[Capítulo XLVII]

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Se había acostumbrado a ir a la oficina del director todos los jueves sin falta para recibir un sermón de casi media hora por llegar tarde a causa de su borrachera anterior, pero, ahora que debía presentarse para recibir su antidepresivo del día, Diego ya no sentía tanto repudio por el lugar, incluso se había fijado en las diferencias que había hecho Enrique ese año.

—¿Y esa lámpara? —cuestionó antes de llevarse la pastilla a la boca y tomar un trago de agua.

—Me la regaló la profesora Huerta —respondió Enrique; estaba concentrado en su computadora—. Cuando termines cierra la puerta.

—¿Por qué? ¿Te vas a masturbar? Estás en una escuela, te pueden llevar a la cárcel por eso. —Diego había descubierto que le encantaba sacar de sus casillas a su tío.

—Deja de decir vulgaridades, niño. —Su madre y su tío tenían la misma tolerancia a los chistes sexuales: nula. Diego arrugó la nariz al escuchar cómo lo había llamado Enrique—. Y, ¿se puede saber por qué tu madre me habló ayer para preguntarme si ya te había contado todo sobre sexo seguro?

Ese día tenía la boca seca, por lo que siguió tomando agua a pesar de que ya se había pasado la pastilla. Escupió todo el líquido cuando su tío mencionó aquello.

—Lo había olvidado por completo. —La risa de su sobrino provocaba un disgusto cada vez más grande—. Perdón... Es que... Tu cara... Deja grabarte. —No llegó a sacar el celular, Enrique carraspeó para que se tomara en serio su plática. Tomó aire para que la diversión abandonara su cuerpo—. Mamá quería que me hablaras de sexo porque tengo novio y no quiere que nos contagiemos, supongo que ese es su mayor miedo, ya que ninguno de los dos puede quedar embarazado.

—Esto debe de ser una broma —se lamentó el director, sobándose la frente—. ¿Por qué creyó que sabía sobre sexo entre hombres?

—¿Por qué pensó que sabías sobre sexo?

—Muy gracioso.

—De todas formas no necesitas enseñarme nada, ya sé lo que debería saber.

—¿Quién te explicó? —Parecía preocupado por saber la respuesta.

—Gabriel, mi antiguo jefe... —Enrique hizo un mohín de asco—. Si lo conocieras no harías esas muecas —dijo con sorna.

—Joven Mendoza...

—Ni siquiera pienses darme sermones sobre sexualidad llamándome "joven Mendoza", soy tu sobrino no un puto estudiante más.

Durante tres años las formalidades habían terminado por distorsionar su relación tío-sobrino y, aunque la gente no lo creyera, a Diego le costaba separar la imagen del director Ortega y la de su tío Enrique. Terminó por tratarlo como a un adulto al que le tenía poco respeto (pero, muy en el fondo, mucho respeto), nada comparado a cómo trataba a su tío Javier y a su tía Mónica.

—De acuerdo. —Juntó sus manos sobre el escritorio y le dedicó una mirada severa a Diego—. Como tu tío te digo que esas "explicacioncitas" de tu jefe me dan mucha desconfianza. Deberías hablar con un adulto responsable y apto para darte esa información, no dejarte aconsejar por un hombre que seguro ni siquiera sabe lo que es consentimiento.

La sangre le hirvió. Apretó las manos en puños y se contuvo de gritar; si armaba un escándalo se iría con un castigo, eso seguro. ¿Por qué se atrevía a expresarse de esa forma de Gabriel? Ni siquiera la conocía. Gabriel había demostrado ser mucho más responsable en cuanto a su crianza que su propia familia, ¿por qué de pronto se preocupaba por quién le aconsejaba sobre sexo?

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora