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Las tardes en Kalleha a finales de Abril se volvían cada vez más y más frías.
Pero nunca nevaba.
Del cielo podían caer pesadas gotas de lluvia, granizos del tamaño de una piedra o las peores heladas de todo el mundo, pero jamás caía nieve.
Uno de los sueños infantiles de Diego, desde que tenía ocho años, era poder revolcarse en la nieve y esperar hasta que todo el cuerpo se le entumiera. Al principio, aquella idea se había adherido a su mente por las películas estadounidenses que tanto amaba ver su padre; el ver a la gente disfrutar de algo tan banal como el clima le provocaba una sensación de calidez (por extraño que sonara). Sin embargo, ahora sus razones eran distintas. Cuando pensaba en la nieve se sentía calmado, como si no tuviera tiempo para pensar en otra cosa.
No tenía que pensar en la muerte.
—Siento llegar tarde —se disculpó Liliana, con la nariz tapada.
Diego tenía los ojos cerrados y mantenía una expresión relajada.
—Odio que te encante salir a caminar cuando hace un frío atroz —protestó ella, llevando sus manos a la boca para calentarlas—. Pero no me puedo quejar; es el único modo que tengo para que quieras salir conmigo.
Las personas que pasaban junto a ellos miraban con extrañeza a la joven pelirroja, que parecía hablar consigo misma, pues Diego no le prestaba atención ni a ella ni a nadie más.
—¿Diego? —Pasó una mano por el rostro de su amigo.
Esta vez, Diego reaccionó a la voz de Liliana dando un largo suspiro.
—Vamos.
Caminó por la acera, sin girarse para mirar a Liliana.
¿Por qué?
Por miedo.
Miedo a experimentar de nuevo aquél sentimiento de agonía que sintió en el bar.
—¿Quieres hablar de algo en particular? —Trató de sacar conversación ella—. ¿Algo te inquieta?
Lo inquietante de la situación era eso: no parecían ellos. Ella le estaba hablando como si fuera Enrique; tanteando el terreno. Tratando de identificar con cualquier movimiento cuál era el problema de Diego.
—¿Te dije que Alexander sabe lo de Enrique? —lo dijo sin pensar en lo que vendría después de confesar aquello.
—¿Por qué? —preguntó incrédula.
El secreto de Enrique era casi como un secreto de Estado, tan confidencial que solo unos pocos tenían el privilegio de saberlo. Nadie que solo llevara una semana conociendo a Diego podía saberlo, aunque tuviera la sonrisa más hermosa del mundo —según Liliana—.
—No tenía otra opción; fue a mi casa el día de mi cumpleaños.
Diego estaba seguro que Liliana estaba haciendo una mueca de molestia.
—Hmp, es impresionante que le digas eso a alguien que apenas conoces.
"Impresionante".
—No te molestes —pidió, casi en un susurro.
Ambos pararon de repente; aunque ninguno se armó de valor para ver al otro.
—Me pone feliz que tengas más amigos.
De pronto, Diego se detuvo frente a un escaparte de vestidos para novias, donde podía observarse a tres jóvenes veinteañeras emocionarse por todos los vestidos que les mostraban.
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Rey Busca Líos
Teen FictionDiego es conocido como el Rey Busca Líos de la preparatoria Roochemore. Quien, según los rumores, es un pandillero que no soporta que invadan su espacio personal. Por esa razón nadie se explica cómo Alexander, el chico nuevo, ha conseguido hablarle...