[Capitulo XIV]

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Diego no solía dejar que nadie entrara a su habitación. Como cualquier adolescente —aunque estaba a un año de no serlo más—, sentía gran incomodidad cuando alguien ajeno entraba a su desordenada habitación. Y no es que guardara nada inapropiado o quisiera esconder algo en particular, simplemente estaba negado a compartir su pequeño espacio con otra persona.

Y, por extraño que sonase, no entendía por qué Alexander estaba recostado en su cama, durmiendo plácidamente con el cabello impidiendo la vista de su bello rostro. Su respiración era lenta y suave, casi parecía estar durmiendo..., excepto que lo estaba observando, no, de hecho, observar era una palabra que solo alcanzaba a definir el dos por ciento de lo que en verdad estaba pasando.

El color verde de sus ojos estaba oscurecido, adquiriendo un aura mucho más provocativa, y estaba acompañado de una pequeña sonrisa, completamente distinta a la que siempre les dirigía a las personas; esta sonrisa era apenas perceptible, con un toque descarado, pero risueño. Diego mentiría si dijera que aquél escenario no lo estaba enloqueciendo, pero, ¿exactamente por qué? ¿Qué le transmitía el cuerpo del principito?

—Diego —susurró Alexander, bajando de tal manera su tono de voz que Diego tuvo que acercarse a la cama para escuchar mejor—. Tengo que decirte algo. —Con cada palabra que el menor decía, Diego tenía que inclinarse, quedando a escasos centímetros del rostro de Alex.

No entendía qué ocurría, estaba impresionado por la forma en la que Alexander había conseguido colarse a su habitación en medio de... ¿la noche?, ¿la madrugada?, en verdad todo era muy confuso.

—¿Qué tienes que decirme? —cuestionó Diego, olvidando por completo que el chico que estaba en su cama, el que estaba a centímetros de su rostro, era el principito de mierda. En lo único en lo que podía concentrarse era en aquellos hipnotizantes ojos esmeralda que, si no estaba loco, le pedían que se acercara más a su portador.

Alexander colocó una mano en la mejilla de Diego; de pronto, el contacto visual se estaba volviendo incómodo.

—Me gustas tanto. —Ahora, los ojos del principito estaban puestos en los labios de Diego, pidiéndole a gritos que diera su respuesta de una manera en la que ninguna palabra saliera de su boca.

Solo que Diego estaba ocupado pensando, consternado, sobre lo que acababa de ocurrir. ¿Cómo se suponía que debía de responder a su declaración? Lo que era más importante, ¿cómo sabía que no era una de las miles de bromas que hacían?

—No te entiendo —respondió, aunque su cuerpo parecía no haber escuchado las últimas palabras, pues tomó el rostro de Alexander entre sus manos, acariciando lentamente los labios del principito.

Era difícil no querer besarlo, sus labios eran una invitación a hacerlo.

Así que no pudo evitar resistirse e hizo lo último que pensó hacer con Alexander: besarlo.

Hasta que, de pronto, despertó con una confusión todavía más grande de la que había sentido en el sueño. Estaba envuelto en sus sábanas azules, tratando de convencerse si la escena romántica-erótica (porque sí, Diego estaba seguro que eso era), fue producto de su imaginación o un recuerdo que se veía difuminado por el cansancio. Aunque, de haber sido un recuerdo, eso significaba que no valía la pena de mencionarlo siquiera, pues solo estaba grabado en su memoria los primeros minutos; y Diego, a pesar de no recordar todo con frecuencia, podía acordarse de un beso. Entonces eso solo dejaba una opción: un sueño. Casi tan real como para confundirlo, pero insólito para ser verdad.

Mentiría si no dijera que el mero hecho de soñar con Alexander no lo asustase, sin embargo, en otras condiciones hubiera sido aceptable, incluso justificable, no obstante, el sueño los incluía en un contexto sexual. ¡Ni siquiera con Liliana había tenido esa clase de sueños!

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora