[Capitulo XVII]

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El mensaje de Santiago lo había tomado por sorpresa. Después de llegar de la escuela lo primero que hizo, de manera extraña, fue revisar su celular en espera de algún mensaje de su prima Rebeca contándole el chisme de su hermano; en vez de eso, encontró un mensaje, bastante formal para su gusto.

Desconocido: Hola, soy Santiago, el amigo de Alex.

Desconocido: Si no te molesta y no estás ocupado, me gustaría reunirme contigo hoy en la tarde.

Desconocido: Por cierto, Alex me dio tu número.

¿Cuántas veces había hablado con Santiago? ¿Tres veces?, ¿ninguna? Diego no recordaba haber tenido una conversación larga más allá de los saludos educados, por esa razón no entendía por qué él quería verlo. Aunque, pensándolo bien, el trío de idiotas y Santiago solían hablar de repente, incluso con Carlos, la persona que lo había golpeado.

Dejó su mochila cerca del sillón donde se sentó y comenzó a pensar qué responderle.

Diego: Por supuesto. ¿Te parece si nos vemos a las cuatro en la cafetería Nevada? Está casi llegando al centro de la ciudad.

Supuso que, al recibir un mensaje escrito con tanto cuidado —para Diego, que un mensaje tuviera un punto, lo hacía pensar que, quien lo redactaba, era todo un maestro en gramática y ortografía—, debía esforzarse en cuidar cada palabra que tecleaba.

A los pocos segundos Santiago comenzó a escribir.

Santiago: Ah, creo que he visto esa cafetería un par de veces. Muy bien, nos vemos allá.

Puso el celular en el sillón mientras le daba vueltas al asunto. A lo mejor Santiago quería hablar sobre Alexander o, en el caso menos probable, quería advertirle que se alejara del principito... La segunda opción resultaba dramática, como las situaciones forzadas de varias películas juveniles.

"¿Te quejas de una película juvenil cuando tienes por amigo al nieto de la reina de España? Qué curioso", se burló Mauricio. Debía admitir que su consciencia, esta vez, tenía razón.

El sonido de la puerta cortó sus pensamientos.

—Qué sorpresa, estás en casa temprano —saludó Mauricio.

Los moretones comenzaban a desaparecer, sin embargo, cuando articulaba algunas palabras específicas como la "a", le causaban un pequeño dolor.

—No tenía nada qué hacer. —Su hermano no se detuvo para escuchar su respuesta y comenzó a subir las escaleras—. ¡Oye, ¿sabes dónde está el idiota de Javier?!

—Siempre sale en las tardes a quién sabe dónde. Es un maldito vago. —Después de esa respuesta, Mauricio se encerró en su habitación.

Diego suspiró con fuerza; jamás entendería a su hermano.

(...)

—Sé que no hablamos mucho y me disculpo por eso, realmente me pareces un buen chico —comenzó a decir Santiago, luego de dos largos minutos sin hablar.

El saludo había sido raro, como si se reunieran con un familiar que no veían desde los cinco años. A pesar de tener dos nuevos amigos: Lara y Alexander, quienes no paraban de hablar, Diego se sentía igual de cohibido al tratar con "extraños".

—No me molesta; son raras las veces que nos vemos —dijo, moviendo disimuladamente la pierna. Se sentía responsable de continuar con la charla—. ¿Quieres hablar sobre Alexander?

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora