre?
—¿Te desperté?
Casi quiso matar a su amigo por la estúpida pregunta que le hizo. "¿Qué puta hora es?"
—Raf, ve al grano. —Alejó el celular de su cara para darse cuenta que apenas eran las cuatro de la mañana, lo que le bajó los humos a Diego y se precipitó a cuestionar: — ¿Estás bien?
Sentía el corazón palpitarle con furia. Ya estaba poniéndose los tenis cuando Rafael le respondió tranquilamente.
—Todo bien. —Diego arrugó el entrecejo, sin dejar de atar las agujetas. Nunca había recibido una llamada de su mejor amigo a esa hora, tenía que ser, sino urgente, algo que afectaba a Rafael—. ¿Podemos hablar? —Diego olvidó que Rafael no lo veía y asintió—. Por favor.
—Claro, dime —se apresuró a decir.
—Así no, en persona.
El rey mordió su labio inferior. Salir en la madrugada era un riesgo que no quería correr por dos razones: podían robarle estando fuera, su barrio no era un barrio peligroso, pero no estaba de más preocuparse; y la segunda era que a su madre no le resultaría gracioso encontrar su cama vacía si iba a verlo.
Escuchó un claxon al otro lado de la línea, advirtiéndole que su amigo ya estaba en la calle y se quedaría ahí con o sin su compañía.
—¿Dónde nos vemos?
(...)
Rafael estaba sentado en la banqueta, con la vista perdida en algún punto de la casa que tenía en frente. Mantenía el dedo pulgar en su boca, no como en un gesto infantil, sino como si estuviera pensando.
Lo había citado en el parque donde se conocieron, uno que tenía un arenero y varios juegos para niños. El parque cerraba sus puertas antes de las seis de la noche, por mera precaución. Ahora que tenía diecinueve años, Diego se dio cuenta que el lugar apenas alcanzaba el tamaño de un jardín y solo resultaría inmenso al ser niño o con una altura baja.
—Hola —saludó.
Su amigo despegó la mirada de la casa rosa.
—Hola.
El pijama de Rafael era un pantalón de cuadros rojos y camisa azul; compraba el mismo patrón desde que lo conocía. Un día le preguntó por qué lo usaba, pero su amigo solo se encogió de hombros sin contestarle.
—¿De qué querías hablar? —dijo pasados cinco minutos de silencio. Sabía que el mutismo en Rafael era habitual, pero si lo había citado sería por un asunto de gran relevancia.
Debajo de los ojos del universitario, las ojeras se hacían cada vez más pronunciadas y le habían salido algunos granos en la frente y barbilla. En su último encuentro no se veía así, de eso estaba convencido.
"Solo un descarado como tú podría pensar eso. ¿Hace cuánto que no ves a Rafael?"
Utilizó los dedos para calcular los días en que no se reunieron.
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Rey Busca Líos
Teen FictionDiego es conocido como el Rey Busca Líos de la preparatoria Roochemore. Quien, según los rumores, es un pandillero que no soporta que invadan su espacio personal. Por esa razón nadie se explica cómo Alexander, el chico nuevo, ha conseguido hablarle...