CINCUENTA Y NUEVE

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Entré despacio en el bar, y el olor a humo me hizo toser. El lugar estaba precariamente iluminado con algunas velas y el piso de madera estaba cubierto de suciedad. Las mesas eran pequeñas, cuadradas y parecían muy viejas. Pensé en que ese era al lugar más horrible en el que había estado, pero tenía algo que hacer y por mucho que me desagradara, no podía irme sin haberlo hecho. Mundungus Fletcher estaba sentado en una mesa, fumando, como siempre. Al verme se acomodó mejor en la silla y me indicó que me sentara.

—Señora Riddle —saludó.

—Mundungus —le dije.

—¿Quiere algo de beber?

Rápidamente negué con la cabeza, no pensaba beber nada en un lugar como ese.

—No, gracias.

Asintió y apagó el tabaco que estaba fumando, contra la madera de la mesa, dejando una marca bastante visible.

—Imagino que su señor la envió —dijo, y apoyó los codos sobre la mesa.

—No exactamente —le dije—, pero la razón de esta reunión es porque necesitamos cierta información que usted tiene.

Miró para todos lados y se inclinó un poco sobre la mesa.

—Usted debe saber que todo tiene un precio, señora Riddle... y la información que me está pidiendo, no es la excepción.

Como imaginaba que diría eso, saqué una pequeña bolsa llena de galeones y la puse sobre la mesa.

—¿Con eso basta? —pregunté.

Sin esperar un segundo más, tomó la bolsa y la vació sobre la mesa. Miró los brillantes galeones y después me miró a mí.

—Puede ser —murmuró—. Aunque pensándolo bien...

—¿Qué más me va a pedir? —pregunté, cerca de perder la paciencia.

—Ese anillo parece muy valioso —dijo, señalando en anillo en mi mano derecha.

Rápidamente retiré mi mano de la mesa y lo miré con disgusto.

—Es mi anillo de bodas, imbécil —le dije en voz baja.

—Entonces me conformo con los galeones.

—Hable —le ordené.

De nuevo recorrió el lugar con la mirada, solo habían tres hombres en una mesa bastante alejada, fumando y jugando una partida de naipes explosivos.

—Potter está en casa de sus tíos —susurró, inclinándose mucho sobre la mesa—, pero la orden tiene un plan para sacarlo este sábado en la noche.

—¿Lo van a sacar los miembros de la orden? —pregunté en el tono de voz más bajo que pude.

—Sí. No quieren involucrar a nadie más y menos a los aurores porque sospechan que hay infiltrados en el ministerio, ya sabe, de los suyos.

Asentí lentamente.

—¿Está seguro de que será este sábado?

—Completamente seguro, señora Riddle. Pero se aseguraron de dar una pista falsa, quieren que Quien Usted Sabe crea que lo van a sacar el día anterior a su cumpleaños, es decir, el treinta de este mes.

—¿Sabe a dónde lo van a llevar?

—Me temo que eso no lo sé. Puede ser a la casa de alguno de los miembros de la orden, pero no se sabe de cuál.

—¿Por qué tienen tanta urgencia de sacarlo de donde está?

Esbozó una enigmática sonrisa.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora