[Capítulo LXIV]

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Una de las escasas oportunidades que tenía para descansar eran los sábados y domingos. Aunque, por supuesto, esos días debía revisar cualquier posible problema que hubiera en la escuela. Los padres eran el mayor inconveniente con el que debía enfrentarse. No les importaba que fueran días de descanso, ellos querían saber por qué sus queridos idiotas sacaban malas calificaciones y por qué no podían cambiarlos con algún profesor que dejara menos tareas.

—Es imposible cambiar a su hijo de clase. Las asignaturas para los de primer semestre no son... —De nuevo era interrumpido por la madre—. Señora Fernández, le aseguro que arreglaremos este asunto el lunes temprano; la espero en la escuela. Que tenga buen día.

Luego de cortar la llamada, dejó el celular en la mesa.

Cuatro años como director y Enrique continuaba detestando lidiar con los padres o con sus hijos o con los profesores. ¿Quién lo había convencido de tomar ese puesto? Aunque no era feliz como profesor, por lo menos las responsabilidades que tenía eran preparar las clases y evitar que los estudiantes interrumpieran sus explicaciones cada quince minutos. En definitiva extrañaba ser profesor.

"Pero la paga es mejor como director".

Imelda tocó la puerta. Aquella señora bonachona que parecía tener conversación hasta para después de la muerte, se había empecinado en que debía hacerle compañía noche y día. Por lo que, cuando no le estaba dando sermones acerca de que cambiara de trabajo, intentaba convencerlo para que saliera con alguna vecina.

—Enrique, ¿estás en casa?

—Siempre estoy en casa, Imelda —respondió, abriendo la puerta. Imelda estaba atiborrada de recipientes de plástico llenos con comida. Enrique suspiró, resignado—. Tengo comida, Imelda, no debes preocuparte por mí.

—¿Cómo no voy a preocuparme por ti? Apenas tienes tiempo para cocinar. De seguro comes cochinadas en la calle. —La señora seguía en la puerta. Era enemiga de entrar a las casas sin ser invitada explícitamente.

—¿Por qué no desayunamos juntos? —Fue lo que necesitó para hacerla pasar—. ¿Y su esposo cómo está?

Los recipientes fueron apilados en la mesa.

—Ya sabes cómo es Federico; dice que necesita las mañanas para pensar con claridad. —Retiró las tapas y le hizo una señal a Enrique con la mano para que trajera platos—. Está recién hecho todo. Por cierto, ¿viste que acaban de rentar el departamento de René?

"Apenas y quiero enterarme de lo que pasa en Roochemore, el departamento de René es lo último en mi lista de prioridades".

—No lo sabía. —Enrique dejó en la mesa dos platos, cubiertos y vasos, que fueron adornados con la comida recién hecha de Imelda.

La mujer estuvo a punto de rodar los ojos. Enrique jamás demostraba interés por los nuevos sucesos. Si el mundo estuviera colapsando, él solo se preocuparía cuando interfiriera con sus planes.

—Son dos jóvenes muy lindas, estoy segura que son pareja. Ay, cómo me enternece ver a las parejitas rentando su primer departamento en pareja.

Mientras Imelda soltaba sus ensoñaciones, Enrique comía, dándole mayor importancia a los asuntos que debía resolver para el día siguiente. Como el cumpleaños de Mauricio, revisar la situación del alumno inútil o, la peor de todas, asegurarse de que Javier se encontraba bien.

—¿Qué opinas tú, Enrique?

—No tengo problema —dijo él, sin saber de qué tema le hablaba Imelda.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora