VEINTICUATRO

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Faltaban unos pocos días para navidad y estaba feliz porque pronto vería a mi hermano. Además de eso, le había enviado una carta a Adrian, preguntándole si quería pasar las vacaciones en mi casa. Al principio, había extrañado mucho Hogwarts, pero para ese momento, ya me había acostumbrado a mi nueva vida. Estábamos desayunando en el comedor, cuando entraron dos búhos y dejaron caer un par de cartas y una caja llena de ranas de chocolate sobre mi regazo.

—¿Tus pretendientes? —preguntó mi tía Bella y me miró con suspicacia, mientras se servía otro huevo frito. Poco quedaba de la mujer que había encontrado en Azkaban, le había sentado bien estar viviendo en la mansión Malfoy.

—No —le respondí—, deben ser de Draco.

—¿Tu hermano va a venir para navidad?

—Sí, ya quedan pocos días para que comiencen las vacaciones.

Pasé de mirar a mi tía bella, para mirar a Tom, que estaba muy concentrado en su desayuno. Parecía perdido en sus pensamientos, y miraba su plato con el ceño fruncido. Miré las cartas y reconocí la letra de Adrian en una, la otra era de Fred y George. Terminé de comer, me disculpé y me fui a mi habitación a leerlas. A penas estaba entrando, cuando me fijé en que Tom iba tras de mí. Me detuve, dejé la caja y las cartas sobre la cama y me volví para mirarlo. Estaba realmente furioso, ¿qué le había pasado? Iba a preguntarle, pero habló primero.

—¿Quién demonios es el que te envía tantas cartas? —preguntó sin levantar mucho la voz. La ira se reflejaba en cada una de sus facciones y sus ojos cafés estaban un poco más oscuros de lo usual. Fruncí el ceño y me acerqué un par de pasos.

—¿Y ahora qué te sucede? —pregunté, cada vez más confundida.

—¡Respóndeme! —exclamó, levantando un poco más la voz— ¿es cierto lo que dice Bella, sobre la gran cantidad de pretendientes que tienes?

—¡Claro que no!

—Me he dado cuenta de que te llegan muchas cartas a la semana, no todas pueden ser de Draco, y los chocolates tampoco.

—No todas son de Draco, Adrian también me escribe. En los seis años que estuve en Hogwarts, hice amigos, como es obvio.

Tuve que hacer grandes esfuerzos por mantenerme serena, no entendía a qué venía esa actitud tan extraña. Nunca me había reclamado por nada y en esos momentos parecía estar haciéndome una escena de celos. Pero eso no podía ser, lo que teníamos no era nada serio, ni siquiera sabíamos qué era. Él seguía viéndose igual de furioso, resopló y se pasó los dedos entre su cabello oscuro.

—¿Qué te sucede? —pregunté mientras lo miraba a los ojos— Creo que nunca habíamos hablado de exclusividad.

La expresión que puso, me hizo arrepentirme de haberle dicho esa última frase.

—¿Eso quiere decir que piensas hacer con otras personas lo mismo que haces conmigo?

Negué rápidamente con la cabeza.

—No, no era eso lo que quería decir. Aunque no hayamos hablado de exclusividad, no me interesa nadie más.

Su expresión se suavizó un poco, pero podía ver en sus ojos, que le faltaba mucho para estar calmado. No soportaba verlo así, daba un poco de miedo, pero yo jamás dejaba que nadie se diera cuenta de cuando algo me asustaba. Sin pensarlo dos veces, me acerqué más a él y lo miré a los ojos.

—Cálmate —susurré—, no hay razón para que te pongas así.

Despacio levanté mi mano y le acaricié la mejilla.

—¿Qué haces? —preguntó y frunció un poco el ceño.

—Intento que te calmes.

Lo tomé de la mano y seguí acariciándole la mejilla sin dejar de mirarlo a los ojos. Poco a poco, la ira fue desapareciendo.

—Así está mejor, ahora das menos miedo —dije y sonreí. Él levantó las cejas.

—¿Doy miedo? —preguntó.

—Cuando te pones así de furioso, un poco.

Para mi sorpresa, también sonrió.

—Tú dijiste que no le tenías miedo a nada.

—Y es verdad, dije que dabas un poco de miedo, pero no que me asustaras a mí en particular.

—Bueno, tiene lógica.

Parecía que se le había olvidado por completo que estaba disgustado conmigo. Me tomó de la cintura y se acercó para besarme.

Pasé casi todo el día fuera de la casa, pues había quedado de ir a acompañar a mi madre a hacer unas compras. Aproveché para comprarle un regalo de navidad a Tom, aunque no tenía mucha idea de lo que podía gustarle a alguien como él, que no era en absoluto como cualquier persona. Como no había tenido tiempo, fue hasta después de la cena que pude leer las cartas y responderlas. Adrian había aceptado pasar las vacaciones conmigo, me puse feliz al leerlo, pero después supe que habría sido mucho mejor que no fuera. Bajé a buscar a nuestro búho, para enviar la respuesta de una vez. Cuando iba de regreso a mi habitación, pasé por la cocina y me serví un poco de helado de chocolate. De un salto subí y me senté en la encimera.

—¿Comiendo a esta hora? —me preguntó Tom, mientras caminaba hacia mí.

—Nunca es demasiado tarde para comer helado de chocolate —le respondí, y me llevé otra cucharada a la boca. Él se sentó a mi lado y sonrió— ¿quieres? —Le pasé la cuchara y él la recibió—, pero no te lo comas todo.

No me hizo mucho caso y casi se lo come todo. Por suerte, había más helado, serví el que quedaba y nos lo acabamos.

—No puedo creer que yo esté haciendo esto —dijo.

—No siempre tienes que ser el gran señor oscuro, Tom —le dije en voz baja—, conmigo puedes hacer cosas como estas.

—Será por eso que me gusta tanto estar contigo.

Le sonreí y recosté mi cabeza en su hombro. A mí también me gustaba mucho estar con él, me sentía demasiado cómoda.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora