[Capítulo XXIII]

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El agua de la regadera dispersó casi por completo el sueño. Se alejó el cabello enjabonado de los ojos contemplando los azulejos grises del baño. La calidez con la que las gotas lo envolvían le daban cierta serenidad que había dejado de sentir por sí mismo.

—¡Llevas ahí una eternidad! ¡Muévete! —gritó exasperado Mauricio, tocando en repetidas ocasiones la puerta.

Terminó de lavar su cabello, deteniéndose un segundo para respirar profundamente, cuando estuvo seguro de que era momento de salir, cerró la llave del agua y tomó una toalla para pasarla por todo su cuerpo, al terminar, la enrolló en su cintura.

—Todo tuyo —le sonrió a su hermanito al salir.

Mauricio parecía extrañado.

—Aja... Gracias. —Entró al baño, aún desconcertado.

Al entrar a su habitación, notó que desentonaba con las demás habitaciones de la casa. La suya se veía... lúgubre. Sin luz, con ropa tirada, la cama destendida, hasta el mal olor era perceptible, como si hubiera escondido un cuerpo en descomposición. Se frotó la cara, haciendo a un lado una camisa roja con el pie, mientras cerraba la puerta.

"Tengo que limpiar este desorden".

Revisó la hora en su celular para saber cuánto tiempo tenía antes de irse a la escuela.

"Menos de diez minutos", pensó, nuevamente exhausto.

Eligió la primera sudadera que vio, levantó unos pantalones negros y rebuscó entre sus cajones un bóxer. Se puso todo con tranquilidad, dejándose influenciar de a poco por el sueño que tenía. Necesitaba tomar un buen café si quería mantenerse despierto durante las clases. Buscó con la mirada un par de zapatos, en cuanto estuvo listo, bajó las escaleras apurando el paso. Si quería verse como antes, debía esforzarse por no parecer un muerto viviente.

En el comedor estaban su madre y su tía, comiendo con una tensa aura rodeándolas. Diego fingió no haber escuchado la conversación de las dos mujeres la noche anterior, y entró con una gran sonrisa que le costó horrores poner.

—Buenos días —saludó, pasando de largo ante la mesa y dirigiéndose hasta la cocina para servirse cereal.

No llegó a ver la reacción de ambas al verlo con una personalidad normal, pero supuso que estarían confundidas por su repentino cambio. Aunque sí logró oír el comentario de su tía.

—Te lo dije; humor de adolescentes.

Puso el cereal en un plato hondo para luego remojarlas en leche. Odiaba que se pusieran aguadas, por lo que se las comió en cuanto regresó el cartón de leche al refrigerador. Su madre, en cambio, odiaba verlos caminar y comer al mismo tiempo, más si estaban en casa y la mesa estaba a solo unos metros.

—¿Qué tal dormiste, cariño? —habló su madre, sin un ápice de molestia por su forma de comer.

—Creo que dormí mal; me duele el cuello —mintió, si respondía con la verdad, una oración escueta y tajante saldría de sus labios, alertando a su madre.

—Deja te doy una pastilla para el dolor. —Se levantó de su asiento, dispuesta a conseguirle la medicina.

Su hijo la paró al momento.

—No, ya se me hizo tarde y Enrique no quiere que siga siendo el último en llegar a mis clases. —Terminó lo que quedaba del desayuno, fue a ponerlo en el fregadero y regresó para darles un beso en la mejilla a Mónica y Juliana—. Te veo en un rato, tía. Que te vaya bien en el trabajo, ma.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora