UNO

15.5K 970 97
                                    

—¿Ya estás lista, Cassiopeia? —preguntó la voz de Lucius Malfoy, mi padre, mientras tocaba insistentemente la puerta de mi habitación— vamos a salir hoy, no mañana.

—Ya voy, ya voy —dije. Comprobé una vez más mi aspecto en el espejo y luego abrí la puerta.

Mi padre me miró con seriedad, como siempre, luego comprobó con la mirada que nadie nos estuviera escuchando y me habló en voz baja.

—Necesito que hagas algo por mí.

—¿Qué es? —pregunté, desconcertada.

—Cuando regreses a Hogwarts, quiero que vigiles de cerca a la pequeña Ginny Weasley. Quiero que me cuentes lo que hace, cómo actúa, todo.

—¿Puedo saber por qué?

—Será suficiente con decirte que esa niñita va a hacer algo muy importante y que tú tienes que ser mis ojos y oídos en el colegio.

Asentí lentamente, mientras miraba los ojos grises de mi padre, que eran idénticos a los míos.

—Sí, padre —dije.

Él asintió también y bajamos juntos las escaleras. En el salón nos esperaba Draco, mi hermano menor.

—Por fin, Cass —dijo, al verme—, pensamos que estarías lista dentro de un mes.

Lo golpeé suavemente con el puño en el brazo.

—No seas exagerado, sabes que me gusta verme bien.

Mi padre nos miró con impaciencia y con una seña nos indicó que lo tomáramos del brazo. Desaparecimos de la mansión Malfoy para aparecer en el callejón Knockturn.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Draco— pensaba que me ibas a comprar un regalo.

Mi padre lo miró con impaciencia.

—Tengo asuntos que arreglar primero, luego te compraré la escoba de carreras que te prometí. Ahora no vayas a tocar nada.

Entramos en Borgin y Burkes, una tienda especializada en artículos de artes oscuras. No presté atención a la conversación de mi padre con el señor Borgin, sino que me dediqué a recorrer despacio la tienda, mirando los objetos que allí se exhibían. Más tarde, salimos y nos dirigimos al callejón Diagon. Entramos en Flourish y Blotts, que estaba atestado de personas que esperaban a que un tal Gilderoy Lockhart les firmara unos libros. Draco despareció de mi lado y cuando lo localicé, estaba discutiendo con Harry Potter y los hijos de Arthur Weasley.

—Tenía que estar aquí ese asqueroso traidor a la sangre —murmuró mi padre y se acercó caminando rápido a donde estaba mi hermano— Pero a quién tenemos aquí... Arthur Weasley.

—Lucius —saludó el aludido, muy serio.

—No pensaba encontrarte aquí, con todo ese trabajo que debes tener en el ministerio, organizando redadas y pensando en nuevas formas de defender a los muggles. Imagino que te pagarán más, por todo lo que trabajas —me fijé en una niña pelirroja que estaba junto a Harry Potter y pensé en que ella debía ser Ginny Weasley. Mi padre sacó un ejemplar muy viejo de un libro del caldero que la niña sujetaba— aquí está la prueba de que no. Pensaba que deshonrabas a los magos por dinero, pero ya veo que no es así.

Arthur Weasley miró a mi padre, lleno de ira, parecía a punto de lanzarse a golpearlo. Pensé que sería mejor sacarlo de ahí cuanto antes. Si había alguien bueno en hacer comentarios venenosos, ese era Lucius Malfoy.

—Padre —le dije en voz baja y sin dejar de mirar a la familia Weasley— será mejor que nos vayamos.

Pero como siempre, no me escuchó. Se quedó mirando con desprecio a una pareja que acompañaba a los Weasley.

—Y esas compañías, Weasley —dijo—, yo que pensaba que ya no podías caer más bajo.

El señor Weasley no lo pensó dos veces y se lanzó sobre mi padre, empujándolo contra una estantería. No podía creer que fueran a protagonizar una pelea en un lugar público. Para empeorar la situación, había un par de fotógrafos de El Profeta en el lugar y se aseguraron de fotografiar el altercado. Pronto llegó el guardabosques de Hogwarts y separó a mi padre y al señor Weasley. Tomé a Draco del brazo y lo saqué de la tienda lo más rápido que pude.

—Quédate aquí —le dije.

Regresé adentro y me encontré con que mi padre ya iba de salida.

—Cassiopeia —me dijo— ¿A dónde vas?

De repente, se me ocurrió una idea muy buena.

—Voy a comenzar con lo que me pediste esta mañana, padre.

Él me miró sin comprender y salió de la tienda mientras yo me acercaba despacio a los Weasley, intentando poner mi mejor cara de vergüenza. Arthur Weasley me miró con desdén, mientras que sus hijos me miraron con curiosidad.

—Tú debes ser la hija de Malfoy, ¿no? —preguntó el señor Weasley. Asentí lentamente.

—Sí, señor. Yo soy Cassiopeia Malfoy —respondí.

—¿Vienes a terminar de insultarnos? —preguntó uno de los gemelos. Me apresuré a negar con la cabeza y acentuar aún más mi expresión de disculpa.

—No, no, todo lo contrario... yo... quería pedirles disculpas, por la actitud de mi padre.

Todos intercambiaron miradas de incredulidad y luego me miraron con el ceño fruncido.

—Pero... —murmuró otro de los chicos.

—Aunque no lo crean, mi intención de disculparme es sincera, yo no estoy de acuerdo con mi padre en muchas cosas. En fin, que tengan buen día y lamento mucho este altercado.

Intenté verme lo más avergonzada posible. Ellos siguieron mirándome como si fuera algo que no lograban comprender.

—¡Vaya! —exclamó uno de los gemelos— ¿Cómo es posible que seas una Malfoy?

Sonreí y me encogí de hombros.

—Soy una Malfoy un poco rara —dije.

Los dos me sonrieron y entonces supe que no era tan difícil ganarse su confianza. Miré a la pequeña Ginny, que me miraba con atención y le dirigí una sonrisa amable.

—Creo que debo irme —dije—. Adiós y disculpen, de nuevo —miré a Arthur Weasley y le dirigí una sonrisa de disculpa— hasta luego, señor Weasley.

Todos murmuraron despedidas, salí de la tienda y me encontré con Draco y mi padre, que estaban comprando una escoba de carreras.

—¿Qué estabas haciendo, Cassiopeia? —me preguntó mi padre en voz baja.

—Ya te dije, viendo la manera de cumplir con lo que me pediste.

Me miró con algo de desconfianza y se dispuso a contar sobre el mostrador de la tienda, una gran cantidad de galeones. Me preguntaba cuál sería la razón por la que mi padre querría mantener vigilada a Ginny Weasley, pero sabía que no me la diría. Él estaba acostumbrado a guardar secretos y a no compartir las cosas con la familia. Fuera lo que fuera, mejor sería cumplir con lo que me había pedido, pues si había algo que prefería evitar, era ser la causa de la ira de mi padre. Tal vez, si me hubiera contado lo que planeaba, hubiera podido evitar muchas cosas que sucedieron más adelante.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora