Cuando desperté, estaba en mi habitación y mi madre estaba a mi lado.
—¿La profecía? —fue lo único que se me ocurrió preguntar.
—Aquí está —me respondió, señalando la mesa de noche donde la esfera de cristal reposaba envuelta en un trozo de tela—. Bebe esto.
Me dio una poción espesa y desagradable, pero la bebí toda lo más rápido que me fue posible. Aunque aparentaba calma, pude ver que mi madre estaba realmente angustiada.
—¿No han regresado? —pregunté.
Ella negó lentamente con la cabeza.
—Aún no. Están tardando demasiado. ¿Qué fue lo que te pasó?
—Dolohov me hirió por error.
Ella me miró y sus ojos azules se llenaron de lágrimas.
—Yo sabía que si elegías este camino, no tendría ni un minuto de paz.
Me levanté un poco y estiré mi mano para tomar la suya.
—Madre... nada grave me ha pasado.
—No siempre tendrás tanta suerte, Cassiopeia y no quiero ser yo quien tenga que llorar tu muerte.
Compuse una sonrisa tranquilizadora y le di un apretón a su mano.
—Tranquila que no es para tanto.
Ella se secó las lágrimas y miró el reloj que había en la mesa de noche.
—Es tardísimo, ¿a qué hora regresarán?
Yo también comenzaba a inquietarme, no solo por mi padre, mi tía Bella y Rodolphus, sino también por Tom. Aunque una parte de mí me decía que era demasiado tonto temer por él, no podía evitarlo. Me levanté despacio de la cama, porque me dolía mucho donde me habían herido, y fui al armario a buscar algo para cambiarme de ropa. Entré en el baño y me fijé en que las vendas que cubrían la herida, estaban manchándose de sangre poco a poco. Cuando salí, me senté en la cama e intenté calmarme, lo único que podía hacer era esperar. De repente, recordé la profecía.
—Madre —dije. Ella se secó las lágrimas y me miró.
—¿Sí?
—Es que... encontré una profecía con mi nombre, ¿Tú la escuchaste?
Ella pareció perdida en los recuerdos, luego me miró a los ojos y asintió.
—Nos la dijeron a Lucius, tu abuelo Abraxas y a mí, el día que naciste —respondió.
—Entonces ya sabían qué iba a pasar conmigo.
Ella negó rápidamente con la cabeza.
—Las profecías no siempre se cumplen, y nosotros guardábamos la esperanza de que ese fuera el caso de esa profecía, pero creo que no fue así.
No supe qué más decirle al respecto, así que me quedé en silencio, recordando las palabras de la profecía. Lo que pareció un siglo después, la puerta se abrió y entró Tom. Al verlo, supe que algo había salido mal. Me levanté de un salto y corrí hacia él.
—¿Qué ocurrió? —pregunté.
Lo miré con atención y descubrí que tenía una pequeña herida en el brazo. En la mesa de noche había un frasco de esencia de díctamo, que mi madre me había aplicado en la herida, así que corrí y lo tomé. Con cuidado, le recogí la manga de la camisa a Tom, dejando al descubierto la herida. Apliqué un par de gotas y lo miré de arriba abajo, intentando encontrar alguna otra herida.
—Me dijeron que te habían herido —dijo, con algo de preocupación.
—Sí, pero no es nada grave —respondí, y me levanté la camiseta para mostrarle el vendaje que me cubría las costillas. Él abrió mucho sus ojos y se acercó.
—Dolohov va a pagar caro haberte hecho esa herida —dijo en claro tono de amenaza.
—Fue un accidente.
—De igual manera, están advertidos de que no pueden hacerte ni un rasguño.
Se me escapó una pequeña sonrisa y lo tomé de la mano.
—¿Qué pasó con Potter? ¿Lo mataste?
Su expresión cambió y se convirtió en una de ira.
—No, ese maldito mocoso... sigue con vida.
—¿Y por qué no han llegado los demás?
—Ese viejo entrometido de Dumbledore apareció y lo arruinó todo —hizo una pausa y me miró como si no supiera cómo decir lo siguiente—. Capturaron a tu padre, a Rodolphus, a Avery, a Nott y a Dolohov.
—¿Qué? —murmuró mi madre, que seguía sentada en la cama, y comenzó a levantarse lentamente.
—Dumbledore les lanzó un hechizo antidesaparición y los dejó atados en una habitación. Después llegó el ministro con todos los aurores.
No podía creer lo que estaba escuchando. Mi padre podía ser muchas cosas, pero yo lo quería y la idea que que lo enviaran a Azkaban, no me gustaba para nada. Mi tía Bella irrumpió en la habitación sin decir nada y se quedó mirándome.
—Veo que estás bien, Cassiopeia —dijo.
—Sí —respondí—. Pensaba que te habían capturado con mi padre y Rodolphus.
De repente, parecía completamente molesta.
—Todo hubiera salido bien, pero Lucius... —dijo.
—¡No te atrevas a culpar a Lucius de esto! —la interrumpió mi madre, airada, y la mirada que le dirigió, me hizo saber que estaba dispuesta a defender a mi padre a capa y espada.
—Por favor, Cissy, admite que Lucius es un imbécil.
Mi madre parecía cada vez más ofendida y yo estuve a punto de intervenir también, no pensaba dejar de mi tía Bella se dedicara a hablar mal de mi padre en su ausencia.
—¡No te atrevas a hablar mal de mi esposo! —exclamó mi madre.
—¡No lo defiendas!
—¿Por qué no iba a defenderlo? Es mi esposo y el padre de mis dos hijos, Bella. Así que cierra tu maldita boca y déjalo en paz.
Casi no podía creer lo que estaba oyendo. Sabía que mi madre lo quería, pero en ese momento parecía quererlo mucho más de lo que había demostrado siempre. Rompió en llanto y salió casi corriendo de la habitación. Mi tía Bella hizo una mueca de impaciencia y salió tras ella. Tom resopló y fue a cerrar la puerta. Yo recordé la profecía y fui a tomarla de la mesa de noche. Regresé junto a él, tomé su mano y puse la pequeña esfera de cristal sobre la palma, con mucho cuidado.
—Toda tuya —dije.
Inesperadamente sonrió y sus ojos oscuros brillaron con orgullo.
—Ahora no entiendo cómo me atreví a dudar de ti —dijo, como si hablara consigo mismo. Luego se acercó y me dio un beso corto—. No te preocupes por Lucius, lo vamos a sacar de Azkaban de la misma manera que sacamos a Bella.
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𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮
Fanfiction«Soy un recuerdo, guardado en un diario durante cincuenta años». Lucius Malfoy le entrega el diario de Tom Riddle a la pequeña Ginny Weasley, y encarga a su hija mayor, Cassiopeia Malfoy, la misión de vigilarla de cerca. ¿Qué pasaría si el gran Har...