[Capítulo LXX]

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Diego estiró los brazos sobre su cabeza para luego dejarlos reposar sobre la mesa a la que llamaba escritorio.

Tenía bastantes cosas en la mente que lo distraían con facilidad, y lo peor de todo era que ninguno de estos asuntos estaba relacionado con la universidad. Las tareas y proyectos se sumaban constantemente y apenas tenía tiempo para terminarlas, y el hecho de haber ido a España, ocupando todo su fin de semana en Nora, había acumulado aún más deberes.

Aún así, recordar la expresión soñadora de la chica al volver de la entrevista y confesarle que, si bien no le habían dado una respuesta aún, todo indicaba que les había convencido para obtener el trabajo. Le parecía extraño como la felicidad de otra persona podía ser suficiente para él, pero al mismo tiempo podía dolerle.

Cuando Nora se fue, Diego, el trío de idiotas y Mateo la fueron a despedir al aeropuerto. Sobraba decir que una semana antes, luego de su regreso a Kalleha, habían pasado todo el tiempo que podían juntos; unos días solo estaban haciéndose compañía mientras cada uno realizaba sus deberes, y en los demás conversaban largas horas. No hubo ningún beso en los labios ni súplicas para que se quedara. Ambos comprendían que deseaban cosas distintas en la vida y esa verdad no estaba peleada con sus sentimientos. Por eso, Diego le dio un fuerte abrazo y Nora le prometió que le mandaría mensajes.

Nora cumplía al pie de la letra su promesa. Había ocasiones en que solo se saludaban y deseaban un buen día. Dada la diferencia horaria a veces era un desastre saber cuándo uno de los dos estaba desocupado o despierto. Cualquiera que fuera el contenido del mensaje que ella le enviaba, Diego sonreía.

Nora: ¿Mi hermano causa problemas?

Diego: No sabes cuanto

Diego: Lo único bueno de verlo a diario es que me recuerda a ti

Nora: Cuidado, mi primer novio me dijo eso y terminó besándolo

Diego: Deja de poner imágenes asquerosas en mi mente

Nora: Ese es mi deber en tu vida. Poner imágenes asquerosas que te hagan replantearte por qué eres mi amigo

Nora: Debo dejar el celular, mi jefe viene

Diego: ¡Suerte!

Dejó el celular sobre el escritorio. Justo en ese instante sus cavilaciones se vieron interrumpidas por Rafael.

—Carlos y yo iremos a comprar leche, ¿necesitas que te compremos algo? —preguntó, asomando la cabeza por la puerta.

—No, gracias.

Su amigo cerró la puerta.

Pero no podía negar que Nora no era quien abarcaba todos sus pensamientos, cierto principito, al que le costaba seguir diciéndole principito, no dejaba de aparecer en su mente. Su recuerdo, más vívido gracias al reencuentro, provocaba que su corazón latiera más despacio, enloqueciéndolo. Cada que recordaba los ojos de Alexander, casi ocultos bajo la gorra que intentaba disfrazar su rostro, suspiraba.

Era como ser un estúpido enamorado de nuevo, salvo que la diferencia entre cómo reaccionaba cuando se trataba de Nora y cuando se trataba de Alexander radicaba en que los sentimientos que sentía por uno eran el triple de lo que sentía por el otro. No le gustaba comparar lo que sentía por las personas, pues no era justo dado lo diferentes que eran, pero resultaba innegable que Alexander podría ganar una batalla en su corazón —aunque sonara asquerosamente cursi— sin siquiera esforzarse.

Aún si ese chico no fuera su exnovio, había sido parte fundamental en su vida, quien había estado para él en el momento que su depresión estaba en pleno auge. Por eso le preocupaba la decisión que había tomado. Por muy desinformado que Diego estuviera respecto al mundo que lo rodeaba, su hermanito era fiel a las noticias, así que no tardó en contarle sobre la renuncia de Alexander al título real.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora