[Capítulo VII]

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—Espero no volver a tener problemas con ustedes dos, jovencitos —regañó el profesor Beltrán al recibir la carta del director que autorizaba la entrada de Alexander y Diego a su clase.

—No volverá a ocurrir —comentó el principito.

Diego no se molestó en atender las recomendaciones de su profesor. Ya había tenido suficiente con Enrique como para tener que soportar a una persona más regañándolo.

Ya en sus lugares, Diego se giró al sentir una mirada penetrante, encontrándose con una chica de lentes que parecía divertirle la situación. Bastó una mirada por parte de Diego para que volviera a concentrarse en su cuaderno.

Abrió su mochila, sacando el primer cuaderno que tuvo a la mano para que el profesor dejara de vigilarlo con sus diminutos ojos, y eligió una pluma para empezar a tomar nota de las cosas importantes que decía Beltrán. Al menos tenía que empezar a cumplir en algunas materias si quería tener oportunidad para elegir una buena carrera.

"Una carrera".

Envidiaba al trío de idiotas por esa razón; ellos no tenían que destrozarse la cabeza pensando qué carrera estudiar.

"De hecho, ellos tenían claro qué querían estudiar desde primero de preparatoria".

"Eso no era necesario, Mau".

Con pesadez, y sin importarle que Beltrán lo sacara de nuevo, recargó su cabeza en la mesa. Pensó en cómo ninguno de sus amigos había dudado jamás en qué quería trabajar, pues siempre tuvieron una determinación de la que Diego careció por mucho tiempo.

"¿Qué te gustaría ser de grande?"

"No lo sé", sacudió la cabeza antes de rectificar: "Antes lo sabía, pero ahora no lo veo tan claro".

¿A qué edad su mente se había convertido en un completo revoltijo?

¿A qué edad comenzó a dudar de sí mismo?

(...)

—¿Quién te firmó el reporte?

Diego despegó la vista de su mochila.

—¿Perdón?

No recordaba haber estado sentado con Alexander todo ese tiempo.

—El reporte para que el director nos diera su autorización —aclaró, exasperado.

—Lo firmó Javier.

—Ya veo —dijo, irguiéndose en el asiento—. El mío lo firmó Santiago.

Diego dudó de la veracidad de aquél hecho, aunque prefirió interrogarlo acerca de otra cosa.

—¿Santiago tiene tu misma edad?

—Sí. —Sonrió—. ¿Por qué la pregunta?

—Entonces, ¿por qué no viene a la escuela?

No conocía en absoluto a Santiago, de hecho, apenas y sabía su nombre; pero, de lo poco que sabía, podía asegurar que era alguien responsable. Casi como su amada presidenta. Y Liliana nunca faltaría a la escuela, aunque estuviera en otro continente.

—Cree que es una pérdida de tiempo estar en una escuela donde solo estará por unas semanas. —Alexander apartó la vista, como si temiera sostener la mirada de Diego—. Está seguro de que mi capricho terminará pronto y después nos iremos a España.

—Yo haría lo mismo.

Alexander hizo una mueca de molestia.

—Quiero ir a KOT —murmuró adormilado Diego, sintiendo que la semana estaba siendo cada vez más larga.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora