[Capítulo XXXVII]

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Cada vez que iba al psicólogo a Diego se le revolvía el estómago. Para hacer calmar sus nervios que lo inquietaban se forzaba a respirar profundamente cinco veces —en ocasiones diez— para relajarse un poco.

Aún cuando Diego se sintiera como un extraño al entrar en el consultorio de Claudia, ella lo recibía con una ligera sonrisa, pero, a través de ese gesto, el rey no podía omitir el hecho de que su psicóloga siempre tuviera un toque melancólico en cualquiera de sus expresiones. Ignoraba el por qué una mujer que daba palabras de aliento a un joven perdido parecía llevar por dentro su propia lucha. El rostro de Claudia era —para Diego— la muestra patente de una cicatriz profunda que jamás sanaría del todo.

Y eso preocupaba a Diego.

—¿Cómo estuvo tu semana? —lo recibió la psicóloga.

Ese día en particular, percibía que Claudia quería comentarle algo importante.

—Verás... —Le dio una mirada rápida a sus dedos—. El domingo fui a hablar con Alexander, como me recomendaste. Le comenté cómo me sentí cuando me enteré de su trato con mi primo y él me pidió una disculpa sincera; así que decidí que fuéramos amigos de nuevo.

—Me alegra que sean amigos otra vez. Con respecto a lo que sucedió, ¿cómo te sientes?

—Pues me siento bien. Extrañaba demasiado estar junto a Alexander, y me di cuenta de que su presencia me reconforta. —Se le tiñeron las mejillas de rojo—. No sé si me explique, pero, cuando estoy con él tengo unos minutos de paz y me alegra tener descansos; es un fastidio lidiar con reclamos que te haces tú mismo.

—Es bueno hablar con gente y tratar de continuar con nuestras rutinas habituales. —Comenzó a anotar en su libreta—. ¿Me dices que es con el único con el que te sientas más tranquilo?

Se encogió de hombros.

"Debes sincerarte si quieres progresar".

—Últimamente no he salido mucho con mis amigos, —Recordó que habían pasado bastantes días desde su último encuentro con Rafael—, pero sí, es con quien me relajo más. A pesar de que mi madre tiene experiencia con... este tipo de problemas, sigue siendo mi madre, y a ella le causa mucho dolor verme así. —Sonó decaído—. Alexander no me trata como si debiera cuidar cada una de sus palabras (aunque creo que sí lo hace), ni me hace sentir que soy un enfermo en etapa terminal, solo me trata como a una persona.

Claudia asintió.

—Es normal que te sientas así; las personas aborrecemos que nos traten como si fuéramos bebés.

Diego se rascó el cuello. A veces extrañaba tanto la tranquilidad que le ofrecía un cigarro. En cuanto pudiera, compraría uno.

—Tengo una pregunta. —Claudia hizo una señal con la mano para que prosiguiera—. Desde hace unas semanas me he sentido triste, cansado e irritado, tanto así que me pareció que jamás volvería a divertirme o a sonreír —explicó—. Sin embargo, hace unos días pude volver a reír y disfrutar de cosas triviales como ver películas, aunque esta felicidad es frágil, se desmorona en cuestión de minutos y, de nuevo, me siento miserable. ¿Por qué mi felicidad no dura?

Ahora que lo pensaba, tal vez eso era lo importante que quería comentarle Claudia.

Ella se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja y le dirigió una mirada intensa a Diego.

—Me tomé las sesiones pasadas para hacer un diagnóstico prudente, lo más rápido posible para que pudiéramos trabajar en ello cuanto antes. Luego de analizar tu comportamiento y lo que me decías, hoy te puedo dar tu diagnóstico. Tienes un trastorno depresivo persistente.

Rey Busca LíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora