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Recargó la cabeza en la puerta de la dirección, dejando que el hombre lo estudiara con la mirada por tercera vez, molesto.
—¿Tenemos que hacer esto todos los jueves? —protestó Diego, quitándose los lentes de sol con cuidado para acostumbrarse a la luz.
Se pasó una mano por el cabello, alisándolo, e intentando mantenerse despierto mientras tenía aquella conversación con el director. Ni siquiera entendía por qué se molestaba en llegar los jueves cuando sabía de sobra que tendría que escuchar el mismo sermón de siempre... Aunque prefería los regaños del director a los de su hermano.
—Vaya a su clase, joven Mendoza, hablaremos sobre esto en la salida. —Diego se extrañó por la respuesta del director.
Entrecerró los ojos y caminó con cautela a una de las sillas que estaba frente al escritorio para sentarse. Durante sus tres años en Roochemore jamás había olvidado tener a Diego por treinta minutos en su oficina para decirle lo irresponsable que era llegar tarde y lo malo que sería para su vida seguir con esa actitud tan despreocupada; algo grave tenía que estar pasando para que no lo hiciera.
—¿Pasa algo? —averiguó, tratando de sonar serio.
—Lo sabrá en la tarde. Ahora hágame el favor de no llegar más tarde a su clase.
Cuando salió de la dirección se encontró con una cabeza pelirroja conocida que lo esperaba al final del pasillo, revisando unos papeles que traía en las manos y tarareando una canción. Sin pensarlo demasiado caminó hasta ella con una sonrisa en el rostro. Esa chica siempre lo hacía feliz con su presencia.
—¡Presidenta! —Liliana saltó de su lugar tirando los papeles y llegando hasta él con los ojos abiertos.
—¿Qué haces aquí? Aún te faltan veintiséis minutos para salir de la oficina del director.
—Que tierna, cuentas los minutos para verme —molestó, provocando que Liliana rodara los ojos, divertida—. Tranquila, este será nuestro pequeño secreto.
Ella bufó, sabiendo que, en realidad, nada en lo que estuviera implicado su amigo se mantenía en secreto en Roochemore. Aunque Diego no llevara un perfil bajo en la escuela, lo sorprendente era lo rápido que creaban chismes sobre su vida.
—No trates de cambiar de tema, ¿por qué saliste temprano esta vez? —dijo mientras recogía los papeles que había tirado.
—Creo que no está de humor para recibirme hoy —contestó con simpleza, ganándose una pequeña carcajada de su amiga—. ¿Qué? —La miró frunciendo las cejas.
—Alguien va a tener un castigo. —Notando el desconcierto de su amigo, rectificó—. Era algo que tenía que pasar algún día, digo, te has pasado por el arco del triunfo todas las réplicas que te da. ¿No cree que se merece ser tocado por las reglas de los mortales, su majestad?
Por más que Diego trató de mantener una mirada rencorosa, los dulces ojos de su amiga terminaron por ganarle, provocando que la tomara de las mejillas y apretara sus cachetes.
—No deberías regodearte con el sufrimiento de tu mejor amigo —acusó, sacando la lengua de un modo infantil y comenzando a caminar hacia su clase, tomando a su amiga por los hombros.
—A tus súbditos les gustará saber que al fin has recibido un castigo.
Diego pensó por un momento en las palabras de Liliana, incomodándose al pensar que todos empezarían a burlarse a sus espaldas por ese castigo. Ah, su querida imagen quedaría reducida el día de mañana a: el Rey Cumple Castigos. Pensar en su primo provocaba menos dolor de cabeza que la posibilidad de que su nombre quedara manchado por un castigo. Era la única persona en Roochemore que podía disfrutar del hecho de llegar tarde, contestarle a los profesores o burlarse de sus compañeros sin temer por un castigo.
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Rey Busca Líos
Teen FictionDiego es conocido como el Rey Busca Líos de la preparatoria Roochemore. Quien, según los rumores, es un pandillero que no soporta que invadan su espacio personal. Por esa razón nadie se explica cómo Alexander, el chico nuevo, ha conseguido hablarle...