[Capítulo XLV]

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Faltaba poco para el término del ciclo escolar; la ansiedad de esa afirmación embargaba a todos. Los exámenes finales comenzaban esa semana y nadie era capaz de sentirse seguro con sus horas de estudio, por lo que, a unos minutos de entrar a clases, aprovechaban para seguir repasando las guías. Ni siquiera el rey estaba exento a esa regla.

Diego Mendoza, nada más llegar a la escuela y recoger su antidepresivo del día —¡lo que más esperaba con emoción!—, entró al aula de Biología, sacó a prisa su libro y leyó. En ocasiones hacía muecas con la boca que denotaban lo mal que se le daba esa materia, pero, por suerte, nadie le estaba prestando atención esa vez para burlarse.

Enrique le había dado ánimos, le externó que confiaba en su intelecto, pues en los últimos tres años nunca lo había defraudado. Y, de manera sorpresiva, lo llamó por su nombre de pila. Diego tuvo que cerrarse la boca con la mano porque la sorpresa no le permitía articular palabra ni gesticular de manera adecuada. Su tío no tardó en ser el pragmático director de siempre.

Sin embargo, los exámenes no ocupaban al cien por ciento sus problemas ese día —quitando de lado sus ya normales pensamientos intrusivos o su desmotivación—, además le carcomían los nervios al pensar en cómo iba a reaccionar cuando viera a Alexander. ¿Tenía que recibirlo con una cálida sonrisa y decirle "cariño" o "amor"? La idea le parecía ridícula. ¿Y si Alexander trataba de besarlo? Por el momento quería mantener su relación en privado, por lo menos hasta que hablara frente a frente con Liliana; la única que le preocupaba que se enterara de su noviazgo.

Despeinó su cabello, frustrado. Seguía sin comprender varios conceptos que seguro Beltrán pondría en el examen; ni siquiera las explicaciones de Javier lo ayudaron. También debía admitir que su profesor le preocupaba, dudaba que Beltrán fuera el tipo de profesor que se ensañara con sus alumnos luego de un par de insultos, pero aún así contemplaba la opción de que lo reprobara por su comportamiento anterior.

Eran bastantes cosas en las que pensar por un día. Deseaba hablar con Claudia. Tendría que esperar dos días para verla o, si le pedía que adelantaran su sesión, ella lo aceptaría sin dudar —eso creía—, pero era mejor que esperara.

—Hola. —Tan absorto en el libro y en sus conflictos que no se percató de la llegada de su novio.

Diego puso un lápiz en el libro para marcar la página antes de cerrarlo.

—Hola. —Esbozó una sonrisa que Alexander copió.

Se estaba enfrentando a uno de los problemas que lo mortificaba, así que debía pensar bien antes de expulsar algún sonido por su boca o realizar cualquier movimiento. Lo que menos quería era quedar como un tarado frente al principito.

—¿Estudiaste? —preguntó el rey, inseguro de qué decir.

—Casi no duermo por estudiar. ¿Tú? —Diego tuvo que desviar la mirada, pues el principito se negaba a apartar sus ojos de él.

—Ya no me hace bien desvelarme, tal vez sea por la edad —bromeó.

—Vale, anciano —remarcó la palabra final—. Pero sé que has estudiado a profundidad.

"Javier", evitó que sus celos salieran a flote. "También tengo que hablar con Claudia sobre esto".

—Me parece que serán nulas mis horas de estudio si Beltrán se empeña en seguir siendo el mismo profe estricto con sus preguntas enrevesadas —resopló.

Tenía la pequeña esperanza de que su profesor de Biología se ausentara y así tuvieran más tiempo antes del examen, pero la suerte no estaba de su lado. Beltrán llegó dos minutos antes de que dieran las siete, del brazo traía los exámenes. Alexander le deseó buena suerte, luego se giró. Diego le tocó disimuladamente la espalda y le pasó una nota donde le deseaba también buena suerte.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora