[Capítulo LV]

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Encontró a su madre disfrutando del sol, sentada en una de las sillas del comedor que había sido trasladada hasta un sitio ajeno en el pequeño jardín delantero. Tenía los ojos cerrados, por lo que no lo vio llegar. Al principio se sorprendió al verla ahí, pensaba que estaría en el trabajo, aunque lo más probable, dadas las circunstancias, era que le hubiera pedido a una compañera que la cubriera.

Sin emitir palabra tomó asiento a un lado de ella, en el pasto. Juliana sintió su presencia, pero no habló, lo que hizo fue acariciar el cabello de su hijo. Diego quería resistir la tentación de llorar, en especial porque se encontraban a la vista de todo el vecindario, sin embargo, su madre tenía ese don para transmitir cariño con unas suaves caricias que terminó por hacerlo. La mano izquierda le sirvió para ocultar sus ojos. Su madre se inclinó para darle un beso en la coronilla.

—Perdón —atinó a decir él.

—Descuida.

—Perdón. Perdón. Perdón. —Su mente no hallaba otra forma para hacerle saber a su madre que lo lamentaba profundamente. Que cada palabra dicha ahora le quemaba el pecho.

—Soy yo la que debe pedirte una disculpa, hijo. —Besó la frente de Diego.

La mandíbula le temblaba y los vidriosos ojos de su madre eran prueba de que no eran las palabras las que la habían herido, sino la veracidad de estas. Así las hubiera dicho en estado de ebriedad, su hijo tenía razón en gran parte de la pelea.

—Te equivocas; fui injusto contigo y te herí porque estaba enojado, pero no contigo.

—Creo que yo he sido más injusta contigo al no pedirte perdón por la situación que tuviste que vivir tan joven. ¿Recuerdas lo que pasó con mis padres? —Diego asintió—. Cuando murieron tuve la fortuna de contar con el mejor de los hermanos, por eso tuve el privilegio de llorar por meses sus muertes. —Bajó junto a su hijo en el césped—. Le debo mi vida a Enrique, él fue quien se hizo cargo de mí, quien nos sacó adelante; incluso se convirtió en maestro (lo que más detestaba) por nuestro bienestar. —Su hijo trató de reír, pero solo consiguió que más lágrimas salieran—. Y nunca podré dejar de agradecerle todo lo que hizo por nosotros cuando tu padre murió.

Nunca le dio tantas vueltas al asunto de vivir con Enrique, principalmente porque la razón por la que debían quedarse con él lo ponía triste, pero siempre lo vio como algo incómodo, pues su tío, aunque ya contaba con experiencia con niños, era ajeno a la educación doméstica. No obstante, se le olvidó un detalle: Enrique estaba viendo a su hermana sufrir mientras cuidaba que sus hijos no se percataran de la gravedad del asunto.

—Tú también hiciste lo mismo por tu hermano, por mí y por ti. —Tomó las mejillas de Diego—. Sé que entiendes la parte de mi depresión, pero aún así te hice pasar por experiencias inapropiadas para tu edad y lo lamento. Lamento haberte quitado la oportunidad de derrumbarte por la muerte de tu padre y hacerte cargo de todo.

—Sanaste, eso es prueba suficiente para mí de que querías seguir cuidando de nosotros. —Pasó una mano por su nariz—. Es estúpido juzgarte tan duramente, porque sé lo que representa vivir con depresión y tener que levantarte para continuar con tu vida.

—Intento ser una mejor madre para ambos, y eso no compensa el pasado, pero no puedo borrar lo que ocurrió, así que te pido una disculpa y te prometo que jamás dejaré que les pase nada malo; nunca volverán a sentirse solos, lo prometo.

—Gracias, ma. —Secó parte de su rostro.

—¿Quieres hablar de por qué estabas de mal humor ayer? —Seguía notándose preocupada—. ¿Pasó algo con Alex?

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora