[Capítulo LVIII]

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Detestaba volar, lo había decidido ese día y veía imposible que alguien lo hiciera cambiar de opinión.

En todo el viaje no tuvo oportunidad de dormir, lo que lo obligó a pensar y, por ende, a darle vueltas al asunto de Alexander. Tal vez si le hubiera tocado sentarse al lado de Javier, su primo habría hecho las horas amenas, pero Mauricio ni siquiera le dirigió una sola palabra, se entretuvo leyendo y, con los audífonos puestos, le lanzó una indirecta que esperó que captara: "No quiero hablar contigo. Muérete".

Y Diego trató de hacer lo mismo que su hermano, pero tras una hora de leer sin detenerse, la lectura se volvió pesada, por lo que decidió pedirle prestados los audífonos a Javier y escuchó la música que había descargado para el viaje. En cuanto la primera canción sonó, supo que había cometido un error garrafal. Debió haber estado medio dormido para elegir No one's gonna love you. Lo más sensato era que pasara a la siguiente canción, pero Diego era un masoquista del clóset, así que la dejó.

Una fuerte punzada en el pecho, seguido de un escozor en los ojos le advirtió que estaba tentando demasiado a la suerte para creer que no lloraría en medio de un avión escuchando la canción. Sin embargo, soportó las ganas de llorar, aunque no pudo hacer nada para apaciguar el dolor que le producía mantener los sentimientos dentro de la garganta. Repitió la canción tres veces.

Para su quinta canción decidió, luego de ver la portada de su libro, rendirle algún tipo de tributo a Charlie —aunque más bien lo que quería era sentirse acompañado por un joven igual de extraño y depresivo—, y reprodujo Asleep. Irónicamente terminó durmiendo un minuto antes de que terminara la canción.

Abrió los ojos gracias a un codazo propinado por Mauricio, quien le hacía señas para que se levantara —ahora sonaba Creep—. Tomó la única mochila que llevaba y salió del avión. Olvidó que tenía puestos los audífonos hasta que su madre lo agarró del hombro para decirle que se fijara dónde estaban sus tíos; lo cual le pareció una tontería, pues, si su familia estaba ya en el aeropuerto, se harían notar. Como estaba ocurriendo justo en ese... momento.

—¡Javier!

—¡Beca, contrólate, por favor, deja de gritar! —regañó Mónica a su hija, sin percatarse aún que su familia ya había llegado.

La más joven de las Mendoza se liberó del agarre de su madre y corrió en dirección a su hermano. Al tiempo que Javier y Rebeca se fundían en un cariñoso abrazo, Diego observó lo diferente que estaba su prima; el cabello, el cual siempre lo portaba largo, había sido cortado hasta los hombros y ya se distinguían rasgos adultos en su rostro.

—Beca, harás que se sientan celosos si solo me extrañaste a mí —le dijo Javier, empujando a su hermana para que saludara a los demás integrantes—. Hola, ma. Hola, pa.

—¡Diegui! ¡Mauri! —Hizo lo mismo con sus primos; Diego se dejó abrazar, pero Mauricio se apartó nada más sentir los brazos de Rebeca—. Qué seco eres. —Le sacó la lengua a Mauricio.

Atrás de los tíos de Diego los seguían Abril e Isaac; la primera parecía ocupada hablando por el celular y su hermano se refugiaba bajo la capucha de su sudadera al tiempo que marcaba con el dedo índice los pasos que daba sobre su pierna. Para la edad de Isaac —doce años— era bastante bajito, por lo que aparentaba ser un niño de quinto de primaria, y su carácter retraído no lo ayudaba.

—Hola. —Guardó el celular Abril. Aunque no lo dijo, todos sabían que se alegraba de ver solo a Mauricio—. Saluda —le ordenó a Isaac, sacándolo de su espalda.

"Por supuesto que Mauricio y ella se llevan bien; son igual de mandones".

Aunque no estaban demasiado unidos Diego y Mauricio con sus primos, el hecho de que no conocían en lo absoluto a Isaac, era verdad. De seguro el niño los veía como extraños a los que se veía forzado a saludar.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora