TREINTA

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El tiempo pasaba rápido y se acercaba el verano. Mi madre seguía insistiendo en que no podía casarme con Tom y que debía irme. Me lo decía cada vez que tenia oportunidad, pero yo no le prestaba atención, pues mis sentimientos hacia él crecían y se hacían mucho más fuertes. Cada vez que me enviaba a hacer algo, cumplía al pie de la letra con sus indicaciones, de manera que no tuviera ninguna queja de mí. Cuando llegué a casa ese día, no imaginaba lo que iba a encontrar. Entré despacio y escuché la voz desconocida de una mujer, que provenía del comedor. Me acerqué con sigilo y me dispuse a escuchar lo que decía.

—Por favor, señor —en su voz se notaba el miedo y la angustia.

—No me has dicho todo lo que sabes —dijo Tom, con esa voz fría que daba miedo.

—Pero es todo lo que recuerdo, por favor, no más.

—Entonces, vamos a hacer que recuerdes ¡Crucio!

Ella gritó, fue un grito fuerte y desgarrador, que me hizo saber qué tan grande era el dolor que estaba sintiendo. Con cuidado, me asomé a la puerta y la vi. Tom me daba la espalda y sostenía la varita en alto, mientras la mujer, que estaba de rodillas en el suelo y con las manos atadas, se retorcía de dolor.

—¿Ya recordaste? —preguntó, y bajó la varita.

Por lo que pude ver, llevaba largo rato torturándola, pues ya tenía huellas físicas. Parecía ser de la edad de mis padres, o un poco mayor. Me pregunté quién sería y qué habría hecho.

—Barty Crouch me lanzó un hechizo desmemorizante —dijo ella, con voz débil, y sentí tanta lástima al verla en esas condiciones—. Fui a su casa a llevarle unos papeles para que los firmara y me di cuenta de que, de alguna manera, sacó a su hijo de Azkaban, y lo tiene oculto ahí.

—¿Barty Crouch junior está vivo? —preguntó Tom, notablemente interesado.

—Sí, en la casa de su padre.

Me pregunté quién sería ese tal Barty Crouch, parecía ser alguien importante para Tom, pues parecía feliz de saber que estaba vivo.

—¿Algo más? —preguntó.

—No... señor.

Tom caminó un par de pasos, y pude ver su rostro. Parecía que estaba perdiendo la paciencia, y que él perdiera la paciencia no era una buena señal.

¡Crucio! —dijo otra vez.

La maldición golpeó a la mujer, que seguía de rodillas, de nuevo comenzó a gritar y retorcerse. Miré a Tom con atención, y la sonrisa en su rostro, me causó escalofríos. Una cosa era saber que él podía hacer ese tipo de cosas, pero otra muy distinta, era verlo torturando sádicamente a alguien y que se notara tanto, lo mucho que lo estaba disfrutando. Pasó largo rato antes de que se detuviera. La mujer no dijo nada, y por como se veía, supe que no tardaría mucho en morir. Tom hizo un gesto de impaciencia y volvió a lanzarle la maldición. Una horrible sensación se estaba apoderando de mí. Hasta el momento, había hecho bien todo lo que él me había pedido, pero eso no sería así para siempre. Tal vez, cuando cometiera un error, iba a hacer conmigo lo mismo que en ese momento estaba haciendo con esa mujer. Me sentía terrible porque yo lo quería, me había enamorado de él, y no era más que un criminal. Todo ese tiempo lo supe, pero decidí ignorarlo, no pensar en eso y prestarle más atención a esa versión de él que era cuando estaba a solas conmigo. Todo el tiempo, olvidaba quién era él en realidad, pero en ese momento, mientras veía cómo sonreía mientras le lanzaba la maldición, supe que no podría seguir al lado de alguien que disfrutaba tanto de hacerle daño a los demás. Me sentía incapaz de casarme con él, no podía unir mi vida a la de alguien así. Por primera vez, el miedo se apoderó de mí y pensé en que la mejor opción era hacer lo que decía mi madre.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora