[Capitulo XVIII]

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Por aquellos días, las insistentes punzadas en el pecho se volvían recurrentes. Ya no importaba dónde estuviera o qué hacía, simplemente paraba para inhalar profundamente y centrarse en hacer a un lado sus pensamientos. Estaba acostumbrado a pasar por ese callejón oscuro, solo que, con el paso del tiempo, aquel lugar había dejado de ser desolado, y no para bien. Se repetía a sí mismo que tarde o temprano pasaría, aunque los primeros días siempre eran los peores.

—¿Tus papás dijeron algo acerca de dónde se quedarán? —preguntó Juliana, sus ojos delataban el temor que sentía por la visita de sus cuñados.

—Probablemente no se queden.

Javier estaba seguro de que las cosas pasarían de esta manera: sus padres llegarían enfurruñados, pidiendo a gritos una explicación sensata para después sucumbir a las lágrimas, que se mezclaría con la nostalgia y finalmente llegarían a una solución. Sin importar el tamborileo constante de sus dedos sobre la mesa delatando su nerviosismo, él conocía la manera de enojarse de sus padres.

—Espero que te vayas junto con ellos. —Mauricio no midió sus palabras frente a su madre, sonando como un sobrino odioso que esperaba la ida de sus tíos sin siquiera haber llegado. Él lo notó—. No quise...

—Quiero que te comportes mañana, por favor. —Su madre le lanzó una mirada de advertencia.

Todos actuaban diferente a causa de la situación: Mauricio hablaba sin filtro, Javier se mantenía en silencio, Juliana se volvía una completa generala con sus hijos y Diego se dedicaba a mirar constantemente el reloj que estaba en el comedor. Había terminado su desayuno en tiempo récord, esperando a que su madre por fin decidiera irse al trabajo para poder escaparse a fumar un par de cigarros —o la cajetilla completa—.

Mauricio notó su inquietud.

—Ni siquiera creas que saldrás hoy; te toca trapear la casa y barrer.

—Espero que no en ese orden. —Se aventuró a comentar Javier, dejando su actitud reservada.

Para Juliana aquel comentario pasó como una simple broma, pero los hermanos Mendoza sabían que esa oración era un disfraz para lo que en verdad quería decir: "eres un imbécil". El menor no dudó ni dos segundos en responder.

—De verdad deseo que te pudras en el puto infierno.

Un manotazo en la mesa calmó la ira de Mauricio, poniéndolo de un color blanco enfermizo en cuestión de segundos. Diego y Javier abrieron los ojos, incrédulos.

—Tienes diez segundos para pedirle una disculpa a tu primo.

Diego no era el único que pasaba mal esas fechas, en general, todos los Mendoza sufrían un cambio de personalidad.

Con los ojos entrecerrados, aceptando su error, Mauricio dijo lentamente:

—Perdón.

(...)

La sala se mantenía en un silencio sepulcral.

Mauricio llevaba toda la tarde encerrado en su habitación sin dirigirle la palabra a Diego o Javier —lo normal—, además había dejado a la mitad sus tareas domésticas —inusual— y tenía la música a todo volumen —completamente extraño—. Para amortiguar la voz de Steven Tyler, los dos Mendoza mayores se hallaban resguardados en la sala, con una película elegida al azar de Netflix.

—¿Cuánto durará esto? —Javier se pasó una mano por el cabello, desesperado por haber pasado más de cinco horas encerrado viendo películas.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora